El romance del falso caballero: capítulo 6 (XIV)

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6: (I) (II) (III) (IV) (V) (VI) (VII) (VIII) (IX) (X) (XI) (XII) (XIII)

Perceval
La tentación de sir Perceval, de Arthur Hacker

Elin ahogó un grito llevándose las manos a la boca. ¿Habían llegado tarde, entonces? No obstante… si se lo habían llevado hacía poco…

—¡Aún podemos salvar al Bello! —exclamó, comenzando a andar hacia la salida de la celda con aspecto decidido.

—Pero, Elin… —protestó Firdánir.

—No. Sin peros. —Elin ni siquiera se volvió para hablarle. La testarudez volvía a adueñarse de sus actos y dijo—: Si existe la más mínima posibilidad de llevarlo de vuelta a Camelot, no puedo rendirme. A fin de cuentas, soy miembro de la Tabla Redonda. He sido armada por el mismísimo Rey Arturo. Y he jurado defender el sueño de Camelot.

»Así pues —concluyó ahora echando un rápido vistazo por encima del hombro, hacia atrás—, daré mi vida si es necesario. Pero la daré intentando rescatar a mi amigo.

Al elfo se le descompuso el rostro en un gesto de auténtico dolor físico. La joven no entendía, o le daba igual, que si se lanzaba a los brazos del señor del castillo estaría regalándole lo que más quería en el mundo: obtener a Elin para rasgar la frontera entre los mundos y conquistar Inglaterra.

Elin había huido de quienes la perseguían… solo para lanzarse de cabeza a su perseguidor. Por desgracia, ya había mostrado que, cuando algo se le metía en la cabeza, no había quien se lo sacara, por lo que lo único que podía hacer, una vez más, era seguirla e intentar protegerla, aunque dudara mucho de la existencia de un dichoso final en un futuro cercano.

Perceval asintió cuando le preguntó si podía andar y fueron tras la joven, que ya les sacaba varios pasos de ventaja y se asomaba a la puerta enfrentada a aquella por la que habían entrado en el pasillo de las celdas, contemplando una escalera de piedra que subía. Se giró con una sonrisa de triunfo y se caló de nuevo el casco del guardia élfico antes de comenzar a ascender.

—Quizá deberíais quedaros, caballero —dijo Firdánir, preocupado por el estado de Perceval, pero este negó con la cabeza. El elfo pensó en que, a falta de una cabezota, tenía dos que manejar. Y ni siquiera contaban con ropas con la que disfrazarlo…

Cada escalón era una tortura para Perceval, que comenzó a resoplar fatigado enseguida. El elfo temió por el estado de sus pulmones, dado que quizá alguno de los golpes que habría recibido se los hubiera afectado en algún modo. Sin embargo, Perceval dio un paso tras otro, ayudado por Firdánir, hasta que llegaron al final de la escalera.

Elin los esperaba y dijo:

—He echado un vistazo. —Parecía contenta. Los ojos le brillaban de emoción—. No hay nadie a la vista y se oye un rumor, como cantos, de allá. —Señaló un punto de forma vaga—. Deberíamos seguirlos.

Firdánir enarcó una ceja, no muy convencido de la sabiduría del plan, si es que podía considerarse tal cosa, pero no protestó.

Avanzaron por el piso inferior de la construcción central del castillo del señor de los elfos, atravesando pasillos largos y en penumbra, como si a los habitantes no les gustara en demasía la luz, echando vistazos rápidos a algunas salas vacías junto a las que pasaban, hasta que el sonido de los cantos que Elin había mencionado se hizo más fuerte. Sabiendo que estaban en el buen camino, aunque ello supusiera meterse en una trampa, los tres alcanzaron una gran estancia de techo alto decorada con frescos de vivos colores que mostraban escenas de sangrientas batallas entre tropas de elfos y criaturas de horrendo aspecto, similar a las que pudieron contemplar cuando estuvieron en el castillo del barón Melquíades, retorcidas y libidinosas.

Una doble puerta, que duplicaba el tamaño de Elin, ahogaba un tanto el sonido de los cánticos pronunciados en una lengua extraña, pero muy musical, acompañados por algo que parecía el suave rasgueo de un instrumento de cuerda. Eran voces femeninas que se alternaban con las masculinas, preñadas de belleza y ritmo, y Elin no pudo evitar afirmar, aunque fuera algo que cantaban sus enemigos:

—Es muy bonito.

Sin embargo, Firdánir, pálido como la cal, meneó la cabeza negando y dijo:

—No, Elin. Si supieras qué están cantando, no dirías eso. —La joven la miró con gesto interrogativo y el elfo explicó—: Es lo que se canta previamente a cualquier ejecución.

¡Sigue leyendo!


13 respuestas a “El romance del falso caballero: capítulo 6 (XIV)

  1. Leído y disfrutado como ameritas, pese a ello, qué tal si en lugar de «Una doble puerta del doble del tamaño de Elin ahogaba un tanto el sonido de los cánticos…» lo sustituyes por algo así: «Una doble puerta, que duplicaba el tamaño de Elin, ahogaba un tanto el sonido de los cánticos…».

    Saludos

    Le gusta a 1 persona

  2. Leñe a que aparecemos en medio de un batallón y medio de elfos sedientos de sangre. Y el Bello que parece destinado a perder el cuello. Una situación más propicia para utilizar a la astucia que el valor. Lo mejor sería prender fuego al castillo y aprovechar la confusión. ¿A ver que sucede? Un abrazo.

    Le gusta a 1 persona

  3. Ay, mi Eilin!! Igual de impulsiva que yo!! Jejeje
    Eso de los cantos antes de una ejecución me ha dejao… 😨 Con los pelos de punta.
    PS. Intento ponerme al día. Pero, ¡¿cómo puedes escribir taaaanto y todos los días?!

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario