El romance del falso caballero: Capítulo 8 (V)

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8: (I) (II) (III) (IV)2e8fc5d70647e3ecf02d57592837976e.jpg

Los cuatro permanecieron despiertos hasta altas horas, si bien la diversión fue más patente en los rostros de unos que de otros. Al final, sería el Bello quien, sin abandonar la expresión hosca que ornaba su rostro desde hacía horas, dijera que debían descansar pues, en caso contrario, serían incapaces de permanecer sobre sus monturas al día siguiente.

El resto del viaje transcurrió de la misma manera, con Niall comportándose como un galante caballero que entretenía a Elin con su conversación plagada de lindas palabras y hermosas anécdotas, mientras Perceval y el Bello permanecían retrasados, sumidos en un silencio lleno de resquemor por quien, creían, había robado el corazón de la dama Elin nada más llegar a su lado.

Lo cierto era que Elin respondía de manera positiva al guapo caballero, y a ojos de los otros dos parecía que se hubiera prendado de él, mas en el corazón de la joven no había sitio para tales sentimientos. Si hubieran sabido lo que ella pensaba, se habrían dado de golpetazos contra un árbol al creer que Elin era una dama tan superficial.

Si bien, por desgracia para ellos, también hubieran comprendido que en sus pensamientos tampoco había sitio para ellos. Ni Niall, ni Perceval, ni el Bello Desconocido. La mente de Elin, toda la fuerza de su espíritu en realidad, se encontraba centrada en una cosa, una tarea que había asumido como propia, en parte carga heredada por su familia, en parte escogida con libertad siguiendo las leyes por las que la Tabla Redonda se regía: Elin desentrañaría el misterio de su abuela Ula, y acabaría con el rey de los elfos de un solo golpe. O en los que hicieran falta.

Mientras tanto, nada había de malo en comportarse de modo amistoso con quienes, a fin de cuentas, eran sus compañeros de viaje.

—¡Helo ahí! —exclamó Niall, señalando al fin tras muchas leguas cabalgadas hacia una construcción algo ruinosa pero que, en tiempos, debía haber sido una hermosa villa al estilo romano enclavada junto a una zona acantilada. El olor a la sal marina les había acompañado desde que salió el sol ese día, y el rumor de las olas rompiendo con fiereza muchos pies por debajo de ellos creaba un ambiente extraño, casi mágico.

—¿Acaso sabéis también de geografía? —preguntó Perceval tirando de las riendas de su caballo para pararlo junto al de Niall.

Este se giró y, sonriente, dijo:

—Algo conozco de estas tierras, amigo mío. —Suspiró y miró hacia delante levantando la barbilla—. Cuando fui un niño, recorrí buena parte de esta costa. Así que, en efecto, sé que esto es el Cabo de las Almas Dichosas.

»Por lo que esa debe ser vuestra villa, dama Elin —concluyó girándose hacia ella.

Elin asintió, sabiendo en su fuero interno que Niall estaba en lo cierto. Era una cuestión instintiva, por supuesto, al no haber sabido nada de esa villa hasta que Firdánir la mencionó, pero tenía la completa seguridad de que estaban ante su destino. Hizo avanzar a Perlita y los hombres la siguieron en silencio, escuchándose solo el chacolotear de los cascos de los caballos.

La villa tenía una amplia porción de tierra despejada en rededor, que quizá, en sus buenos tiempos, hubiera sido dedicada a tareas de cultivo; en ese momento, no obstante, más bien parecía un erial pedregoso en el que muy pocas plantas —algún arbusto bajo de raquítico aspecto— crecían. Parecía como si una catástrofe se hubiera abatido sobre la zona, dado que no hacía mucho Elin y sus compañeros cabalgaban entre hileras de árboles recios y llenos de frutos así como de parcelas trabajadas por afanosos campesinos. Había un camino en el que aún se apreciaban los trabajos que en su día se hicieron para marcarlo, pues había trozos en los que la tierra desnuda dejaba ver alguna que otra losa de piedra. Por desgracia para ellos, lo que en su día fue un firme pavimento, presentaba numerosas irregularidades y tenían que manejar a sus monturas con sumo cuidado, para que estas no tuvieran ningún percance.

—Es probable que los labriegos hayan aprovechado las piedras de la calzada —especuló el Bello meditabundo—. A fin de cuentas, nadie parece vivir desde hace tiempo en la casa.

En efecto, la morada, una construcción rectangular de tamaño respetable, parecía abandonada hacía tiempo, y Elin se maravilló ante la rapidez con la que la naturaleza puede volver a adueñarse de aquello que los humanos dejan vacío: pese a la escasa vida que rodeaba la villa, las paredes de la casa mostraban el reinado de hiedras que parecían abrazar los muros demostrando que eran de su sola propiedad, y la techumbre presentaba zonas en las que las tejas se habían derrumbado al interior por la falta de mantenimiento. Era, de todas todas, una ruina, y la joven hizo una mueca de dolor al pensar en que ahí había vivido su abuela, a quien nunca conoció, en su exilio autoimpuesto.

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31 respuestas a “El romance del falso caballero: Capítulo 8 (V)

    1. Lo cierto es que estaba buscando imágenes de villas romanas y, claro, la mayoría estaban en ruinas cuando no eran las omnipresentes pompeyanas, así que me decanté por la que al final colgué. Palabrita: primero escribí y luego puse la imagen, no al revés 🙂
      Así que, siguiendo tu comentario de después, en efecto, no concuerda, pero nos hacemos una idea… a fin de cuentas, no busco que la imagen sea clavada a lo que describo 😉

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      1. Lo cierto es que intento buscar una imagen siempre, en todas mis entradas, que case con el texto, pero en ocasiones me tengo que alejar de lo descrito y coger algo que se parezca aunque sea remotamente porque, cuando llevo unos cinco minutos buscando la adecuada, se me aburre el alma y me rindo 🙂

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      2. Al hilo de lo cual, me hizo mucha gracia ver el otro día que una noticia de «El diario» sobre tecnología (creo que era sobre privacidad en la red, pero no estoy seguro) la imagen de «Atrapados en la red» (al ser libre de derechos, pues eso)

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      3. En este mundillo, desde luego que hay que dar lo máximo de cada uno, porque si no, como dices, no hay manera de descollar.
        Con mi ilustrador de La sombra dorada estoy muy satisfecho (me gusta su estilo tendente al comic, pero no exento de realismo fantástico), y, de hecho, además de encargarle la de «Resurge la plata», estamos en el proyecto conjunto de un comic histórico sobre Aníbal Barca… Como puedes ver, en mi caso estoy más que contento de haber dado con él, y he leído varias opiniones acerca de su trabajo que también gustan.

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      4. Buah, te agradezco las palabras, pero a fin de cuentas, esto no es otra cosa que un hobby. Lo que pasa es que, como dice mi madre, cuando me da por algo soy muy pesadico, y mi forma de ser concienzuda me hace que, lo que me propongo, esté bien hecho, junto a mi propia forma de ser… Pero lo dicho, mis esperanzas de futuro cercano y a medio plazo no pasan por ser un juntaletras 😀 😀 😀 😀
        Pero gracias, la verdad 😉

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  1. Realmente es fabuloso leerte amigo, me encantaron esas descripciones que haces y que parecen imágenes vivas y claras para los lectores. Me gusta el pique entre los caballeros, y el final de este capítulo es una verdadera reflexión, la naturaleza con el tiempo se apropia de lo que es suyo, de aquello que los humanos abandonamos. Una maravilla este capítulo, gracias. Besos a tu corazón

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    1. Gracias María del Mar. Siempre que describo obras humanas abandonadas, tengo en mente el maravilloso «El mundo sin nosotros», un ensayo que especula sobre lo que pasaría si, de repente, nos extinguiéramos. Por supuesto, la reconquista de los espacios por parte del reino vegetal sería digna de ver…

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  2. Bueno, se acabaron las vacaciones. Un edificio fantasma, un caballero ambiguo que es paisano de la abuela, otros dos caballeros cabreados y en celo, una Elin que no busca pareja en http://www.encuentranovio.es, y perlita, que va ramoneando todo el rato. Y unos «afanosos campesinos» —que digo yo que alguno vago habrá en la taberna, supongo— y «afanadores» de piedras… esto me recuerda cierta pieza en un museo ¿de Coruña? Era un prisma de granito ahuecado. Durante doce siglos había sido la tumba de alguien y durante otro tanto había sido molino de mano… transformado por alguien que lo vacío de su antiguo inquilino —… con los desahucios, releñe—. ¿Cuál era el uso «real» del piedro aquel? Ambos, claro.
    PS.—En realidad, ¿no se habrá enamorado Naill del Bello?
    PPS.—Como soy un cotilla, he buscado el nombre en la güisquipedia —oyes, que para algunas cosas viene muy bien, reconozcámoslo— y no he visto mitos artúricos asociados a él, aunque sí una serie de historias de los O’Neil y O’Donell, o algo así, con sus asesinatos, reyezuelos y tal, a modo de los reyes godos, que me han gustado.

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    1. No, no, en la Inglaterra artúrica los campesinos son todos afanosos. Trabajan duro de sol a sol con la azada y el arado sonriendo y cantando coplas. Que en los tiempos del rey atan los perros con longanizas, ya sabes.
      Lo de «reciclar» pedruscos romanos ya sabes que fue muy normal en el medievo. Que se lo digan al Foro romano, el Coliseo y demás cosillas hasta que las autoridades se pusieron firmes y dijeron que ya valía, joer, que si eso, para construir basílicas, pero que nada de para casas del populacho.
      Niall, en efecto, no forma parte de ningún mito artúrico. Es de mi cosecha. Mis planes tengo para él.

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