El romance del falso caballero: Capítulo 7 (II)

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7: (I)

Amphiptere 2

Firdánir contempló a la sierpe con ojos desencajados, incapaz de seguir avanzando por el estrecho camino que, a duras penas, habían empezado a recorrer unos momentos antes tras salir del túnel. Elin, justo tras él, lo empujó con suavidad y, con voz de urgencia, lo apremió:

—Vamos, Firdánir. ¡Debemos continuar!

El elfo miró el lento ascenso de la bestia, que se elevó en el aire con un pesado batir de alas correosas, y agitó la cabeza para intentar despejar la mente.

—Es el último draco… Creía que era una leyenda, pero aquí está… Calau’dar’Onieril posee…

—¡Dejad eso para otro momento más oportuno! —estalló la joven. Lo hubiera zarandeado si no estuvieran en una zona tan precaria—. No tenemos tiempo que perder, ¡aquí no podremos defendernos!

Firdánir asintió a las palabras de Elin y comenzó a desplazarse con la espalda pegada al risco lo más rápido que pudo, una velocidad que no era mucho mayor que la que sus compañeros heridos podían alcanzar. Un coro de feroces aullidos y ladridos llegaba desde abajo, tan estridente que, pese a la distancia, les resultaba en exceso molesto. Ello, junto con la visión de la horrible montura alada, llenaba de temor sus corazones, pero Elin, aun herida, no dejó de animar a los otros:

—¡Vamos, caballeros! ¡Cuando lleguemos arriba, estaremos a salvo! ¡Solo unos pasos más y podremos volver a nuestro hogar! —La joven sentía un dolor punzante en el costado, pero no estaba dispuesta a desfallecer y, aplicando presión sobre la herida todavía sangrante, apretaba los dientes y daba un paso tras otro mientras decía—: ¡Casi estamos, Perceval! ¡Solo unos pocos pasos más, Bello Desconocido!

Sin embargo, los mastines del rey de los elfos habían captado su olor. La jauría se lanzó hacia el acantilado y pronto encontró el túnel, por cuya entrada desaparecieron. La elfa que montaba la sierpe, contemplándolo, elevó la vista y los vio, cuatro motas superpuestas contra la pared a la luz del astro que iluminaba el mundo yermo en un perpetuo ocaso de cielos inflamados.

La elfa tensó las gruesas riendas de cuero con las que dominaba su montura y la hizo elevarse hasta alcanzar la altura de los cuatro fugitivos. Perceval gimió y dijo, desesperanzado:

—Es el fin…

Ella los miró y sonrió de forma aviesa, saboreando el momento previo a aquel en que ordenaría a la sierpe lanzarse contra ellos, pero no contó con que Firdánir, para entonces, ya había recuperado la sangre fría y, pese al escaso sitio para maniobrar con que contaba, colocó una flecha en el arco y disparó con rapidez y certeza, con el objetivo de alcanzar a la jinete de los vientos.

No obstante, reaccionó con rapidez y dio un brusco tirón a las riendas haciendo que la criatura girara en el aire de modo portentoso, aunque no lo suficiente como para evitar por completo el proyectil, que se clavó en el lomo de la sierpe. Esta lanzó un berrido grave y salvaje y voló, para alejarse del origen del dolor, en dirección contraria al acantilado, lo que fue aprovechado por Elin y sus compañeros para recorrer la distancia que los separaba de lo alto del mismo.

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