EL NIDO DE PIRATAS
—¡Vamos, vamos! —El centurión gritaba como si le fuera la vida en ello y, en cierto modo, así era. Desgañitándose, buscaba inflamar el ansia guerrera de los hombres bajo su mando, procurando que saltaran a tierra lo antes posible y formaran una tortuga para evitar que los proyectiles sembrasen la muerte entre los legionarios—. ¡Esos bastardos están esperando a que les metáis la espada por el culo!
Inspirados por los gritos, maldiciones y órdenes que resonaban a lo largo de la playa, las galeras fueron quedando vacías, y la rapidez con que la maniobra de desembarco se ejecutó hizo que quedaran muy pocos cadáveres tendidos en la arena o flotando boca abajo, arrastrados por las olas.
Mucho más atrás, a una distancia segura, el general Gneo Pompeyo, apodado el Magno, contemplaba la llegada de una embarcación tras otra a tierra, satisfecho. La segunda fase de su plan para limpiar de piratas las costas del Mediterráneo había dado comienzo: los asaltos de legionarios a los cubiles de esas alimañas dejarían bien claro que Roma no iba a consentir más asaltos a sus naves. El mar sería, por fin, un lugar seguro en el que navegar.
Los escudos se elevaron por encima de las cabezas de los hombres y las tortugas así creadas avanzaron de forma lenta y pesada hacia los grupos de arqueros que disparaban intentando rechazar a los romanos. Los proyectiles rebotaban en los escudos o se clavaban en ellos sin herir a sus portadores, en un ejercicio de suprema futilidad. Roma seguía avanzando para llevar el orden, la paz y el progreso a todos los rincones del mundo conocido.
Los piratas no tuvieron ninguna opción. En cuanto los legionarios estuvieron lo bastante cerca como para que las flechas resultaran todavía más inútiles, desenvainaron sus espadas y comenzaron a tajar los cuerpos de los piratas, que morían aullando con los intestinos desparramados por el suelo, las gargantas tajadas de parte a parte y las manos cercenadas entre chorros de sangre.
La tortuga pasaba por encima de los cuerpos que se retorcían, rematándolos a pisotones de sandalias claveteadas con tanta facilidad como el molinero muele los granos de trigo para hacer harina.
Uno de los centuriones, satisfecho por el excelente trabajo de sus muchachos, se había quedado un tanto rezagado y se quedó mirando, divertido, a un pirata que había perdido la pierna izquierda por debajo de la rodilla. Dejaba un rastro de sangre al arrastrarse, y sus ropas, meros jirones que apenas cubrían su desnudez, eran amarillas. Eso le pareció, sin saber por qué, extraño: ropas amarillas, del color del oro.
Pasándose la lengua por los labios resecos, sacó el arma y se puso junto al pirata moribundo, buscando con ojo experto si en las manos del pobre diablo había algún anillo que poder arrancar de su dedo.
No lo había.
Contrariado, torció el gesto y metió el pie por debajo del torso del tipo, dándole la vuelta con una patada tan fuerte que hizo que el pirata dejara de respirar por el impacto.
El centurión contempló con gran pasmo la cara del hombre, si es que así podía llamársele. Sintió que el mundo daba vueltas en derredor y la cabeza pareció estallarle hasta que, por fin, le poseyó una náusea incontrolable y vomitó un torrente de bilis con el que casi se ahoga.
El pirata elevó una mano entre cuyos dedos había una membrana palmeada mientras le miraba con lo que parecía desafío en el rostro.
Un rostro deforme más allá de toda deformidad, de ojos saltones como los de los besugos que se venden en el mercado, sin párpados ni cejas que los coronasen, dos esferas de brillo apagado que resaltaban en una cara hinchada, abotargada, de mejillas redondas y carnosas, sin barbilla. Sus labios eran gruesos, y cuando se abrieron, revelaron que tras ellos no había ni un solo diente: solo encías de color negruzco. La nariz era bulbosa y las orejas casi no existían, reducidas a meros agujeros a los lados de una cabeza en cuyo cuello palpitaban unas hendiduras, tres pequeñas rajas paralelas que se agitaban con cada inhalación de aire del pirata… hendiduras que eran iguales que las branquias de los peces.
Quiero más! Pobres «tortugas» de tierra 😉
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Bien, bien. No te preocupes que para el viernes habrá otra ración lovecraftiana… si Cthulhu no lo impide 🙂
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Ph’nglui Mglw’nafh Cthulhu R’lyeh 😉
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😀 😀 😀
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Se puede ver la descarnada escena, se escuchan los gritos e incluso se huele a la repulsiva criatura.
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Me alegra entonces de haber resultado un tanto… repugnante si te ha gustado 🙂
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Repugnantemente bueno el relato 🙂
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¡Gracias! Ahí, a dar asquito con cosas lovecraftianas tentaculadas y bulbosas 🙂
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Es como cuando ves algún programa sobre enfermedades parasitarias, que acaba picándote por todo el cuerpo. No, en serio, las descripciones son muy buenas.
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😀 😀 😀 😀
Sí, no hay como hablar de piojos para que te pique la cabeza, siguiendo tu pensamiento…
No suelo incumplir la regla de las 3 características para describir un personaje en mis textos, pero, en este caso, hice una excepción para remarcar las deformidades del híbrido entre profundo y humano 🙂
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Sin duda alguna, se trata de un cuidado, elaborado y lacónico relato.
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¡Gracias, Francisco! 🙂
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Nada que agradecer y mucho por compartir.
Saludos
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Realmente repulsivo 😈. Enganchada hasta el final!
Un abrazo
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Y dado que la intención era provocar repulsa… ¡Misión cumplida! 😉
¡Un abrazo para ti también!
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Pompeyo limpió el mar de piratas en solo tres meses, aunque creo que no tuvo que vérselas con atunes lovecraftianos, quizá así le cueste un poco más.😉
Como siempre muy bueno. Besacos!
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Por cierto, décimo párrafo «Sintió (…), sintió» para mi gusto demasiado junto.😘
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Tienes mucha, pero mucha razón. Lo cambio, en el segundo «sintió» a «una náusea incontrolable le poseyó y vomitó un torrente de bilis con el que casi se ahoga»
¡Gracias! 🙂
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A mandar!😀
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Bien, menos mal que parece que no eran muchos los de la colonia de profundos estos… es de suponer que no hay muchos más, o si no, Pompeyo las va a pasar canutas, en efecto. ¡Un abrazo! 🙂
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Lord, sinceramente ya no me sorprende tu destreza para inventar este tipo de historias. Me encanta, antes yo no hubiera leído este tipo de textos, lo reconozco, pero tú eres el culpable, y ahora soy adicta, fíjate jajaja, eres grande amigo gracias. Besos a tu corazón.
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¡Bien! Otra conversa a los textos de terror con ciertos toques de repugnancia 🙂
No, en serio, me alegra que te guste, María del Mar. ¡Un abrazo!
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Muy interesante Luis, con su punto Lovercraftiano. Este promete, como siempre. 😊😊😊
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Gracias, Virginia. Forma parte de una serie de relatos cortos autoconclusivos que he empezado hace poco a colgar, y que, si te interesa (todos ellos lovecraftianos, como verás por el «título» común a todos ellos), los tienes en la sección «El ciclo de Cthulhu»
¡Un abrazo!
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Pues ya sabes que sólo con el titulo me engancha. Necesito leer un poco el resto de los relatos para ubicarme un poco en el ambiente porque con este siento que me he perdido algo, porque me queda en el aire un «¿Y?» que me molesta, Ok, el pirata era eso que era ¿y? El legionario lo descubrió ¿y? Ellos vencieron a todos los piratas ¿Y? ya se notaba desde el principio.
Sorry pero Lovecraft me hace ponerme babosamente serio.
Por cierto ¿me ilustras acerca de la regla de las tres características?
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😀 😀 😀 😀
No, no, la idea en este relato era contraponer la seguridad marcial de los romanos contra unos piratas que resultan ser algo horroroso. Pero nada más, sin explicación ninguna. Ponte en el lugar del centurión: llega a la playa, ve combatir a los hombres, se siente satisfecho por la fácil victoria… y se encuentra con el bichejo ese. Fuera del texto, tras terminarlo, podemos sobreentender que lo apuñala y lo mata asqueado, pero luego, aunque haya muchos más cadáveres de «pescados humanos», todos a fin de cuentas volverán a las galeras y lo racionalizarán pensando que eran tipos raros y salvajes, endogámicos y tal. Seguirían con su campaña, es decir, y los híbridos de profundos volverán a los rincones ocultos de la historia… de los que solo saldrán cuando, por azar, alguien llegue hasta ellos de la forma que sea.
Lo de la «regla» dice que, con el fin de no aturdir al lector con demasiados rasgos descriptivos en los personajes, lo mejor es no decir más de tres características de los mismos, que sean relevantes y lo suficientemente importantes como para identificarlos. Algo así 😉
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La verdad es que parece que es algo mio con este tipo de relatos pues pensando he recordado que me ha pasado con otros parecidos, necesito por decirlo de alguna manera de ese broche de oro, esa reflexión que justifique la existencia de la historia.
Yo, siempre desde mi punto personal y haciendo uso de esta misma explicación que me has concedido, quizás hubiese puesto un pequeño epilogo tras el climax a modo de:
«Los centuriones volvieron a la galera en silencio, Los gritos de júbilo y la algarabía del triunfo había ido apagándose paulatinamente a medida que la blasfema realidad iba colándose poco a poco en las mentes de los soldados, quizás algunos lo racionalizarían, después de todo ¿qué sabían ellos de las deformidades que una vida de excesos, vicios e incestuosa endogamia podría producir en el cuerpo humano?
Pero unos pocos, quizás los más listos, darían el paso mortal y abrazarían el frío del mar esa noche. »
Pero ya digo, es lo que yo haría con mi prologofilia.
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En efecto, ese pequeño epílogo daría la explicación y el punto final más… digamos cerrado a la historia. Sin embargo, en este «Ciclo de Cthulhu» he optado por narrar una escena, una simple escena, en la que el cénit, por lo general el final, sea el descubrimiento del horror, esa infiltración de lo macabro en la realidad del personaje que la contempla, aunque, en efecto, dé una cierta impresión de final no concluso 🙂
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Por eso menciono que es más una manía mía. Además como los otros múltiples comentarios aporrean mis convicciones sin ninguna clemencia no me queda otra que rendirme ante el peso de vuestra pluma.
Que me ha gustado igual, aunque no se haya entendido XD
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No, si entiendo tu punto de vista, claro que sí. Y si fuera otro el enfoque, sin duda que le daría más prólogo y epílogo, para que esta escena fuera la central, el clímax seguido de una parte final que aclarara o resolviera. Pero he preferido que sean textos cortos, para leerlos en un ratito 🙂
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Y dejarnos con ganas de más… ¿Eh?
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Pues sí, me has pillado 😉
Una gotita que, si gusta, es suficiente para querer más. Mucho, quizá empalagaría…
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En la variedad está el gusto, Aunque a veces como buen sibarita dan ganas de llenarse hasta el morro.
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Ah, pero insisto: un empacho muchas veces te deja sin ganas de probar de eso nunca más… 🙂
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Ojala nuestras panzas escucharan vuestros argumentos…
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Jejeje… nada, no me conmueve tu petición. Fragmentos y gotitas cthulhoideas 😀
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Que bien descrita la lucha Milord, creo que no era necesario la frase final que destaca la presencia de agallas, ya se había entendido perfectamente que luchaban contra una especie marina. Un abrazo.
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Sí, es redundante, pero ahí me he fijado en el maestro de Lovecraft, que a la hora de describir a sus «bichitos», siempre tiende a la adjetivación por exceso… ¡Saludos! 🙂
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Ah! Si lo hace Lovecraft, quién soy para enmendarle la plana?
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Pueeeeees… habría mucho que decir al respecto de la prosa de Lovecraft, la verdad (lo siento, pero a mí me parece un tanto plomiza, y eso que me he leído todo lo que hay de él, si no me equivoco 🙂 )
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Pavoroso e increíble. Has creado toda una escena digna de visualizar para introducir ese repulsivo personaje que casi podemos tocar, por mucho asco que de su viscosa piel. Buscaré ahora mismo si continua, por que has creado algo que merece ser continuado porque deja muchas preguntas.
¿Que pasará con el ser?¿y con el centurión? ¿Quien ganará esa batalla tortuga-humana vs humano-pez? ¿Habra más como el entre los piratas? Y un largo etc.
Genial otra vez.
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Gracias, de todo corazón.
Veamos, estos relatos de lo que vengo a llamar «El ciclo de Cthulhu» (en un alarde de originalidad, sí 😀 ), son autoconclusivos, pequeños fragmentos en los que no hay explicación, ni antes, ni después. Solo pretendo retratar el momento del descubrimiento del horror que se infiltra en la realidad en base a instantáneas rápidas. Así que, me temo que no, que esto es lo que hay.
Por ahora van cuatro, en los que se detecta la idea: confrontar los horrores lovecraftianos con diferentes momentos de la historia humana.
¡Un enorme saludo!
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