La semilla (XVI)

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¡Que siga la fiesta tentaculada! (La obra es de Mat Sadler, en https://www.artstation.com/artwork/3waaJ)

El olor a sangre era algo palpable, como si una neblina escarlata se hubiera aposentado en la planta baja de la comisaría de policía; Ignacio lo sintió como una bofetada física, tal fue el asalto a sus sentidos cuando dejó la sala de informática.

Sus otros dos compañeros habían negado con la cabeza cuando les dijo que deberían ir a ver qué pasaba, prefiriendo quedarse ahí ante los gritos y disparos que se escuchaban.

Con precaución, había asomado la cabeza y salido al pasillo. Se encontraban en el piso superior de la comisaría y estaba casi seguro de ser, junto a sus compañeros, el único que no había bajado. Un escalofrío le recorrió cuando pensó que, de hecho, quizá fueran ellos tres los únicos todavía vivos en el edificio, porque un silencio ominoso y pesado se enseñoreaba del lugar, mucho más impactante que el estruendo que había terminado hacía unos momentos.

Tragando saliva, Ignacio colocó un pie en el primer escalón. Nunca se había considerado un héroe, pero ahí estaba, movido por la curiosidad.

Dio otro paso, y el crujido de la madera le pareció tan fuerte como el bocinazo de un camión. No pasó nada, así que se encogió e hizo un gesto de fastidio y siguió bajando. Para cuando llegó al piso inferior, se había convencido de estar a salvo y adoptó cierto aire de resolución.

Por eso mismo, se quedó petrificado cuando contempló la apocalíptica escena. Miembros arrancados, cuerpos destrozados y sangre, sangre por doquier: en el suelo, en las paredes, derramándose sobre las mesas y cayendo hacia abajo provocando un inquietante sonido de goteo. Los presentes habían sido asesinados de una forma brutal, maníaca, convirtiendo la comisaría en un matadero de pesadilla.

Aun totalmente sobrepasado por la magnitud de lo que contemplaba, Ignacio se fijó en que no todo estaba muerto y quieto. De un cuerpo destrozado, irreconocible, surgía una forma cuyos límites se desdibujaban de modo continuo, una viscosa y cambiante oscuridad que le provocaba mareos al mirarla. Estaba cerca de una pared, e Ignacio vio horrorizado que sujetaba un brazo cercenado de uno de los muertos, y que con la sangre que manaba, estaba grabando un mensaje en una pizarra, dejando letras carmesíes para ser vistas por quien fuera, pero solo comprendidas por alguien muy específico.

No sabía qué hacer. Temía moverse siquiera un milímetro, no fuera a llamar la atención de la cosa, pero tampoco quería quedarse ahí, arriesgándose a que le descubrieran. Era incapaz de tomar una decisión, petrificado en el sitio, pero el monstruo decidió por él.

Un grueso tentáculo salió disparado del cuerpo que era su portal de acceso a este mundo, la carne mutilada de su amigo Javier, y en lo que dura un parpadeo, le alcanzó. Notó un dolor punzante y terrible en el pecho. Bajó la vista y vio que el extremo del tentáculo se había afilado hasta convertirse en una estaca puntiaguda, penetrando en su carne hasta atravesarle el corazón. La sangre le subió a la boca y se derramó, pero no sintió nada más, porque estaba muerto.

La oscuridad, cumplida su misión en esa realidad, se replegó sobre sí misma con lentitud, volviendo a entrar en el cuerpo del que había surgido, y quedó reducida a unas meras volutas, jirones negros que se disiparon en el aire con un ruido implosivo muy bajito.

Detrás de sí dejaba el mensaje escrito con sangre: “TENGO A TU HIJO”.

Rebollo comenzó a verter el café recalentado en la taza mientras bostezaba. Con la mano libre, encendió la televisión y seleccionó el canal de noticias. El primer sorbo casi se le atraganta al leer los subtítulos que informaban de un violento ataque a la comisaría de la Policía Nacional en la que trabajaba la oficial Utrilla. Seleccionó el navegador de Internet en la televisión dejando el café a un lado, olvidándolo por completo, y se metió en su periódico favorito para leer lo que había pasado.

No hacía ni una hora de eso.

–¡Mierda! –exclamó, marcando el teléfono de Lucía–. Joder, joder…

–¿Sí? –respondió una somnolienta Lucía. Había rechazado el ofrecimiento de Rebollo de quedarse en la tienda, en el sofá, y, como era muy tarde, no había querido molestar a Ignacio, así que se había metido en la primera pensión que encontró, cayendo dormida como un tronco en la cama sin quitarse siquiera los zapatos.

–¡Lucía! ¡Oficial! –se corrigió con rapidez, pues pese a las cosas que habían compartido la noche anterior, no creía que hubiera suficiente familiaridad aún entre ellos para llamarla por su nombre–. Debemos vernos de inmediato.

–Hummm. –Lucía se removió en la cama y el cabello le cayó sobre la cara. Apartándolo con un soplido, miró el reloj. Había dormido solo unas cuatro horas. No obstante, conforme pasaban los segundos se encontraba cada vez más alerta, fruto de una vida acostumbrada a dormir poco–. ¿Ha pasado algo?

La policía debía haber captado su tono de urgencia y nerviosismo, así que Rebollo respiró hondo y contestó:

–Sí, pero es mejor hablarlo en persona. Quedemos en diez minutos en la tienda, ¿de acuerdo?

–Media hora –dijo ella–. Quiero ducharme.

–Bien, en media hora –concedió él, mirando el reloj y dirigiéndose hacia el dormitorio para vestirse.

Lucía se metió en la ducha preguntándose qué ocurriría, y se sintió vigorizada por el suave tacto del agua templada sobre su piel. Su mente comenzó a repasar las locuras que había visto y oído hacía pocas horas, pero que bien podrían haber sido una vida atrás. Todo ello parecían jirones oníricos, fragmentos de irrealidad ahora que la luz del día era la reina y señora en el mundo.

Seguía pensando, o más bien tenía la certeza, que esos dos eran un par de chiflados, pero que sabían algo, por lo que había decidido seguirles el juego. Incluso pensaba que las cosas más extrañas que había visto, como esa figura de un gorila parlante, habían sido producto del cansancio, la tensión o incluso que podía deberse a las sustancias que se suelen quemar en ese tipo de tiendas. Así que, cuando había hablado con ellos, había asentido y asentido, lanzando alguna pregunta intentando sacar información viable, porque algo le decía que, en realidad, Rebollo y Sanz eran los únicos capaces de ofrecerle una pista sobre el paradero de Javier. En un plano más visceral, reconocía que su investigación carecía de cualquier otra dirección probable, así que, si no quería meterse en un callejón sin salida, debía, por el momento, formar una alianza con esos dos.

Lo último que estuvieron hablando fue sobre algo así como utilizar la conexión empática que compartían ella y Javier, afianzada por la relación amorosa entre ambos, que les permitiría encontrar un camino que seguir para llegar a él. Todo ello, trufado de palabras como ritual, eterialidad, lazo argénteo y comunión de esencias. Como habían decidido realizar el… “ritual” al mediodía, la llamada de Rebollo la escamó, pero decidió no quebrarse más la cabeza.

Lo que fuera, sería.

Se puso una camiseta que había comprado la tarde anterior y que demostraba con un gran corazón su amor por la ciudad en la que vivía, así como unos pantalones cortos, negros, que aliviarían el elevado calor que esa semana estaba haciendo. Pagó al hombre de la recepción por la noche de estancia, que se despidió de ella con un nada efusivo “buenos días”.

Aunque era pronto aún, el sol ya apretaba, y el que la noche pasada no hubiera corrido una brizna de aire para refrescar el ambiente acentuaba la sensación térmica.

Iba a ser un día infernal.

En cuanto llegó a la Maison de la Magie, Rebollo le indicó que pasara a la trastienda y cerró tras ella, colocando el cartel de cerrado visible desde la calle. Ella hizo un ademán interrogativo con la cabeza, pero Rebollo le volvió a indicar la parte trasera, así que ella se dirigió hacia allá, encontrando a Sanz sentado, leyendo un libro con unas gafas de anticuado aspecto, sin patillas, sobre su simiesca nariz achatada. Lucía ahogó un gemido de sobresalto, y la criatura le sonrió mostrando sus grandes dientes.

–Más vale que se acostumbre a mi forma real, oficial –dijo–. Mantener un hechizo de apariencia es algo muy costoso… y que cansa mucho.

–No… no hay problema –respondió Lucía, inquieta, sintiendo de nuevo cómo las convicciones que había racionalizado bajo la ducha se deshacían como un azucarillo en el té.

–Bien –dijo, cerrando el libro y apartándolo. Lucía no alcanzó a leer el título en la cubierta del todo, aunque incluía una palabra, hermetic, en inglés–. Ha pasado algo que trastoca todos nuestros planes, pero, por favor, le pido que mantenga la calma y la compostura. Se lo ruego encarecidamente, porque un comportamiento irreflexivo sería nuestro peor enemigo ahora, ¿entiende?

Ella asintió con gesto extrañado.

Rebollo entró y se colocó apoyando la espalda en el estante de los libros.

–No sé cómo decir esto… –comenzó–. Así que seré directo: Han atacado su comisaría.

–¿Qué? –preguntó Lucía.

–Ha habido… en fin, creemos que nuestro enemigo ha hecho un movimiento terriblemente audaz –aportó el gorila–. Por supuesto, no hay imágenes del interior, pero nuestra sospecha es que ha tenido lugar una masacre.

–Todo el edificio está precintado –aclaró Rebollo mientras Lucía seguía sin poder procesar lo que estaba oyendo–, y la prensa habla de disparos, muchos disparos, por lo que se cree que ha sido un ataque terrorista.

–Pero no lo ha sido –dijo Lucía, temblando de furia, sintiendo la ira rezumar por todos los poros de su piel, harta ya de formar parte de una historia que se empeñaba en zarandearla de un lado a otro–. Ha sido el… enviado, como le llamaron ustedes, ¿no es así?

–Me temo que sí, querida –dijo el gorila, atreviéndose a adoptar un acercamiento afectivo para mostrar su simpatía.

–Matemos a ese hijo de puta –masculló entre dientes la policía.

¡Sigue leyendo!

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27 respuestas a “La semilla (XVI)

    1. Sí, su mundo se está derrumbando, pero en vez de venirse abajo, reacciona. Eso es lo que quería (y suelo hacer en mis textos con los personajes femeninos): hacerla creíble y fuerte, alejada del rol tradicional que durante mucho (y por fortuna, menos ahora) se les ha dado.

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  1. Está superinteresante. Tengo que volver a reiterar lo macabro que me parece todo! Y el ataque a la comisaría, ‘maemía’ 😨 Pelos como escarpias… Aun así, enganchada me tienes.
    Cosillas, siento la extensión 😆
    – Tercer párrafo, dos verbos estar muy juntos. Propongo cambiar el primero por «Se encontraban en el piso superior… y estaba casi seguro…».
    – Sexto párrafo, hay una enumeración y creo que debería de haber dos puntos. Así «… sangre por doquier: en el suelo, en las paredes…»
    – Noveno párrafo, dos gerundios demasiado juntos hacia el final «buscando, atravesandolo».
    -Cuando Lucía se está duchando (he perdido la cuenta de los párrafos) hay un error de concordancia: “… le parecía jirones oníricos, fragmentos…» El verbo debería estar en plural ‘parecían’.
    -Yo pondría una coma rn la frase «lo que fuera, sería»
    -Quinto párrafo por el final, sobra una ‘ha’: «Por supuesto, no ‘ha’ hay imágenes…»
    Abrazo, Lord! 😊

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    1. Nada de sentirlo, cuantos más detalles apuntes, mejor quedará el texto al final. Vamos con ello:
      -Bien mirado. Recuerdo que ayer, cuando lo revisé antes de colgarlo, me fijé en esos dos verbos estar, pero al final no lo cambié. Así que sigo tu recomendación 😉
      -Correcto. Los dos puntos dan una pausa mayor que introduce mayor tensión. Cambiado 🙂
      -Cierto, queda fatal. Lo cambio a «(…) estaca puntiaguda, penetrando en su carne hasta atravesarle el corazón»
      -El plural la lié ayer al repasar: quería quitar el «le» y debí quitar la «n» del verbo. Ya me vale 🙂 Es decir, que lo dejo como «Todo ello parecían jirones oníricos»
      -Yo también la pondría. ¿Por qué no lo hice? Ah… quién sabe…
      -Estuve un poco tartamudo, pues. Lo quito 🙂
      Mil gracias por todas las indicaciones, Lidia 😉

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