Renato, el agente castrato: El nuevo destino.

EL NUEVO DESTINO

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Palacio ducal de Génova.

Los presentes escuchaban atónitos a Su Excelencia el dux Battista Negrone. El hombre, haciendo uso de su buen juicio —según decían sus partidarios; los enemigos que tenían en el Serenísimo Colegio no lo tenían tan claro—, había adoptado el sistema de elección por doble sorteo que lo había nombrado a él dirigente de Génova para la adjudicación de destinos de los cónsules de la república.

Renato, como muchos otros de los representantes diplomáticos, veía una serie de problemas dejando el asunto al azar. Quizá los espías no se desenvolvieran de forma correcta en el consulado al que fueran adscritos. En casos extremos, incluso podrían tener problemas al no conocer la variedad dialectal —cosa muy probable si se les mandaba al sur o, peor, a Sicilia—. Y, por supuesto, estaba lo que más preocupaba a Renato: podía acabar dando con sus huesos en Nápoles, donde tenía pendiente de pagar una sustanciosa cuenta a unos cuantos prestamistas.

—¿Dónde quieres que te toque? —El espía a su lado le tironeó de la manga con poca delicadeza para llamar su atención al hacer la pregunta. Era más joven que él, y se le veía en el rostro una emoción que Renato era incapaz de sentir.

—¿Es tu primer destino? —preguntó.

—Sí. —Extendió la mano para presentarse—. Soy Vittorio…

—¡Chist! —Renato mandó que callara con cara de enfado—. ¡Nada de nombres, por la Santa Madre de Dios que es María! ¿Acaso no os han enseñado jamás a revelaros?

—Yo… —Bajó la cabeza avergonzado al cometer tan terrible error de novato.

—Mejor callad —ordenó Renato—. Empieza el sorteo.

Los espías se removieron inquietos tras haber escuchado el procedimiento que, en realidad, era más simple que el seso del príncipe francés: cada uno de ellos, por orden de edad, se acercaría a la bolsa que sujetaba un asistente del dux y sacaría una bolita con un número. Luego, el propio dux miraría la hoja en la que cada número casaba con un destino para el espía y se lo diría, agradeciendo su participación.

Las ciudades comenzaron a ser adjudicadas: Roma, Venecia, Nápoles —Renato suspiró aliviado al escuchar el nombre—, Florencia… Pese a haberse librado de los napolitanos, los mejores destinos ya estaban repartidos para cuando le llegó el turno. Había alguno de ellos que podría resultar interesante pero, en lineas generales, eran ciudades menores en las que mucho trabajo no daría suficiente fruto que lo justificara al encontrarse lejos de los grandes centros de intrigas políticas.

La única un poco interesante era Turín, pero la situación en la que Francia se mostraba cada vez más ansiosa por presionar en la zona hacía que fuera demasiado volátil. Renato decidió que, si pudiera optar, escogería una de las demás, confiando en que el siguiente destino fuera mejor.

Por supuesto, su maldita mala suerte se le rió en la cara.

El dux dijo, con una ancha sonrisa:

—¡Bola siete! ¡Turín! —Renato masculló una maldición—. ¡Felicidades! —Renato volvió a decir un juramento en voz baja: el dux podra meterse las felicitaciones en el culo y retorcerlas.

Decidió jugarlo todo a la carta más alta:

—Excelencia —dijo. El dux enarcó una ceja, sorprendido por la violación del protocolo—. Permitidme unas palabras.

Sin saber muy bien la manera en que reaccionar, el dux hizo un ademán permitiéndole hablar. Renato se aclaró la garganta y, con ampulosos gestos de los brazos, dijo:

—Como bien sabe su Excelencia —Renato hizo una cortés inclinación de torso—, he servido a la República estos últimos años en numerosos destinos de gran dificultad. —El dux asintió, aunque Renato no supo si lo hacía por cortesía o porque, en efecto, lo sabía—. Nada más lejos de mi intención el criticar la bondad y, sobre todo, equidad de este sistema de reparto de destinos, pero os hago notar que en Turín ya desempeñé mis labores por espacio de siete meses no hace mucho. Si hay algo que valoro por encima de todo, Excelencia, es el aprendizaje.

»La gente como nosotros tiene que estar continuamente aprendiendo su oficio, las redes políticas, los intereses que se tejen de una región a otra… Y Turín poco tiene que enseñarme. Si acaso, nada.

—¿Y qué queréis decirme? —El dux no pudo aguantarse las ganas de intervenir, previendo lo que Renato quería pedir.

—No por mí, señor. —El espía se giró hacia el novato, Vittorio, y lo señaló con gracia—. Por él. Se ve a todas luces que está muy verde, y que un destino como Turín, plácido y sin peligro real pero con numerosas cosas que aprender, será un excelente maestro de escuela para él.

Vittorio se señaló el pecho con el índice y abrió la boca, pero de repente recordó dónde estaba y su papel, y la cerró con rapidez.

—Me parece razonable —dijo el dux tras reflexionar un momento. Se acarició la barbilla y sentenció—: Tenéis razón. Sacad vuestro número —ordenó a Vittorio— e intercambiadlo.

El novato hizo lo que le decían y, cuando pasó junto a Renato, incluso le guiñó un ojo en agradecimiento. En su fuero interno, el resabiado espía sentía un calor muy agradable y tuvo que luchar con todas sus fuerzas para evitar que una sonrisa triunfal le asomara al rostro.

El nuevo destino


22 respuestas a “Renato, el agente castrato: El nuevo destino.

    1. PS.—Se me había olvidado comentar el cuento en sí. Creo que este hecho habla por sí solo. Está tan bien contado que hace que nos olvidemos de la forma y disfrutemos de un relato fresco y divertido, y del moooorrro que se lo pisa de Renato, con frases fundamentales como el deseo hacia el Dux o la mención a la inteligencia del gobernante francés.

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      1. 😀 😀 😀 😀
        Son las prisas de esta época 😉
        Lo cierto es que ha sido una cosita menor, poco preparada, una escenita de nada cuya única función era la de dar rienda suelta a Renato, sí…

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  1. He aquí algo que considero farragoso «Estaba, por supuesto, que el espía no se desenvolviera de forma correcta en el consulado al que fuera adscrito», ¿no sería mejor cambiar el verbo copulativo por «Daba» y el «por supuesto», por «hecho», es decir, «Daba por hecho…» para evitar la repetición del término?

    Saludos

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    1. Veamos. Cambiando a como sugieres, el texto cambia el sentido dado que no es una certeza, sino una reflexión sobre las potenciales catástrofes que pueden surgir del sorteo.
      Sin embargo, tienes razón en que es farragosa, una construcción que no aporta gran cosa, así que lo cambio a «Quizá los espías no se desenvolvieran de forma correcta en el consulado al que fueran adscritos», que creo que incluso da una mejor información de modo más simple.

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