El romance del falso caballero: capítulo 3 (VI)

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3: (I)(II)(III)(IV)(V)

Para cuando Perceval llegó al pie de la escalera, Elin había subido… y descendido de nuevo. El caballero se echó a la izquierda con rapidez para evitar que la joven chocara contra él, pues llegaba bajando de dos en dos los escalones. Más rápida todavía de lo que los había subido.

Tras ella, una nube de polvo como una avalancha de nieve amenazaba con sepultarla.

–¡Atrás, Perceval! –gritaba–. ¡La casa se viene abajo!

El caballero reaccionó espoleado por la urgencia en la voz de Elin y la siguió con toda la velocidad que era capaz de imprimir a sus fuertes piernas; aun con el peso de la armadura, su resistencia y entrenamiento le permitieron no quedar en exceso rezagado mientras el estrépito continuaba en las plantas superiores. Elin, más ligera, estaba pugnando por abrir la puerta al fondo del largo corredor sin haber tenido tiempo para pensar que quizá estuviera cerrada, como había estado por fuera.

De hecho, aunque había pomo en este lado, por mucho que tirara o empujara la gruesa puerta no se abría.

–¡Apartad! –rugió Perceval, cargando con el hombro. Elin se pegó contra la pared al ver la mole brillante de placas de acero que se abalanzaba contra ella y la puerta no pudo aguantar la combinación de peso, fuerza y velocidad.

Desencajada, arrancada de sus bisagras, cayó unos cuantos pasos por delante de ellos tras lanzar un gemido agónico de astillas reventadas. Como pudo, Perceval mantuvo el equilibrio y logró no caer a tierra tras dar tres o cuatro pasos que parecían de beodo.

En cuanto Elin asomó la cabeza por la arcada practicada a la fuerza en la casa, se le quitaron por completo las ganas de preguntar a su compañero si se encontraba bien, pues temía que el impacto le hubiera desencajado el hombro.

–Por todos los santos… –La voz de la joven fue un susurro musitado con miedo al ver lo que ante ellos se erguía: un gigante como una montaña cuyo tamaño empequeñecía al del mismísimo Tremolgón, un coloso de las leyendas, un titán como aquellos de los que los antiguos cantaban con pavor soltó un bramido capaz de helar la sangre del más valiente miembro de la Tabla Redonda. Los dos lo miraron boquiabiertos, desorbitados, y esperaron que no fijase los tremendos ojos, brillantes con alfilerazos de luz rojiza bajo hirsutas cejas marrones, en ellos, que siguiera entretenido en la tarea que parecía absorberle. Una tarea que, por desgracia, todavía podría acabar con ellos muertos y aplastados.

Porque el gigante lanzaba enormes rocas, más grandes que un caballo, contra la casa que los dos acababan de abandonar. «De ahí el ruido de antes», pensó Perceval; el monstruo, espoleado por no se sabía qué razón, se estaba comportando como una catapulta de carne y hueso, y sus proyectiles habían arrancado de cuajo la parte superior del edificio.

–¡Corramos! –La orden de Elin hizo que Perceval se sacudiera el espanto y lo movió a actuar por fin para salvar la vida. Avanzaron entre las grises tinieblas, confiando en estar siguiendo el camino que les pusiera a salvo de esa locura, que les llevara hasta los caballos que habían dejado en el patio del castillo del barón.

Y el gigante se percató de su presencia, como cuando se aprecia con el rabillo del ojo el movimiento de una cucaracha que había permanecido quieta hasta entonces.

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19 respuestas a “El romance del falso caballero: capítulo 3 (VI)

  1. Bueno, bueno, bueno, en qué brete se nos ha metido la parejita. La pobre Elin parece tener imán para los gigantes, pero no hay que preocuparse. Diálogo y talante con el gigante, y seguro que salen de problemas. O no. Lo que hay que saber es de quién es la casa, porque si es del mago malo, además, será mago torpe, porque dejar que una de tus criaturas descontroladas se te lleve la casita de verano —o lo que esté de moda en ese universo mágico— a pedradas no es muy hábil, no.
    Lenguaje rápido, ágil, conciso, como corresponde a la situación.
    Más acción y demolición, a la espera del, supongo, trepidante capítulo siguiente. Con el de hoy ya ha estado bien; al menos, eso le parece al hombro de Perceval.

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    1. Ni con todas las placas del mundo se habría librado el caballerete de un buen moratón al menos. Cargar como un burro desbocado es lo que tiene. Menos mal que no le ha dado por creerse un ariete (literalmente, en lo que a la etimología se refiere), o habría empequeñecido quizá unos centímetros al hundírsele el tarro entre los hombros. Animalico…
      Y en cuanto a los gigantes, bueno… visto uno, visto todos. Aunque quizá la estrategia Zapatero no sea la mejor en este caso. No sé 🙂

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      1. He estado dudando unos segundos… pero lo digo. Los cuernos no son buenos no para tirar puertas en caso de apuro.
        Y ya te he visto cambiando de tema con un par de comentarios, jeje. Aquí hay gato encerrado. Digo, dragón… 😛

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      2. No, la verdad es que no. Imagínate a Conan con su más representativo casco empotrado en una puerta. Ridículo no, lo siguiente.
        ¿Que yo he cambiado de tema? Vamos, vamos, no digas bellaquerías. Como mucho, desvío la atención. A no ser que lo haga para que creas que estoy desviando la atención cuando realmente no lo estoy haciendo.
        ¡Muahahaha!

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    1. ¡Pero Carlos, hombredediós! ¿También aquí hablando de comer, como con Renato?
      No sé yo si al gigantón le merece la pena hurgar dentro del envase de Perceval, por otro lado. Y Elin, que es bastante fibrosa, no creo que le aprovechara mucho…
      ¡Saludos!

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