Renato, el agente castrato: Neófito

–Entonces, ¿conserva usted la hombría?

El eco de los pasos de los dos diplomáticos genoveses siguió avanzando un poquito más, resonando en los muros del corredor del Castillo del Huevo, como adelantándose a los hombres. Renato torció el gesto al mirar a Pietro y el joven, casi un muchacho que disimulaba su aspecto infantil con una mosca perillera que le daba un aspecto ridículo más que señorial, hizo que su cabeza desapareciera en el cuello de su jubón carmesí.

–Por supuesto que los conservo. –Renato golpeó la pared con el puño, refiriéndose al nombre del castillo por asimilación–. Es un nombre en código, nada más.

–Ya veo. –Pietro intentó congraciarse con un enérgico asentimiento–. Así que también yo poseeré un… ¿cómo ha dicho, señor?

–Código. Y yo mismo seré quien proponga el nombre al embajador. Creo que será gamba.

En realidad, Renato no lo creía. Lo sabía. Más que nada, porque el anterior agente viola de gamba –gamba para abreviar–, había aparecido flotando en el golfo.

Y no estaba cabeza arriba.

–Gamba. Me gusta.

–Mejor para ti. –Renato echó a andar a grandes zancadas. No soportaba la humedad que reinaba en ese maldito castillo y tenía ganas de salir cuanto antes a la luminosa tarde de julio–. Estuvimos un tiempo dándole vueltas a cómo nombrar a los agentes diplomáticos y nos decidimos por miembros de orquesta.

–¡Ah! –El rostro del joven se iluminó como si hubiera entendido a la perfección la teoría copernicana–. Pero su nombre…

–Sí, cierto. No soy un instrumento.

En realidad, Renato estaba orgulloso de su código. No era algo que rasgaran, golpearan o, ¡Dios no lo quisiera!, chuparan y soplaran. Él era un cantante.

Emasculado, pero cantante.

Todo un protagonista.

–Sin embargo –reflexionó Pietro, toqueteándose el labio–, pienso que sería mejor algo que no limitase el número de agentes disponibles para los consulados…

–Números, ¿tal vez? –propuso Renato, y el joven asintió sonriente–. Buena idea, pero está cogida.

–¿Ah, sí?

Renato asintió, sonriendo por fin al sentir los cálidos rayos de luz derramarse sobre las partes de piel que llevaba al aire.

–Los agentes de Su Graciosa Majestad lo utilizan, y no sería nada profesional que nos equivocáramos al despachar un mensaje de importancia.

–¿La reina virgen? –preguntó Pietro.

–¿Virgen? –No pudo evitar una carcajada que hizo que los soldados cercanos del patio, todo uniformes resplandecientes y alabardas, lo miraran con aprensión–. Si yo te contara de lo que se dice sobre ella y cierto pirata llamado Francis…

–¿Cabalgan las olas? –preguntó con una risita tonta.

–Las olas. Algo así cabalgan, sí…

neofito


23 respuestas a “Renato, el agente castrato: Neófito

  1. Qué fuerte me parece que dos palurdos hablen mal del honor de su majestad la reina y a sus espaldas, además!!! 😉😂😂
    Por cierto, qué hay de Elin?! Voy muy liada y quizás me perdí alguna entrada?!

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      1. ¿Cómo voy a privar a tan entusiastas seguidores de las desventuras de la brava Elin? Máxime cuando me lo paso bien escribiéndolas…
        Pero dale una oportunidad a Renato. Quizá se haga un huequecito en tu corazón 😀

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    1. Bueno, históricamente hablando, hay un debate en torno al tema… pero el pirata Francis Drake es uno de los candidatos a haber sido amante de Isabel I. Los espías genoveses del texto, a fin de cuentas, no hacen que más que cotillear 😀

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      1. 😀 😀 😀
        Creo que, por tu culpa, introduciré en la siguiente aventura de Renato algo que chupar, mascar o deglutir. De hecho, mientras escribo, ya empieza a tomar forma la modificación de la escena que tenía pensada 😉

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  2. ¡Jajajaja! Además de tu rica prosa disfruto del humor dulceácidoagriamargo. Conque los ceroceroequis frente a los solistas napolitanos. Y lo de situarlos en el Ovo para hacer el chiste, total. Incluso la mención a la primaescocesacida y a su descoque con el pirata reptil volador que intentó tragarse con poco éxito las islas pajariles.
    ¿Cómo puede caber todo eso en tan poco espacio y resultar tan, tan, errrr… tan bien?

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    1. ¡Mil gracias por tus comentarios, que tan amenos me resultan (y tanto hinchan mi ego, jurjur)! Siempre es un placer leerlos.
      Una cosa, que no sé si me equivoco… Con lo de la «primaescocesacida», ¿te refieres a María Estuardo? A la reina de Escocia, quiero decir. De quien hablan Renato y Pietro es de Isabel Tudor; dime, porfaplis, no vaya a haberme explicado mal en el texto y lo cambio pero ya 😉
      PS: Los espías son genoveses. Aquí están en Nápoles, en el relato anterior, en Venecia. Es que Renato es un tío muy viajado 😀

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      1. ¡«Fectivamente»! En mi comentario, donde dice… debe decir… Es lo que tiene leerlos después de un día de ida y vuelta Ciudad Real – Barcelona. «Me se» apretujan las neuronas. Lo de genoveses sí lo había pensado, aunque escribí errónea y precipitadamente, napolitanos. Con la reina, me equivoqué yo solito y sin ayuda de nadie.

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    1. De eso nada: Gracias a ti por leerlos. Y por tus amables palabras.
      Me alegra que te guste el bueno de Renato (lo tengo un poco abandonado, pero seguirá dando trompicones por la Italia renacentista, de verdad)

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