Renato, el agente castrato: El catalejo

EL CATALEJO

Nervioso, daba vueltas al catalejo entre las manos. El aparato, de reciente invención por parte de un holandés de nombre impronunciable, tenía unos cristalitos en los extremos de un tubo de madera que permitían a Renato ver lo que se encontraba lejos como si estuviera frente a sus narices. Un artilugio que le permitía pasar amenos ratos mirando desde la ventana del palacete en el que estaba instalado, en las oficinas consulares de la República de Génova en Venecia.

Amenos, porque no tenía gran cosa que hacer desde que le entablillaron la pierna derecha confinándolo a una silla durante el tiempo que sus viejos huesos necesitaran para soldarse. Menos mal que Renato era un hombre leído y viajado, porque cuando se presentó frente al matasanos más cercano, con la cara hecha un guiñapo y la pierna rota por varias partes, había podido decirle:

–¡Pero qué decís, medicucho del demonio! –El aludido se había quedado con la sierra en alto, mirándolo embobado, sin creer que Renato, su paciente, estuviera negándose a recibir el mejor de los tratamientos–. ¡Majadero! ¿Es que no habéis oído hablar de las técnicas de entablillamiento para las fracturas de huesos que practican desde hace siglos los infieles de la Sublime Puerta? ¡Quitad eso de mi vista ahora mismo! ¡Serraos vos las narices si os place, pero no me toquéis con eso y haced lo que os digo!

La vehemencia de Renato había convencido al médico, que obró según lo que el mismo paciente le dijo, procedente de la conversación que hacía años había tenido con un buen amigo otomano de sus tiempos en Castelnuovo sobre medicina y barbería.

Así que ahí estaba, mirando como una vieja alcahueta lo que ocurría en las callejas circundantes, tan estrechas y angostas que podían, incluso en los lugares anejos a los palacios y casas de burgueses, esconder a la más rufianesca escoria de la humanidad.

Se puso el catalejo en el ojo, presintiendo que un drama con probable final trágico estaba a punto de desarrollarse.

En efecto, cuatro tipos grandes, fuertes como bueyes y con una cara que les daba el mismo aspecto inteligente que una recua de pollinos, estaban rodeando a un hombre pequeño, delgado, vestido con elegante jubón blanco abotonado y calzas negras. Aunque no podía oírlos, por supuesto, Renato imaginó la conversación:

–Mirad a este alfeñique –dijo uno dirigiéndose a sus amigotes–. Nos vas a dar la bolsa o te rajamos la garganta.

–O mejor –siguió otro–: te damos una buena paliza y te quitamos hasta los zapatines.

El rodeado pareció no necesitar más. Sin que se supiera muy bien de dónde, sacó un par de dagas tan afiladas que por fuerza tenían que ser mortales y, moviéndose con la rapidez de una serpiente, de una serpiente de las malas, acuchilló uno tras otro a sus atacantes, que no tuvieron la más ligera idea de lo que pasaba antes de ahogarse en su propia sangre, pues el tipo había golpeado con tal habilidad que a todos les había apuñalado a un lado del cuello.

Renato ahogó una exclamación, fascinado y asqueado por tal despliegue de violencia y arte a un tiempo, incapaz de dejar de mirar a los cuerpos, cuya sangre formaba charcos cada vez más amplios en el suelo de adoquines.

Entonces, como si supiera que lo estaban espiando, el hombre volvió con lentitud la cabeza… y Renato supo que estaba mirándole a él.

El genovés se apartó de la ventana y esperó.

Aunque no esperó mucho.

Poco después, el hombre que, sin despeinarse, había dado cuenta de los cuatro bellacos, se encontraba frente a él, contando las monedas que Renato le había dado por sus servicios.

–¿Qué os hicieron, señor? –preguntó con no mucho interés tras cerrar la bolsita. Renato se señaló la pierna entablillada y sonrió–. Ya veo. Confío en que el espectáculo haya sido de vuestro agrado.

–Lo ha sido, lo ha sido –contestó él–. No debo recordaros que no nos conocemos.

–No debe, en efecto.

–Muy bien. Buenas tardes entonces.

–Buenas tardes, señor. Da gusto hacer negocios con usted.

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25 respuestas a “Renato, el agente castrato: El catalejo

  1. Bien, bien, bien —très bien que dirían los Tip y Coll llenando un vaso en un, imposible para mí, idioma gabacho—. Un hitchcockiano «catalejo indiscreto» con trampa. Siempre es mejor pagar uno mismo el espectáculo. Le puedes quitar la sorpresa, pero le añades las especias a tu gusto. todavía me estoy riendo —macabramente, eso sí— de la escena final. E imprevista.
    Y el detalle de la inseguridad social y sus físicos, la releche. El avance de los turcos y chinos en aquella época era para contarlo y no creerlo. La verdad es que tenían donde practicar:

    Y ¡voto a tal! que me ha gustado.

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    1. Una vez más, gracias mil por tus comentarios. Era bastante evidente que el meollo era la mítica película de Hitchcock :D, pero, claro, Renato tiene su propia forma de hacer las cosas. Que en este texto, por si no te has fijado (fecha de invención del catalejo, comparada con alguna que otra referencia temporal de otros relatos 😉 ), ya tiene bastantes años y ha aprendido mucho de la experiencia.
      Y también ha aprendido cómo vengarse…
      ¡Un abrazo!

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      1. Sí, como astrónomo aficionado me ha llamado la atención. Pero un pequeño comentario. Creo que, una vez más, somos víctimas de la propaganda de la «leyenda negra». En realidad el invento de catalejo podría ser atribuible a un salmantino —no encuentro ahora las referencias y no recuerdo tampoco más detalles que los que escribo— que efectivamente había sido soldado antes que estudiante y monje tardío, como tantos otros. O algo así. Por motivos históricos obvios, el dicho invento pasó a las manos de quién mejor comercializaba —no, no me refería, esta vez, a los venecianos—. Como recordatorio, destaquemos que la reforma del calendario vino de Salamanca, coincidiendo con el mayor esplendor de la universidad de «sí misma».
        Otra cosa, Abrecrombie se lo inventaba. Esto ¡es verdad! Más duro que cualquier película o novela, me parece a mí. Genial para relatos de capa y espada.

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      2. En mis estudios de historia, el apartado historia de la ciencia es un poco escasito, así que no me sorprendería que mi creencia del catalejo como invento holandés esté equivocada. De todos modos, supongo que no sería muchos años anterior a los inicios del s. XVII (poco después, lo introduciría Galileo, si no me falla la memoria, en Italia) 😉
        Las salpicaduras eran por el tema de las imágenes ficticias (las de las heridas en huesos no dan impresión, aunque el análisis forense por parte del autor es cojonudo), que me han hecho torcer el gesto con un pelín de asquito 😀

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      3. «Oficialmente» es eso: Hans Lippershey con posibilidades de Zacharias Janssen o Jacob Metius, pero leí hace cienes de años que existía la posibilidad que te comento, como unos cincuenta años antes.

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  2. Si tenemos en cuenta que todo cuanto acontece en este relato se ha de entender como real, según la RAE en el tema de las mayúculas en el apartado a) de Letra inicial mayúscula […], al referirte a las oficinas consulares, hemos de entender que se está hablando de una entidad o de un edificio público y es, por tanto, erróneo presentar «república genovesa» con inicial minúscula.
    Por otro lado, en la siguiente intervención: «–Mirad a este alfeñique –dijo uno–. Nos vas a dar la bolsa o te rajamos la garganta», si no añades algo en el inciso del narrador podría considerarse un error al utilizar la primera persona en lugar de la tercera, por el hecho de llamar la atención de varios y no al denostado personaje. Y, aprovehcando que el Pisuerga pasa por Valladolid, no estaría demás que cambiases el tiempo verbal y la acción de la frase con la que cierras el relato –… placer hacer…, para mi gusto suena redundante sin serlo.

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    1. Correcto con lo de las mayúsculas. A editar que voy. Eso sí, cambiándolo por «República de Génova en Venecia».
      El resto… no lo entiendo, a lo mejor estoy un poco espeso. Señalas un posible uso erróneo de la primera persona en el inciso, pero está en tercera. ¿O te refieres a otra cosa que no capto?
      Y en verdad la última frase es cacofónica. Cambiando por: «Da gusto hacer negocios con usted» 🙂

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      1. El personaje se dirige en tercera persona al decir Mirad a sus compinches y luego se dirige a denostado personaje sin que el narrador expecifique algo como -dijo a sus amigos, se volvió hacia x y prosiguió-: …, ¿lo entiendes ahora?

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  3. Por terciar un poco en la conversación, hoy día la Wikipedia es el componente principal del disfraz de erudito, y trasteando con ella en encuentro una referencia interesante a un gerundense al que se podría atribuir el invento del telescopio:
    https://es.m.wikipedia.org/wiki/Juan_Roget
    Una de las virtudes de un buen relato, y de sus comentarios, es que te hagan interesarte por un tema. Una de ellas, porque tiene muchas más: enhorabuena compañero!

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    1. Gracias, Israel. Cierto que los comentarios, muchas veces desligados del tema de la entrada por el mero hecho de la concatenación de ideas, son interesantísimos, como en este caso del catalejo/telescopio.
      ¡Un abrazo, y gracias por tus palabras!

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    1. Gracias por el comentario. En efecto, esa era la clave, el giro del final, porque creo que cualquiera, al leerlo, tiene en mente la nada sutil referencia a «La ventana indiscreta»… pero que no tiene nada que ver con lo que hace Renato 😀

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  4. Ahora me explico algunas cosas, entre ellas porque Renato carece de cocinero, incluso de paje que le guise unas simples sopas de ajo. Se gasta todos sus ingresos entre artilúgios difusos que de saberse le podrían situar en el espeto y en pagar secuaces de alquiler. La soledad es discreta y los sordomudos con habilidades culinarias escasean. Sorprendente el final. ¿No tendrá vuesa merced la amabilidad de proporcionarle a éste fiel seguidor razón de ese hábil espadachín? Un abrazo Milord.

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    1. Si te soy sincero, al leerte he recordado que me prometí meter algo de comer en este relato dedicándotelo… y se me ha olvidado. Espero que, para el siguiente texto del castrato, me venga a la cabeza 😉
      Esa era la intención con el giro, sorprenderos. Me alegra ver que lo he logrado, esperando que arrancando alguna sonrisa.
      Y en cuanto a ese hábil luchador… en cuanto tenga su móvil, te lo paso 😀 😀 😀

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