La guerra de Sufyan (II)

(I)

Tras dar las órdenes que su amo deseaba fueran cumplidas a rajatabla y hacer que uno de sus acompañantes se ocupara de vigilar el reclutamiento de la tropa de Narawfal, el emisario no se demoró en el poblado mucho más tras comunicar su mensaje

Sufyan caminaba abatido junto a este, escuchando el tintineo que producía su espada al chocar contra los anillos de la cota que le caía hasta las rodillas.

–Deberías sentirte orgulloso, chaval –le dijo con una voz siseante que recordó al joven el sonido que hacen las serpientes al desplegar su lengua–. Lucharás por Sauron contra los usurpadores del oeste.

–Recuerdo el pacto de mi gente, señor –replicó, reprimiendo cierto asco–. Es solo que ninguno de los hombres de Narawfal ha combatido en tierras extrañas.

–¿Acaso quieres que sean las mujeres quienes tajen con espadas? –se mofó–. ¿Que sean ellas quienes embracen los escudos? ¿Que enarbolen los estandartes y toquen las trompas?

–No, señor –contestó humillado.

–Bien, porque empezaba a pensar que lo que salía de tu boca eran los lamentos de una chiquilla.

–No, señor. –Sufyan levantó el rostro desafiante, clavando sus ojos en los del otro–. Combatiremos con lanza de hierro y escudo de mimbre.

–Bien –asintió el servidor de Sauron sonriendo–. La recompensa que se os dará por vuestra fidelidad al Señor Oscuro será muy grande. Nunca jamás volveréis a pasar hambre, ni tú ni los tuyos.

»Abandonaréis estas tierras baldías que no os dan suficiente alimento para rellenar vuestros pellejos y os instalaréis en las tierras que arrebataréis a los hombres de Gondor. ¡El tiempo de la retribución se acerca, hermano sureño!

Sufyan movió la cabeza despacio, confiando en que el siniestro hombre tuviera razón.

–No sé vuestro nombre, señor –dijo, cambiando de tema.

–Cierto –repuso–. Mi nombre es Muzlug.

–¿Muzlug? Es un nombre orco…

–Así es –dijo el hombre rascándose la calva cabeza surcada por un tatuaje de líneas y curvas rojizas como la sangre–. Hay miembros del pueblo orco en mi linaje.

Sufyan no quiso ahondar en la explicación. Como todos los haradrim, sentía una mezcla de temor reverencial y desprecio por los orcos, los primeros entre los servidores de Sauron. Aunque se les consideraba poco más que bestias, su furia en el combate y su ciega lealtad al Señor Oscuro eran legendarias, y ninguno de aquellos situados al sur de los montes meridionales de Mordor buscaba de forma consciente despertar su ira.

Siguieron caminando entre las casas, mirando a los niños que correteaban ajenos al sombrío futuro de guerra que se acercaba, hasta que llegaron a la explanada central que hacía las veces de plaza de reuniones, allí donde el caudillo congregaba al pueblo para hacerle partícipe de sus decisiones. Umayr estaba esperándoles, golpeando el aire con una lanza, ejecutando una suerte de danza marcial.

–¿Te entrenas? –dijo con cierta sorna Muzlug al llegar a su altura.

Umayr, amigo desde la infancia de Sufyan, apoyó la base de su arma en el suelo con un golpe seco que levantó un puñado de tierra.

–Así es, señor –contestó.

–Este es Umayr –los presentó el hijo del caudillo–, mi mejor amigo y un gran cazador. Él es Muzlug, enviado de Mordor.

Los ojos de Umayr, acostumbrados a penetrar el denso follaje de la selva, se clavaron en el hombre, que sonrió mostrando unos dientes también afilados en su boca. Despacio, casi con suavidad, empezó a sacar la espada que colgaba de su cinto, mostrando una hoja oscura y con diminutas puntas de sierra en su filo.

–Demuéstrame cómo peleas –ordenó.

Umayr aceptó el desafío y se retiró un par de pasos hacia atrás, adoptando de inmediato una posición defensiva, adelantando la lanza. Muzlug dio un par de espadazos frente a sí y lanzó un tajo descendente que se dirigió directamente a la cabeza de Umayr. Los puños de Sufyan se crisparon al ver que el hombre no tenía intención alguna de refrenar sus ataques.

Su amigo también lo vio y su rostro cambió adoptó una expresión de mayor concentración. El sudor comenzó a resbalar por su piel negra conforme se echaba a un lado y otro, esquivando los golpes con que Muzlug, sin dejar de reír, intentaba alcanzarle.

–¡Basta! –gritó por fin Sufyan, incapaz de contenerse por más tiempo–. ¡Basta, señor!

Ambos contendientes se quedaron congelados. Muzlug miró al joven con cierto fastidio. Ni siquiera jadeaba mientras que Umayr tenía problemas, pese a contar con menos años, para mantenerse erguido.

–Sí –dijo Muzlug–. Es suficiente. Me agrada lo que he visto.

Pero sin previo aviso, en cuanto terminó de hablar, lanzó un espadazo a traición que partió el astil de la lanza sujeta por Umayr, que gritó y contempló asustado los dos fragmentos del arma.

Una carcajada de Muzlug fue lo que puso realmente fin al combate.

–Llama a los cincuenta, Sufyan –requirió–. Saldremos mañana.

–¿Mañana? –comenzó a protestar.

–Mañana. Nos espera un largo camino hasta Mordor y no hay un minuto que perder. El Señor Oscuro se prepara para marchar contra Gondor… ¡No queráis llegar tarde a la cita!

El resto del día lo pasaron, tras congregar a los cincuenta jóvenes requeridos, escuchando a Muzlug soltar peroratas sobre el futuro conflicto que librarían bajo el estandarte del Ojo. Muzlug también quiso comprobar las capacidades de cada uno de ellos y los probó tal y como había hecho con Umayr, con tal furia que algunos de ellos acabaron sangrando por los tajos que les abrió en la carne; se enfrentó con todos, uno detrás de otro, y dio muestras de una resistencia que dejó impresionados a los haradrim, muchos de los cuales comenzaron a hablar de él con palabras de alabanza y respeto.

Sufyan, sin embargo, no estaba convencido de la bondad del trato que tenían que cumplir. Su honor le obligaba a respetar el pacto que generaciones anteriores habían suscrito con Sauron, e incluso tuvo que aceptar que las palabras que Muzlug les dedicó antes de despacharlos para que pasaran la noche contenían buenos argumentos:

–Los Hombres del Oeste –dijo, de pie ante los jóvenes, que le escuchaban expectantes sentados en la plaza de tierra– os arrebataron lo que os pertenece por derecho. Mi señor Sauron lo sabe y desea poner fin a esta injusticia, orgullosos y valientes haradrim. Vuestra contribución a la lucha, junto a la de vuestros hermanos del norte y Umbar, así como los amigos provenientes de Khand, se os gratificará con las tierras más allá de Harondor.

»Por eso, os digo en nombre de mi señor Sauron: ¡Cruzad el río Poros, formad prietas filas erizadas de lanzas y escudos, luchad contra los altaneros soldados de Gondor y haced que las torres de Minas Tirith caigan con gran estrépito! ¡Clavad la cabeza del Senescal Denethor en una pica y paseadla ante sus vencidos vasallos mientras quemáis las casas tras la muralla blanca! ¡Tomad posesión de las tierras de los vencidos para vivir siempre rodeados de abundancia!

Los haradrim respondieron a esas palabras con gritos enfebrecidos, marcando un ritmo antiguo al golpear con sus puños cerrados el suelo. Muzlug sonreía, con los brazos abiertos como queriendo abarcarlos a todos.

–Buen discurso –susurró Umayr al oído de su amigo.

–Cierto –admitió Sufyan, pero en su interior, algo le hacía removerse inquieto.

Ya había caído la noche extendiendo un manto aterciopelado sobre el poblado cuando, por fin, volvió a casa. No había visto a Rumaylah desde esa mañana y la echaba de menos. La besó con ternura y pasión a un tiempo y se fundieron en un abrazo. Luego, poniéndose de rodillas ante ella, le acarició el vientre colocando sus palmas en él, como si quisiera trabar contacto con su hijo nonato.

–¿Qué ocurre, amado? –preguntó ella acariciándole los rizos oscuros de la cabeza.

–Hemos de partir al norte. –Sufyan levantó la cabeza y notó humedad en sus ojos; no quería despedirse de ella–. Tenemos que rendir cuentas del pacto firmado por nuestros antepasados.

–¿Es cierto entonces que hay guerra?

–La hay –asintió él–. El Señor Oscuro se prepara para marchar contra Gondor y ha llamado a sus aliados.

Rumaylah asintió con tristeza.

–Entonces, que la fortuna te sonría, amado –dijo.

–Ojalá pudiera retrasar la partida hasta que nazca nuestro hijo –deseó con un suspiro.

–¿Cuándo se os ha dicho que salgáis?

–Mañana al alba, mi esposa.

Rumaylah se echó hacia atrás un par de pasos, turbada, y el color abandonó sus mejillas. Con voz trémula, dijo:

–Pero… pero… mañana. ¡No puede ser!

–Por desgracia –repuso él–, así es. Mi padre ha accedido a la orden.

Sin decir nada más, la llevó como a una niña aturdida hasta el lecho y la tumbó, colocándose entonces junto a ella. Sintió el calor de su piel y la vida en su interior al abrazarla y la colmó de besos plenos de amor mientras repetía su nombre y le juraba una y otra vez que volvería a su lado.

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28 respuestas a “La guerra de Sufyan (II)

  1. Lo dicho antes. Es que se nota que, o lo repasas muchísimo, o tienes facilidad para escribir bien a la primera. —Sí, ya sé que a veces digo obviedades.—
    Y además, la verdad, después de la segunda lectura de la trilogía —no soy tan fan como para cuatro veces— como que tenía ganas de «resarcir» a los humanos negros y achinados que combatían con los «malos».

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    1. Bueno, en este caso, como fue presentado a concurso, sí fue más veces repasado que los textos de Elin o Renato. Una escritura y tres relecturas es lo normal. Aunque, de hecho, antes de colgar el fragmento de la entrada, vuelvo a echar otro vistazo… ¡y aún cambio cosas! 😀 😀 😀
      Como lector (bueno, quien haya visto las películas también pueden pillar la referencia), ya sabrás cuál es la génesis de este relato…

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      1. Vale, me has pillado. En que soy un mercenario que solo necesita una jarra de vino picado, un jergón sin importarme que esté lleno de pulgas, y un mendugo de pan en el que untar la escudilla.
        En efecto, no me ruborizo fácilmente. Pero es una forma de hablar 😀 😀 😀

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      1. Comprenda Milord que cuando uno escapa con bien de los fragores del combate en el que le introduce el autor, más sí andan orcos rondando, tenga cuaquier guerrero necesidad de reponer fuerzas celebrando de paso la victoria, excepto quizás el avispado ese que se queda en la retaguardia inspeccionando que el brillo de los yelmos sea el reglamentario. A ese ni agua. Un abrazo.

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      2. Yo por si acaso no me metería con el oficial de intendencia, que si no dices no darle ni agua, puede ser que se ponga de morros y te diga que no hay rancho, ni botas nuevas, ni piedra de afilar espadas. ¡A ver cómo tajas entonces a los enemigos!
        ¡Un saludo enorme!

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  2. Ah! Ahora pillo el contexto. Una de las batallas más épica de las «Dos torres», la de Minas Tirith con los nazgul y tal. Aunque me quedo con la del Abismo de Helm 😉
    Muy interesante el relato, en serio, qué bien se te da.
    Si me permites, hay un pequeñísimo error ortográfico en la primera intervención dialogada. Pone: «(…) al joven al sonido (…)». Debería poner: «(…) al joven el sonido (…)».
    Un saludo, Lord! 😊

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    1. La batalla de los Campos de Pelennor, en efecto. Con la carga de los rohirrim y todo eso, para mi gusto, magistralmente filmada por Jackson. La batalla de Helm, por cierto, me gusta más en el libro, me parece más «realista», mientras que Jackson hace un refrito de El Álamo con toques que me resultan sencillamente absurdos.
      Gracias por pillar el fallo, lo edito pero ya 😉

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