La semilla (XIX)

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CAPÍTULO CINCO

La niña había dormido bien esa noche. La tarde anterior el calor se había derramado sobre las calles del pueblo de tal forma que parecía que iba a fundir las aceras, pero la casa se refrescó gracias al viento proveniente de la sierra cercana. Lucía incluso tuvo que cubrirse con la suave manta de algodón a media noche.

Sonriente, aunque legañosa, se vistió y bajando las escaleras de dos en dos para lavarse y eliminar todo rastro de sueño en su cara antes de desayunar.

Su madre la esperaba con un tazón de leche en la mano.

–Buenos días –dijo, y la niña se sentó a la mesa, balanceando los pies que le colgaban.

–Hola, mamá –respondió cogiendo la cuchara, no viendo el momento de hundirla en el tazón porque, cuanto antes acabara el desayuno, antes saldría de excursión con su mejor amiga del mundo, Rosa.

–¿Has mirado el aire de las ruedas? –preguntó su madre mientras vertía la leche y Lucía empezaba a remover el azúcar y el cacao en polvo, tiñendo el blanco líquido.

–Sí –contestó; antes de acostarse, había engañado a su padre para que, bomba de aire en mano, hiciera que la presión de las ruedas de la bicicleta fuera la perfecta.

–Pues tened mucho cuidado –sentenció, antes de volverse al fregadero, a los cacharros y perolas.

–Sí, mamá –contestó ella con un mohín. Parecía mentira que su madre no se enterara que ya tenía ocho años, y que el mundo no podía hacerle daño, porque ya era mayor y sabía muchas cosas. Eso le decían en el colegio, por sus buenas notas. Que sabía muchas cosas.

Casi se atragantó al comer las galletas untadas en la leche, provocando que su madre le riñera por atolondrada, pero terminó en escasos cinco minutos. La bicicleta, ese maravilloso regalo del cumpleaños pasado, le esperaba apoyada en la pared de la casa de dos pisos propiedad de sus padres.

Lucía se montó en ella y comenzó a pedalear hacia la casa de Rosa, que la esperaba en su puerta y la saludó agitando la mano cuando la vio acercarse; Lucía hizo sonar el timbre varias veces, haciendo que un par de vecinos la miraran algo molestos. El aparato ortodóntico de su amiga le produjo una risilla floja, como siempre que abría la boca, y se fijó en que la cara de Rosa, surcada de pecas, parecía más tostada que de habitual.

–¿Vas a ir así? –le preguntó Lucía, señalando el vestidito blanco que llevaba Rosa; esta se encogió de hombros–. No es una ropa muy buena para ir con la bici por ahí.

–Mi padre –contestó ella subiéndose a su bicicleta, un poco más grande que la de Lucía, dado que antes había pertenecido a su hermano mayor– me ha dicho que me ponga esto.

Lucía hizo un gesto que bien podía indicar que, en realidad, le daba igual. Lo que importaba era que el ancho campo se extendía ante ellas, dos valientes exploradoras pedaleando por las sendas que bordeaban los sembrados, internándose en el pequeño bosque que había a la falda de las lomas cercanas. Dos intrépidas mujercitas que descubrían el sabor de la libertad al dejar atrás el reducido mundo de la casa familiar y la escuela, teniendo como único límite sus propias fuerzas.

–He hecho un par de bocadillos –dijo Rosa, antes de salir, y Lucía reparó entonces en la mochila que colgaba a su espalda.

Dejaron atrás, con la energía propia de la infancia, las últimas casas del pueblo que flanqueaban una carretera comarcal apenas asfaltada, llena de baches que las niñas esquivaban riendo, y pronto se internaron por un camino de tierra que discurría paralelo a los campos de labranza, jalonado a intervalos regulares por los mojones que indicaban la propiedad de los mismos. Había numerosos agricultores trabajando, dedicados a la tarea de recolectar las hortalizas y verduras, hermosas dádivas de la naturaleza que festoneaban la tierra mostrando sus colores verdes, rojos y naranjas. El sol se había levantado dispuesto a no dar tregua, como si estuviera ofendido por el descenso térmico de la noche anterior, y todos aquellos que Lucía y Rosa veían sudaban a mares. Algunos, los menos, las saludaron al pasar cuando las niñas agitaron las manos, gritando “¡adiós!”.

Giraron a la derecha y las lomas se irguieron frente a ellas, en lontananza, a una distancia lejana, un país prometido de cuento de hadas hacia el que se encaminaban mientras cantaban canciones que sus padres les habían enseñado.

Aspiraron la fragancia de los matorrales de hierbas olorosas, de tomillo y retama, de espliego y salvia, que crecían a su alrededor, salvajes y libres como un jardín paradisíaco cuyo cuidador ha decidido abandonar sus tareas. El trino de los pájaros enmudecía cuando se acercaban a los árboles en los que estaban posados, retomando su armoniosa cantinela cuando las niñas habían pasado.

Aunque los árboles empezaron a aumentar en número y tamaño conforme avanzaban, los rayos de sol seguían cayendo sobre ellas, y la luz arrojaba sombras juguetonas sobre sus cuerpos, conformando extraños dibujos.

Un buen rato después, cuando habían recorrido una larga distancia, echaron pie a tierra. Rosa señaló hacia delante.

–¿Lo oyes? –preguntó.

Lucía se puso las manos en las orejas, buscando amplificar el sonido, pero sacudió la cabeza negando.

–¡Es el riachuelo, boba! –le dijo Rosa, riendo–. Vine aquí con mis padres la semana pasada. ¡Ya verás qué bonito!

Lucía sonrió e imitó a su amiga; retomaron el camino empujando las bicicletas.

–Paramos ahí y nos comemos el bocadillo.

–Pero si acabamos de desayunar –protestó Lucía, mirando el reloj; no obstante, descubrió que llevaban ya tres horas fuera de casa, y lo cierto era que el ejercicio le había abierto el apetito.

–Pues me como el tuyo también.

–¡No, no! –se apresuró a replicar Lucía–. Me lo como, me lo como.

El riachuelo, un pequeño curso de agua que saltaba cantarín entre piedras y ramas que se inclinaban hacia él, era un lugar hermoso, umbrío pero no siniestro, con una pequeña zona despejada de vegetación en la que ambas se sentaron, comiendo en silencio. Cuando terminaron, se tumbaron una al lado de la otra, mirando al cielo. Rosa cogió la mano de su amiga.

–¿Es bonito o no? –inquirió.

–Mucho –respondió Lucía.

–Pues esto no es nada. –Rosa la miró apoyando el codo en la tierra, con mirada traviesa–. Luego seguiremos el río hacia arriba y te enseñaré una cueva que es una pasada.

–¿Una cueva? –preguntó Lucía, sintiendo un escalofrío. La mera mención de la palabra la asustó–. Prefiero no ver cuevas, la verdad.

–¿Te dan miedo? –preguntó Rosa, sacando la lengua.

–Pues un poco –concedió algo avergonzada–. Son oscuras y frías, y puede haber osos.

–¡Aquí no hay osos! –Rosa rio ante la ocurrencia–. Y la cueva no está fría, ya verás. Además, hay luz. Se ve muy bien.

–¿Y eso? –Lucía no estaba muy segura.

–Las paredes brillan –respondió–. Te lo juro, se ve muy bien.

–Te creo –concedió Lucía, pero la sensación de inquietud creció en su interior todavía más.

Sin embargo, antes de ir en dirección río arriba, decidieron seguir tumbadas un ratito más. El rumor del agua y el sonido de las ramas de los árboles meciéndose adormilaron a Lucía; la niña cerró los ojos escuchando la suave respiración acompasada de su amiga.

Los cerró solo un ratito.

¡Sigue leyendo!

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22 respuestas a “La semilla (XIX)

  1. Leído y disfrutado, a pesar de las siguientes sugerencias u observaciones o como lo entiendas mejor:

    En el segundo párrafo, según las normas… deberías poner una coma antecediendo a «aunque».

    En el tercero, entiendo que te has olvidado incluir el recipiente que contenía la leche.

    En el quinto «del mundo» creo que no aporta nada y que basta con su mejor amiga.

    En el noveno, qué te parece si en lugar de «con sus buenas notas» lo sustituyes «por sus buenas notas».

    En la siguiente intervención soy incapaz de imaginarme a alguien apoyándose en un codo: «–Pues esto no es nada. –Rosa la miró apoyándose en un codo, con mirada traviesa–. Luego seguiremos el río hacia arriba y te enseñaré una cueva que es una pasada». Creo que con mencionar el lugar donde está apoyado el codo sería suficiente.

    Y en esta, la verdad es que no encuentro concordancia: «–¿Te dan miedo? –preguntó Rosa, sacándole la lengua». Quedaría mejor algo así: «–¿Te dan miedo? –preguntó Rosa, con sorna, con la intención de ridiculizarla».

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    1. Gracias por las aportaciones, sugerencias o lo que sea 😀
      -Razón tienes. Esa frase la reelaboré ayer antes de colgarla y se me olvidó la comita de marras.
      -Pues sí, juro que ahí había un tazón. Lo borraría sin darme cuenta 😀
      -Bueno, ese «del mundo» creo que sí aporta, siempre y cuando se tome como una aproximación a la mente infantil. Es decir, eso que dicen las niñas de «somos las mejores amigas del mundo». Por ahí va el tema.
      -Tienes razón, «por» es mejor.
      -Pues sí, ahí falta la tierra. Se habrá ido con el tazón de la leche, a echar unas copas 😀 😀 😀 Cambio a «apoyando el codo en la tierra»
      -Lo cierto es que tu sugerencia me parece un tanto agresiva en un contexto de dos amigas. No se trata de ridiculizarla, sino de burlarse con cariño. Sin embargo, ese «sacándole» no me gusta. Voy a dejar un «sacando la lengua»
      Gracias mil!

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      1. Sí, por eso cuando se trata de algo más que una mera tilde que se olvide, o una coma que se pase, le doy una vuelta a la redacción, como ha sido el caso 😉

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  2. Ay, qué interesante un flashback a la niñez de Lucía!! Esto sí que no me lo esperaba!! Y claro que tendrá que ver con algo del futuro, creo que algo intuyo!! 🙂 🙂 Me encanta!!
    Debo decir que la foto es preciosa. Ese entorno natural es digno de visitar!
    Cosillas:
    – En el segundo párrafo hay algo que no me suena bien, jeje (lo siento) hay una doble redundancia. Por un lado dices: «(…) bajó las escaleras (…) para bajar al baño» El uso de bajo-bajar no me gusta. Y luego dices: «(…) para bajar al baño y lavarse para eliminar» Muchos «para». Qué te parecería así?: «(…) para bajar al baño y eliminar (…)». Es solo una idea (ya sabes).
    – En el párrafo 16 (ma o meno) hay una repetición de la palabra tierra: «(…) como hermosas dádivas de la tierra, festoneaban la tierra (…)».
    – Me pregunto si la coma en la seiguiente oración es necesaria (sí, ya lo sé, eres un maniático de la puntuación y te encantan las comas!! jeje). Solo piénsatelo: «Giraron a la derecha, y las lomas se irguieron «.
    ¡Abrazote!

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    1. No te vas lejos, no te vas lejos. Tampoco es que sea un flashback en sentido estricto, pero… me callo 😉
      -Tienes razón. Tanto bajar, va a acabar en los infiernos 😀 Lo cambio a algo parecido a lo que propones: «bajando las escaleras de dos en dos para lavarse y eliminar todo rastro de sueño (…)»
      -¡Fuera esa primera «de la tierra»! 🙂
      -Pues no, no es necesaria. Otra coma que muerde el polvo 😀
      ¡Gracias mil!

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  3. Estoy muy sorprendida por la imagen tanto idílica dentro de la historia de terror. ) Parece a un flashback, aunque creo que no lo es y tienes una idea más ingeniosa, algo como el país de Nunca Jamás o algo así, o un juego de imaginación y recuerdos. Sí, ya recuerdo lo de la cueva o túnel del capítulo anterior, por donde se ha metido Lucía para buscar a su hijo, pero se ha encontrado a si misma de niña junto con su amiguita. 🙂 Bueno, me gusta tu curso de los pensamientos, espero que las explicaciones vengan con la parte siguiente. 🙂 Quería tambien aportar un granito de arena con doble «de la tierra», pero como veo, ya lo has corregido (aunque a mí me parece que se necesita algún complemento para las «dádivas» (¿de la naturaleza?). ¡Un abrazo!

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    1. No te vas lejos. Pero no digo más, porque si no, se chafa la lectura. Lo cierto es que me preocupaba un poco que el cambio narrativo fuera muy abrupto y quizá no se entendiera, pero al haber terminado el capítulo con Lucía metiéndose en un túnel y empezando este de forma «idílica», como dices, las conexiones estaban ahí, y las habéis pillado muy bien 🙂
      Lo de las dádivas tienes razón. Veamos… ¡Ya está! Cambio un poco más la frase: «hortalizas y verduras, hermosas dádivas de la naturaleza que festoneaban la tierra »
      ¡Saludos!

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