Capítulo 6: (I) (II) (III) (IV) (V) (VI) (VII) (VIII) (IX) (X) (XI) (XII) (XIII) (XIV) (XV)

Ya se preparaba la elfa para atravesar a Elin. Ya daba también pasos hacia Firdánir y Perceval la siniestra figura que había estado momentos antes a punto de decapitar al Bello, olvidando su tarea de verdugo. Elin mostró los dientes y se colocó en guardia, dispuesta a combatir hasta su último aliento, pero la voz potente y clara de Firdánir se elevó por encima del rumor de pasos sobre las baldosas de mármol, los bisbiseos ultrajados de los asistentes a la macabra ceremonia y el estruendo del acero al chocar entre sí:
—¡No! —El grito hizo que todos se volvieran hacia Firdánir, que tenía ambos brazos levantados y las palmas abiertas. Dejándose caer de rodillas, dijo entonces—: ¡Invoco el sagrado Ajik man duamar!
El rostro de Calau’dar’Onieril se convirtió en una máscara de furia cuando las mejillas le enrojecieron y, escupiendo cada una de las palabras, muy a su pesar, respondió:
—¿Quién eres tú que conoces tal rito?
—Firdánir ap Viassing, señor. Llamado en su día «El que siembra flechas en los corazones enemigos». —Se quitó con parsimonia el casco, revelando sus facciones. Un gemido ahogado surgió de la mujer que estaba frente a Elin. El yelmo rebotó varias veces cuando Firdánir lo arrojó a un lado. Parecía haber crecido en estatura y reflejar una menor edad ahora que Elin lo contemplaba bañado por la luz del extraño sol de ese mundo que se filtraba por los ventanales. Con una sonrisa aviesa, concluyó—: ¿Me recordáis, Calau’dar’Onieril?
—Sí —gruñó el elfo sentado en el trono, removiéndose inquieto—. Te recuerdo bien, traidor…
—¡No es momento para reproches! —interrumpió Firdánir—. Exijo que el sagrado rito sea contemplado, o que los dioses antiguos hagan descender la ignominia sobre tu cabeza, rey de los elfos.
Calau’dar’Onieril torció el gesto y apretó los reposabrazos de su trono con tanta fuerza que la sangre abandonó sus nudillos, pero, tras unos instantes que parecieron eternos, accedió:
—Sea. Que mi general Guedin’has quien acabe con tu vida, Firdánir.
—¿Qué? —Elin se apartó, sin quitar la vista de la elfa, colocándose entre el rey y su amigo.
—Lucharé por nuestra libertad. —Su voz era grave cuando apartó a Elin con suavidad para mirar a Calau’dar’Onieril a los ojos. Señaló al arrodillado Bello y dijo—: También por la de él. —El rey de los elfos se encogió de hombros, aceptando los términos.
—¡No! ¡Nada de eso! —protestó Elin—. ¡Yo seré quien luche!
Calau’dar’Onieril lanzó una carcajada y dijo:
—Acepto. Y no se hable más, Firdánir, o no habrá Ajik man duamar. —El tono lapidario del rey hizo que el elfo agachara la cabeza, sin replicar—. Y tú, muchacha… ¿Cuál es tu nombre? Dilo, para que mi general sepa a quien va a asesinar.
—Yo… —comenzó a decir Elin.
—Es Gisela —dijo con rapidez Firdánir. Elin lo miró de soslayo y entendió por qué el elfo mentía: no convenía que Calau’dar’Onieril supiera en realidad quien estaba frente a él—. Procede de la corte de Lyonesse y…
—Basta de palabrería. —El rey hizo un ademán con la mano, como espantando una mosca—. Lucha, Gisela, contra mi general Guedin’has. Lucha. Y muere.
Bueno por lo menos tendrá una oportunidad, a ver si sabe combatir contra el general o también mete la pata para variar. ¡Que se noten las clases nocturnas de esgrima que está tomando el autor a escondidas!
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Vaya. Me has pillado. Mi profe de estocadas y tajos es bastante dura, pero me está permitiendo ver cómo realizar una buena finta. Espero plasmar bien su ejecución cuando nuestra buena Elin tenga que combatir con el mostrenco este… 🙂
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Poco comento esta novela tuya, pero debo decir que cada vez me apasiono más y más. Muy interesante, Luis.
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Gracias, Yulia. Aún queda un tanto de cuerda en esta historia, que aunque la vaya escribiendo cada vez que cuelgo la entrada, tengo el esquema pensado 😉
¡Besos!
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Con que Gisela, eh?! Y qué es ese ritual del inferno!!! Menudos nombres jajajaja Ta guay! Continuaré en otro rato! Abrazo, Lord!
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No te digo lo que suelo sufrir para poner nombres o intentar cosas en idiomas inexistentes que no resulten patéticos… ¡Un abrazo para ti también!
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