La sombra dorada: La carga del Regimiento Kirion

Virginia Alba Pagán, autora de «La niña mágica», que ya fue reseñado en este blog (he aquí el enlace), compañera del Círculo de Fantasía (enlace, aquí), ha tenido a bien dedicarme esta amable reseña de mi novela «La sombra dorada» (se puede visitar aquí). Y, como bien sabéis, me toca corresponder con este humilde regalo que espero que disfrute ella y disfrutéis quienes lo leaís. ¡Mil gracias, Virginia!

Y no dejéis de visitar su web, que es esta misma.

LA CARGA DEL REGIMIENTO KIRIONportadafinal.png

Viryana estiró la espalda intentando, en vano, aliviar el dolor que sentía en las posaderas tras tantas horas cabalgando. Aunque sobre la silla de cuero había puesto una mullida manta de algodón, sus nalgas no parecían notar la diferencia y no veía la hora de escuchar la orden de descabalgar.

Por desgracia, esa orden no llegaría. Al menos, aún no.

La general Serena había hecho que los regimientos de caballería convergiesen en el flanco oriental del gran ejército que Vetero estaba lanzando contra los salvajes sureños en respuesta a su ataque contra las regiones fronterizas del imperio. Según estaban comentando los oficiales en esos momentos, una parte de la horda se había desgajado del cuerpo principal enemigo, adentrándose en el norte como una plaga de langostas.

—Bien —dijo Tania a su lado, tras lanzar un escupitajo que a punto estuvo de alcanzar a un compañero cercano—. Parece que vamos a partir unas cuantas cabezas.

Viryana asintió, pero la sonrisa cortés con que respondió a sus palabras disimulaba la tensión que sentía en su interior. Había sido jinete de la caballería semipesada veteresa desde hacía ya quince años, pero su experiencia en combate era, como en casi todos los presentes, casi nula: apenas algunas escaramuzas con pequeños grupos de salteadores o intervenciones de tipo policial en las aldeas cercanas a la guarnición de Kirion, donde estaba destinada. No podía decirse que fueran una unidad que hubiera probado su valía en el campo de batalla.

Aunque, siguió pensando, lo mismo podría decirse de casi todo el ejército que comandaba Serena. Hacía décadas que el Imperio vetero vivía en paz, tras las guerras de conquista que llevó a cabo el belicoso Aitón II, sumido en una época próspera y de tranquilidad en la que los principales dimes y diretes con los estados cercanos eran relativos a acuerdos comerciales y tasas aduaneras.

Sin embargo, ahí estaban, a punto de lanzarse a la carga contra un enemigo real y numeroso que amenazaba esa paz, que mataba y saqueaba las tierras de Vetero pisoteando a sus hijas e hijos.

No se podía consentir, y Serena había prometido aplastar a esas bestias sedientas de sangre en un discurso hacía dos días que inflamó el corazón del ejército. Viryana había gritado tan enfervorizada como el resto, aclamando a su aguerrida comandante.

Con la mano en la lanza cruzada y el culo dolorido, sin embargo, las cosas parecían menos heroicas: el sudor que resbalaba por su cuero cabelludo no era solo producto del calor que hacía esa tarde. Confiaba en que, una vez escuchado el toque de trompa que lanzara al regimiento contra el enemigo, la sensación que amenazaba con paralizarla pasara y se convirtiera en una jinete más, una pieza de una máquina demoledora que arrollara a los sureños.

Si aguzaba el oído, podía escuchar unos cantos surgidos de gargantas beodas que, lo más probable, hablasen de cosas obscenas en su asqueroso y gutural lenguaje.

—¿Los oyes? —preguntó a Tania. Esta asintió y volvió a escupir, echando luego un generoso trago de agua de la cantimplora. Viryana acarició la crin morena de su caballo, Festós, y dijo—: ¿Crees que formaremos parte de la primera ola?

—¿Si cargaremos en la primera cuña? Imagino que sí —respondió la otra rascándose la mejilla—. El regimiento está muy adelantado, mira. —Señaló las filas formadas mucho más atrás de ellas y Viryana comprendió lo que quería decir.

—Sí —asintió—. No hay mucha gente por delante de Kirion.

—Míralo por el lado bueno: Tocaremos a más sureños hasta que lleguen los nuestros. —Recalcó su bravata con una mueca chulesca y una risotada.

—¿Tienes a alguien en casa? ¿Esperándote?

Tania la miró enarcando una ceja, sorprendida por el cambio tan brusco de tema, pero asintió y respondió:

—Sí. El inútil de mi marido y dos críos. De siete y tres. Chico y chica.

—Yo también —explicó Viryana. De repente, había sentido unas ganas enormes de hablar de su vida privada al margen de su trabajo en la guarnición, lo que era muy extraño al pensar que en muy pocas ocasiones había contado nada de ella misma en todos esos años de servicio militar—. Una niña, quiero decir. Ari. —El rostro se le iluminó al pensar en su pequeña, la luz de su vida y su amor—. Hace cuatro días cumplió diez años.

—¡Ay! —se lamentó Tania, dándole un golpecito amistoso en el hombro—. ¡Te perdiste su cumpleaños…!

—Sí, pero…

Se encogió de hombros, asumiendo que la celebración tendría que esperar a que volvieran de la guerra. Pensar en ello le hizo pensar en que… a lo mejor… no volvía…

No hubo tiempo para más pensamientos o conversaciones. Se oyó el sonido que habían estado esperando. El auxiliar que transmitía las órdenes, cercano al puesto de mando, hizo sonar la poderosa trompa, encontrando su eco en las muchas otras que se repartían a lo largo del ejército, y los capitanes de caballería de los regimientos comenzaron a berrear para movilizar a quienes estaban bajo su cargo:

—¡Vamos! ¡Jinetes de Kirion! —decía el superior de Viryana con rostro enrojecido, gritando a voz en cuello—. ¡Cargad! ¡Por Vetero! ¡Cargad! ¡Kirion! ¡Kirion! ¡Kirion!

Los cascos de los caballos golpeando sobre el suelo fueron los golpes dados en el tambor de los dioses esa tarde. Cientos de gargantas gritaban el nombre de sus regimientos mientras adelantaban las lanzas para ensartarlas en los cuerpos de los enemigos semidesnudos que hormigueaban frente al ejército veterés.

Viryana lanzó a su caballo en apretada formación y vio a Tania gritando. Mostró los dientes, aferró con fuerza las riendas con su mano izquierda y, con la derecha, hizo que su arma apuntara hacia delante.

Hacia el sureño que se encontraba en su trayectoria, con la intención de atravesarlo de parte a parte, de golpear con tal fuerza que lo convertiría en fosfatina. Ya lo imaginaba: el enemigo lanzado hacia atrás por el terrible impacto y los gritos de terror y confusión al ver que el regimiento Kirion entraba, junto a otras unidades hermanas, en la masa de salvajes.

Siguió cargando, sin dejar de gritar:

—¡Kirion! ¡Kirion!

La carga del Regimiento Kirion


19 respuestas a “La sombra dorada: La carga del Regimiento Kirion

    1. Voy a tener que consultar el tema del «aun/aún» con la compañera, profesora de castellano, que me comentó que la RAE había decidido que se podía poner sin tilde en los dos casos, obviando su función diacrítica. Hasta no hace mucho, no tenía idea de tal cosa y diferenciaba aun/aún, pero al hacer una búsqueda ahora, no he encontrado nada. A ver si se me ha equivocado la profe 😀

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  1. Delicioso!
    Muestras de manera estupenda la valentía a pesar del miedo y también la dedicación excesiva (imagino) a un trabajo que obliga a perderse cosas en el ámbito familiar. Dos temas muy actuales: igualdad, conciliación ¿Puede ser?😊

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    1. Vaya, vaya… ¿ahora nos dedicamos a extraer metáforas de nuestra sociedad actual en mis relatos de fantasía? 😀
      Bueno, sí, tienes razón. Es una lectura. Como siempre que hablamos de madres trabajadoras, sale el tema de la conciliación. Así que, sí, tienes razón.
      Otra lectura, claro, es el homenaje a Virginia y su hija, mencionada en el relato, a quien dedica su libro «La niña mágica».
      Y la igualdad, como siempre en mis textos, también.
      Bueno, no vamos a exagerar, que son 1000 palabras de nada 😉
      ¡Un abrazo!

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  2. Muchísimas gracias, Luis, me ha encantado el relato y a la peque también. Es un regalo estupendo, y como siempre un placer leerte. El verme como una gran guerrera me ha hecho encontrarme con ese lado mío insurrecto y aventurero. Gracias por hacerme soñar.
    Un abrazo,
    Virginia Alba

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    1. A ti por tu tiempo, Virginia. Disfruto con estos pequeños regalos y, si os gustan, me siento muy satisfecho. Además, así la edición corregida y aumentada de «La sombra dorada» tendrá muchas más páginas 😀 😀 😀

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    1. ¡Gracias! Solo una cuestión al respecto de la mayúsucula que señalas. En el caso de las palabras (lo dice la RAE, que sepas que yo prefiero ambas palabras con mayúscula, como dices, pero en fin…) «Revolución» e «Imperio», el adjetivo que las sigue va en minúscula («Revolución francesa», «Imperio romano», etc.). Cosas de la RAE 🙂

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      1. Tienes razón. Me suelo equivocar bastante con el uso de las mayúsculas en este aspecto (por lo que te he dicho que no estoy de acuerdo con la visión de la RAE al respecto, pero en fin, cuando escribo, me intento plegar a lo que «ordenan»), y soy consciente de que, en la novela, lo he puesto con mayúsculas, con minúsculas, así, asá, de la otra forma… Un caos. Para cuando la corrija y saque la edición ampliada, unificaré el criterio a lo que dice la RAE, es decir: Imperio vetero 😉

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