La sombra dorada: La última voluntad de maese Mario

Lídia, del blog Mis historias y otros devaneos (he aquí el enlace), colgó una fantástica reseña… bueno, no. Reseña, no. Ella dice que no hace reseñas, sino que da su visión . Así que colgó su visión de La sombra dorada (enlace aquí), lo que, como siempre, me hace muy feliz y me obliga (yo mismo me obligo, nadie lo hace, claro) a escribir un pequeño texto dedicado a la compañera, recomendando su maravilloso blog. Y también tengo que recordar que su excelente libro de microrrelatos, Mis historias y otros devaneos, se puede adquirir en Amazon (en este enlace).

Por ser una persona estupenda, una profesional de primera y una escritora divertidísima, este texto va con todo mi cariño.

LA ÚLTIMA VOLUNTAD DE MAESE MARIOportadafinal.png

—Ábrete, maldita…
Lyda siguió trasteando con las ganzúas esperando escuchar el “click” que le indicaría el éxito en su empresa. Llevaba demasiado tiempo intentando abrir la puerta y en cualquier momento uno de los guardias de Terencio podría pasar por ahí, dando la alarma y obligándola a salir corriendo. Se secó el sudor de la frente con la manga de la capa oscura con la que cubría su menuda figura y giró de nuevo la muñeca para hacer que la herramienta encajase en el punto que…
Click.
Sonriendo, abrió con mucho cuidado la puerta de la bodega y se deslizó en el interior, dándose un momento para que sus ojos se adaptasen a la oscuridad reinante, apenas atenuada por la luz lunar que entraba por unos pequeños ventanucos. Cuando descubrió la escalera que bajaba al piso inferior, donde se encontraban los toneles en los que se almacenaban ingentes cantidades de vino procedentes de los campos aledaños, se dirigió de puntillas y con cuidado de no tocar nada. Era famosa entre las gentes de los bajos fondos de Intolusa por actuar como una sombra, alguien que nunca jamás dejaba huellas de haber estado en las casas que desvalijaba. Una fantasma.
En el piso de abajo, la oscuridad era total, pero las indicaciones de Sarisa, su patrona, habían sido claras: deslizó la mano por la pared izquierda hasta que encontró una cadena de hierro y tiró de ella dos veces, contó mentalmente hasta cinco y volvió a tirar. Con un quejido, uno de los paneles que cubrían las paredes excavadas en la tierra se desplazó hacia dentro revelando un pasaje recto, al fondo del cual se apreciaba una tenue luz anaranjada.
La ladrona caminó por él, llegó hasta la antorcha que marcaba con su fulgor el final del corredor y abrió otra puerta oculta, accediendo al interior de la mansión de maese Terencio, el barón que gobernaba estas tierras desde que su padre muriera hacía un año… un estúpido orgulloso y prepotente cuya principal virtud era ser miembro de una de las familias más poderosas del imperio Vetero. Arrugó la nariz al pasar justo por delante del óleo que lo representaba a tamaño natural, un joven en la veintena, atractivo, de pómulos altos y labios finos, vestido con ropas que debían costar más del doble del sueldo anual que Lyda recibía por su trabajo legal, el que ejercía fuera de las sombras de Intolusa.
Silenciosa como una pantera, subió las escaleras que conducían a la planta superior y eligió la tercera puerta a la derecha. Sobre un hermoso escritorio de nogal se encontraba su objetivo. Abrió la caja de plata, un contenedor ovalado en cuya tapa había labrado un bajorrelieve de exquisitas formas, y se aseguró de que el testamento de maese Mario, el padre fallecido de Terencio, estuviera dentro. Desplegó el pergamino, echó un rápido vistazo y asintió aprobadora, metiéndolo en uno de lo múltiples bolsillos de su capa tras plegarlo con mimo.
Solo quedaba recorrer el camino a la inversa pero, cuando pasó por delante del retrato de Terencio, se lo quedó mirando y no pudo evitar mostrar los dientes en una sonrisa felina al pensar en cómo mejorar la obra pintada.


La dama Sarisa acudió a ver a Lyda a su trabajo, tal y como habían quedado. La escuela era un lugar público y no era extraño ver damas de la alta sociedad de Intolusa pasando por sus dependencias, interesándose por la marcha de los estudios de sus hijos o comprometiéndose a realizar donaciones de su fortuna particular para sufragar los estudios de los niños más desfavorecidos.
Sarisa contemplaba con sus hermosos ojos azules —tan azules como los de su hermano— a la profesora, una cabeza más pequeña que ella, pero cuyo cuerpo rezumaba energía por cada uno de sus poros. Lyda agitó su melenita morena y rizada y entregó el testamento a Sarisa, que lo escondió con rapidez en la ancha manga de su vestido rosado.
—No hubo ningún problema —dijo Lyda mirando a un par de niñas que pasaron junto a ellas correteando—. Todo fue como la seda.
—¿Nadie te vio?
—No, no. —Lyda negó con la cabeza remarcando su respuesta—. Imagino que los criados estarían bastante más relajados que cuando el señor se encuentra en casa.
Sarisa rio y asintió.
—Seguro que sí —observó—. Mi hermano pone los nervios de punta a todos los que tiene cerca. Es un don. —Soltó una nueva carcajada.
—¿Y usted? ¿Todo bien en la capital? —inquirió Lyda.
—Sí. Los emperadores han fallado en contra de él, así que mi parte de la herencia está asegurada. Mi padre debe estar revolviéndose en su tumba, viendo que quiso saltarse la ley y que no le ha servido para nada.
—Me alegro, la verdad —dijo Lyda—. El mundo ya es bastante duro para nosotras como para que encima nos pongan más trabas. —Sarisa asintió coincidiendo con ella y Lyda continuó—: Creo que hasta aquí ha llegado nuestra relación. No quiero ser grosera, pero…
—Lo entiendo. —Sarisa extendió la mano y Lyda la tomó con una sonrisa sincera y amistosa—. Es mejor que no nos vean mucho rato juntas.
—Sí. Una cosa más… —Lyda bajó la voz obligando a la dama Sarisa a agacharse para escuchar lo que decía—. Dejé una pequeña firma de mi trabajo; espero que no le moleste…


Al volver a la mansión familiar, Sarisa creyó entender el porqué de tanto revuelo: habían robado el testamento de su padre y su hermano estaría como loco pensando en quién había sido tan audaz y sinvergüenza como para llevar a cabo el asalto. La ira de Terencio estaría volcándose sobre los pobres criados que no detectaron al ladrón —ladrona, sabía Sarisa que era—, prometiendo despidos y castigos que no podía llevar a cabo si no quería enfrentarse a un nuevo juicio, esa vez, por violencia contra el personal a su servicio. Bastante escaldado había salido del litigio contra su propia hermana y que lo había llevado a apelar a los propios emperadores en el Salón del Palacio del Estatuto, en la capital veteresa, solo para llevarse un buen chasco.
Lyda había aprovechado la ausencia de Terencio para entrar en la casa, llevarse el testamento para que Sarisa lo custodiase como un recuerdo de su triunfo y…
Sarisa se echó a reír a mandíbula batiente al contemplar lo que Lyda no había podido resistirse a hacer. El enorme retrato de su hermano Terencio, colgado en la pared frente a la entrada, había sido pintarrajeado con trazos groseros y burdos, destrozando para siempre la obra hecha a mayor gloria de su hermano, y unas letras junto a la figura pintada decían: “SOY UN NIÑO BOBO QUE TIENE MIEDO DE LAS MUJERES”.

La última voluntad de maese Mario


14 respuestas a “La sombra dorada: La última voluntad de maese Mario

    1. Pues no me he basado en nadie, la verdad…
      Estuve pensando en vincular la historia a ese otro texto que hice de las Rosas (no sé si te acuerdas), pero al final, lo he dejado así, que se me haría excesivamente prolijo en subtextos para el tamaño que tiene 😉
      Me alegra que te guste. ¡Abrazote de vuelta!

      Le gusta a 2 personas

  1. Muy chulo el regalito!!! Lyda, no se por qué mi cerebro leía como Lydia😊, muy avispada, cae bien, jajjaa.
    A este paso, Lord, vas a tener para una tercera entrega sólo de subtramas😉. En ningún momento pierden calidad ni interés.
    Besacos!

    Le gusta a 1 persona

  2. Es un regalo excelente e imaginativo Milord. Gracias por compartirlo. Un abrazo.
    P.S. Es sabido que a la menuda figura le gustaría calzar unos comodos Manolos, por si la fortuna de vuecencia medra de manera desmedida a consecuencia del incremento de ventas por causa de la reseña. ¿Quién yo? Aún no tuve tiempo de leerla.

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario