Fuego sobre Vietnam

FUEGO SOBRE VIETNAM

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Shoggoth, por The Dragon of Doom (vía http://thedragonofdoom.deviantart.com/art/The-Shoggoth-269307931)

Pulso la pausa en el reproductor, porque la narración está a punto de convertirse en un cuento fantástico y perturbado. La imagen se congela frente a mí en el aire y me toqueteo el fino bigote que adorna mi labio superior mientras contemplo la holografía. El cabo Rust, Stephen Rust, permanece quieto con las manos moteadas por la vejez frente a él, interrumpido en mitad de una frase. Me recibió en la habitación de su residencia para la tercera edad de Tampa, Florida, con una sonrisa amable en su rostro anciano y regordete, aunque tuve que ser muy insistente para que accediera a una entrevista.

“El último soldado de Vietnam”. Creo que es un gran titular para los servidores de noticias, una entrevista con interés humano a un héroe de guerra siempre es bienvenida en estos tiempos inciertos de conflictos virulentos, resistencias ultramontanas y guerrillas urbanas. Mirar hacia atrás, a guerras entre quienes eran identificados con claridad como buenos —nosotros— y malos —ellos— ofrece un consuelo, un alivio a nuestras extrañas vidas de mediados del siglo veintiuno.

Además, si la entrevista se hace a alguien que no ha concedido ninguna nunca y que es el último de los muchachos destinados a luchar contra los rojos con vida… bien… el impacto en las redes informativas debería ser mayúsculo, ofreciéndome beneficios con los que tirar una buena temporada.

Debería, he dicho, porque ahora no estoy muy seguro de esto. Quiero decir… podría editarlo cortando la última parte, pero la entrevista carecería de final, quedaría cortada de forma abrupta y zafia. No. O la publico entera, o no la publico.

Ya es una putada que al viejo se le haya ido la cabeza justo en los últimos dos minutos, la verdad.

Abro una cerveza para intentar aliviar el maldito calor de Miami, porque la red eléctrica, sobrecargada con el uso de tantos aparatos de aire acondicionado, ha saltado hace tres días por los aires y no tiene pinta de arreglarse. Por lo menos, las botellas tienen su propio sistema de enfriamiento y el líquido no sabe a meado de vaca.

Repaso lo que el abuelo me dijo hasta el momento en el que lo he pausado, ahí, en medio de su pequeña habitación, con la cama que recibe la brisa gracias a una ventana situada justo al lado de la misma, un armario pequeño que contiene la escasa ropa de Rust, un par de sillas —en las que estamos sentados— y poco más. El papel pintado de las paredes es nuevo, quizá puesto este mismo año, con motivos florales que recorren el camino del suelo al techo retorciéndose como hiedras en dos dimensiones.

El cabo me había hablado de su pertenencia a la 1ª División de Caballería Aérea, la primera unidad del ejército estadounidense que utilizó el transporte en helicópteros para llevar a cabo asaltos contra las posiciones enemigas. En 1970, él tenía veinte años, y era uno de los miles de muchachos de clase baja reclutados para luchar contra el comunismo en un país perdido en el culo del mundo, acojonado ante la perspectiva de su primera misión como el resto de sus compañeros. Era el único negro en el pelotón de seis hombres que viajaban en el helicóptero, gente con la que llegó a desarrollar cierta amistad bajo el fuego granizado de las balas y cohetes de los charlies.

Me habló de varias misiones, de asaltos complicados, de muertes absurdas y muertes heroicas, de momentos de terror y momentos de regocijo, de lo que hacían entre misiones en el campamento, y lo que no deberían haber hecho en los permisos, con esas visitas a los prostíbulos camboyanos… Me habló de muchas cosas interesantes y con gran potencial periodístico pero, al afrontar el relato de su última misión, pocos meses antes del final de la guerra, la sonrisa abandonó su rostro y una nube —no sé si de preocupación o terror— pasó por delante de sus ojos.

Di la orden verbal de continuar la reproducción, y el anciano dijo:

—… el lago Nui Coc. Era como un pequeño mar caribeño, ¿sabe? ¿Ha estado ahí?, ¿en el Caribe? De aguas azules, bordeado por una vegetación exhuberante y maravillosa. Si no fuera por el ruido del rotor del helicóptero, hubiera parecido que estábamos sobrevolando el maldito Paraíso. Era hermoso. Las aguas del lago se agitaron a nuestro paso, y ahí se acabó la paz del sitio.

»El piloto nos indicó que nos preparáramos y nos atamos a las cuerdas de rapelar para bajar en el momento que nos dijo… Y en cuanto tocamos tierra, todo se fue a la mierda.

»No hubo ni un puñetero aviso: Varios cohetes salieron de entre la espesura e impactaron contra nuestros helicópteros. Los cinco cayeron al lago convertidos en un amasijo de chatarra y llamas. Estábamos jodidos, porque, además, los charlies comenzaron a disparar desde todos los sitios. Rodeados, superados en número por enemigos invisibles que dominaban el terreno, sucumbimos al pánico y comenzamos a correr como locos. Por fortuna, todos en una misma dirección.

»Y por un milagro, no hirieron a nadie. Ni una bala acertó, joder, ¿sabe lo raro que es eso en esas circunstancias? En fin… hubo suerte, sí. Así que corrimos y corrimos hasta que llegamos a un sitio que nos hizo desear habernos partido la cara con los vietnamitas.

Rust se retrepó en la silla con un rictus de dolor mirando a un punto indefinido delante de él. Lo había animado a seguir hablando y él, sacudiendo la mano como para espantar una mosca, siguió diciendo:

—Fue en una cueva. Aunque quizá sería mejor decir que se trataba de una oquedad en la tierra, como uno de esos malditos túneles que el vietcong tenía repartidos por todo el territorio… pero mucho más grande. Lo habían excavado en el suelo, en una zona carente de vegetación y algo inclinada; sin pensar en lo que hacíamos, nos metimos por ella y encendimos las linternas para disipar las tinieblas que nos consumieron. Gracias a los conos de luz, pudimos ver que se trataba de un túnel que mantenía la anchura de la entrada sin disminuir lo más mínimo, pero las paredes eran regulares, lisas, y al pasar la mano por ellas, rezumaban una sustancia pegajosa que me produjo arcadas al sentir que estaba deslizando la palma por algo que, pensé, no debería existir en este mundo. O quizá creo que lo pensé entonces, considerando lo que vi, no sé.

»Me había quedado algo rezagado. Eso fue lo que, estoy seguro, me salvó la vida. Mis compañeros se toparon con lo que moraba en el túnel, y los gritos de terror comenzaron a retumbar en el espacio junto con los disparos de rifles que lanzaban, sin éxito alguno, contra la criatura que se cernía ante nosotros.

»Era una gigantesca forma gelatinosa, más grande que un camión de dieciséis ruedas, de color negro brillante y en cuya superficie se creaban sin cesar burbujas y ampollas que reventaban produciendo chasquidos repugnantes. Se movía como una babosa, sin ningún tipo de apéndices o extremidades, tan solo una masa viscosa y maléfica que rodaba sobre sí misma para avanzar a una rapidez mucho mayor de la que cabría esperar dado su tamaño.

»Se abalanzó contra mis compañeros, que poco pudieron hacer salvo morir entre aullidos de agonía al sentir su carne consumida por un ácido que los hizo chisporrotear, desprendiendo un aroma desagradable y acre que inundó el ambiente.

El anciano hundió la cabeza entre las manos y concluyó su terrible historia:

—No me avergüenzo de lo que hice. Salí corriendo, gritando de puro terror, mientras a mi espalda resonaban los gritos. Corrí y corrí sin importarme que me pudiera cruzar con guerrilleros del vietcong. Corrí sin hacer caso de los calambres de las piernas, del incendio en mis pulmones, del loco martillear de mi corazón que amenazaba con reventar por el esfuerzo. No sé cómo, pero logré llegar hasta un puesto destacado del ejército estadounidense, desde donde fui evacuado al campamento situado a las afueras de Hanoi. Esos días son una neblina, una especie de pesadilla en la que algunas imágenes fragmentadas no me permiten trazar un relato coherente aunque, según supe después, en mi locura parece que logré convencer de la necesidad de un ataque aéreo con napalm contra las márgenes del lago, deseando que el fuego acabara con el monstruo. Los superiores creyeron que destruirían una posición enemiga.

»Alguna noche, tantos años después… —A Rust se le escapó una lágrima—. Aún escucho el bramido de la criatura del túnel: ¡Tekeli-li! ¡Tekeli-li!

Fuego sobre Vietnam


19 respuestas a “Fuego sobre Vietnam

  1. Una vez más terriblemente impresionante!
    Me tienes esperando toda la semana tus relatos.
    ¡Qué forma de manejar acontecimientos históricos para tus historias! Es maravilloso como creas una realidad tan bien definida que hasta la parte fantástica parece real.
    La narración no tiene ni un solo pero, es un texto redondo.
    Enhorabuena.
    Quedo a la espera del siguiente.

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  2. Muy bien hilado, fantasía-realidad acaban difuminadas gracias al poder de tus letras. El narrador en primera persona me ha gustado y aunque es difícil he conseguido imaginarme al pobre yayo solo con las descripciones del periodista. Enhorabuena!

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    1. ¡Gracias! Quería experimentar un poco en un texto pequeño con el cambio de narrador, con una primera persona que describe el momento para luego convertirse en un «narrador omnisciente» (más o menos, al dar pie al abuelete) que es sustituido por otra primera persona pero autobiográfica. No ha quedado confuso, lo que era el objetivo 🙂

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  3. Ufffffffff, peor que la misma guerra y ya es decir mucho. Normal que no se avergonzara por salir corriendo por puro terror. Por muy valiente que sea un ser humano ante un monstruo como los que tú prodigiosamente inventas, es imposible no c…….. de miedo. Eres increíble, amigo. Mi admiración siempre y un beso a tu alma.

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    1. Gracias, María del Mar, siempre tan amable 😉
      En efecto, reflejar la crueldad y el horror de la guerra (su sinsentido incluso cuando hablamos de «guerra justa») es una cuestión que siempre me interesa reflejar. La introducción de un elemento horroroso fantástico en el horror bélico (real) no hace sino acentuar ese sentido.

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    1. En efecto, me he centrado en el uso del arma por excelencia utilizada por los EEUU en Vietnam, aunque sea mencionándolo solo de pasada: cualquiera sabe qué es el horror del napalm sobre territorio vietnamita con solo leer la palabra.
      Además, en teoría, a este gigantesco monstruo lovecraftiano solo hay algo que le pueda hacer daño (aparte de magias y todas esas cosas…): el fuego 😉

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