El romance del falso caballero – Capítulo 2 (IV)

Capítulo 1

Capítulo 2: (I)(II)(III)

Todavía sin saber muy bien qué pensar sobre lo que había ocurrido, Elin atravesó el gran portón de entrada a Camelot. Las murallas, de gruesos sillares que habían sido encalados con tal cuidado que parecían estar hechas de escayola, la cobijaron y sintió una gran tranquilidad al haber llegado al sitio más seguro del mundo. Allá, a lo lejos, podían rugir los tambores de guerra y aullar las criaturas malvadas que habían dejado a la oscuridad adueñarse de sus corazones, pero Arturo era una luz que resplandecía en la noche, un faro al que seguir en la búsqueda de la paz y la justicia.

Los cascos de Perla levantaban ecos en el vacío patio de armas; seguía siendo demasiado temprano para que incluso los trabajadores de la corte estuvieran afanados en su trajín diario. Dirigiendo a la yegua hacia los establos, Elin miró hacia el cuerpo central de la fortaleza y, como siempre, se maravilló por la hermosura de la construcción y el aire de poder que destilaba. Tras una de las ventanas, creyó ver un rostro que la observaba, pero estaba en los pisos superiores, así que no pudo determinar de quién se trataba.

No quiso llamar a ningún mozo de cuadras y dejó a Perla junto a un montón de heno.

–Vamos, chica –le dijo a las orejas, y el animal soltó un suave relincho–, enseguida te traerán algo de forraje. No me mires así.

–¡Dama Elin! –La joven se volvió quitándose los guantes de piel negra y contempló a Daniel, un chiquillo de poco más de diez años que siempre estaba revoloteando.

–Hola. ¿Ya estás con ganas de jugar? –El chico hizo un mohín para intentar ocultar el rubor de sus mejillas que siempre le asaltaba cuando hablaba con Elin. Ella rio y le revolvió el pelo del color de la almendra–. Voy a cambiarme, pero luego…

–¡Daniel! –gritó la madre del niño entrando como un huracán en el establo–. ¿Qué te tengo dicho de molestar a los señores?

–No es molestia, Elisa –dijo con rapidez Elin; el chico corrió a toda prisa junto a su madre con expresión contrita.

–Discúlpele, dama Elin. –La mujer no había hecho ni caso a sus palabras–. Este niño siempre está metiéndose donde no debe.

Regañando y arrastrando del brazo a Daniel, la mujer desapareció como una centella de la vista de Elin. Seguía sin entender por qué el senescal no permitía la confraternización del servicio con los caballeros. Era su prerrogativa mandar sobre ellos, pero en las tierras de su padre nunca se había trazado una línea divisoria tan tajante entre señor y vasallo.

Por supuesto, todos los trabajadores eran tratados con corrección y se mostraban contentos de prestar sus servicios, por lo que Elin más bien pensaba en ello como una cuestión de calor humano, de cercanía para con la gente que compartía el mismo lugar de residencia con ella.

Al acercarse a la entrada lateral más cercana a sus aposentos, Perceval le salió al paso. Con una ancha sonrisa en su rostro cuadrado y varonil, le dio los buenos días.

–¿Ya has vuelto de cabalgar, Elin?

–He tenido… un encuentro. –El caballero la miró preocupado, pero al comprobar que no tenía daño alguno, mostró su alivio; no era infrecuente que los jabalíes salieran al paso de los caballos y provocaran algún que otro accidente.

–¿Qué ha ocurrido? –preguntó Perceval intrigado.

–He visto a Morgana.

Al decirlo, los ojos de Perceval se achicaron hasta convertirse en rendijas y su voz se hizo más grave de lo que ya era normal en él:

–¿Ha regresado? ¿Está en Camelot?

–No. –Elin movió la cabeza con cierta vehemencia–. Me ayudó, en realidad. Como lo oyes, Perceval, no pongas esa cara.

–Me resulta extraño de creer, la verdad –replicó él con desagrado.

–Pues es así –zanjó Elin, algo molesta–. He oído lo que se dice de ella, pero no me ha parecido tan fiera como la pintáis.

–Ten cuidado, Elin –la advirtió él.

–Siempre lo tengo. –La réplica de la joven fue abrupta, pero no le gustó el tono condescendiente de Perceval. Irguiendo la espalda, orgullosa, Elin entró en el edificio mientras, tras ella, el hombre se rascaba el mentón preocupado.

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16 respuestas a “El romance del falso caballero – Capítulo 2 (IV)

  1. «Güeno», «güeno», «güeno», aquí ya empieza a haber busilis. Perceval en contra de Morgana y ambos protectores —de momento de Elin—. Una cuestión social de por medio —que se resolverá con una transformación del niño, ya veremos hacia dónde—, el senescal en el punto intermedio de que sí que no… Esto pinta bien. ¡Ah! Y ya veremos el comportamiento de Arturo…
    Muy, muy bien, esto se presenta estupendo.

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