Renato, el agente castrato: Con una buena baza

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 Renato observaba a su contrincante con los ojos semicerrados y la preocupación pintada en el rostro. Sus tres cartas eran malas, muy malas: no creía que pudiera vencer ninguna de las bazas y comenzó a maldecir que se le hubiera ocurrido apostar tal cantidad de dinero.

Miró en torno con el gesto de quien quiere huir, pero sabe que tal movimiento es imposible, notando el sudor perlándole la frente. Su contrincante debió percatarse, porque sonrió mostrando los dientes, seguro de su victoria.

Hasta el momento, no estaba resultando una mala noche. El vino que servían las alegres y rubicundas mozas no estaba aguado en exceso y proporcionaba un agradable calorcillo cuando bajaba por la garganta, muy adecuado para una noche del frío invierno piamontés. La taberna estaba atestada y los borrachos daban tumbos cantando tonadas y derramando más bebida de la que trasegaban, de tal modo que el suelo parecía un pequeño lago de color escarlata.

Se oía alguna que otra discusión entre hipidos de hombres tartamudeantes, pero ninguna llegaba a nada dado que cuatro fornidos oficiales de la guardia estaban sentados a una mesa; aunque quizá no les importara que alguien acuchillara a otro alguien, los parroquianos no querían tentar a la suerte.

—¿Vais a apostar u os retiráis, maese Renato?

La pregunta lo devolvió al juego. Diego Gómez de Bernal —así se llamaba el joven atractivo, moreno y alto que sostenía las tres cartas en su mano cubierta de anillos— la había hecho con un tono socarrón, mordaz, y Renato no supo decidir qué le molestaba más, si su aire de suficiencia o sus dientes blancos y perfectos.

—Dejadme pensar, os lo ruego —replicó Renato con voz débil mientras imaginaba que el pomo de una espada le tiraba al suelo dos incisivos con un golpetazo. O tres, todavía mejor—. No estoy familiarizado con la variante española del rentoy…

—Os dejo entonces, mas no tenemos toda la noche.

Renato farfulló algo que el otro no alcanzó a escuchar y volvió a contemplar sus cartas. Cinco de copas. Tres de bastos. Seis de espadas. Valores muy bajos de palos que no eran el de triunfo: el muy gañán había sacado a la vista para que mandara la sota de oros, así que no podía arrastrar ni ganar a ningún palo que fuera un poco alto.

Estaba perdido.

Tiró el tres de bastos y Diego Gómez de Bernal se llevó la baza con el siete del mismo palo. La carta de copas y la de espadas cayeron poco después ante el enemigo.

—Siete puntos para mí, maese Renato. —El español estaba muy orgulloso de sí mismo y empezó a marear las cartas para repartir de nuevo—. Vos seguís con cuatro.

Renato asintió. Si Diego hacía cinco más, el genovés perdería la partida y se quedaría sin dinero para toda la semana. No era una buena opción esa.

Una camarera vino, retiró la jarra de vino vacía y preguntó si querían más. El español asintió y dio una palmada en el trasero a la mujer, que le lanzó una mirada furibunda por encima del hombro mientras se iba.

Pero no se iba a dar por vencido. En la mesa de juego, siempre apostaba fuerte. Era una compulsión, quizá incluso un pecado, pero no lo podía evitar: la tensión de la partida, el azar alocado de las cartas repartidas y el intento de poner orden siguiendo unas reglas en ellas era… tan dulce como la miel, como los besos de Isabella, como cumplir con éxito una misión para Génova.

A fin de cuentas, para eso estaba ahí, jugándose los cuartos con ese maldito español emperifollado que era uno de los principales funcionarios del consulado al servicio de Felipe de España en Turín.

Sin siquiera mirar las cartas que le había repartido, Renato decidió jugarse el todo por el todo y dijo clavando los ojos en los de Diego Gómez de Bernal:

—Subo la apuesta a cuatro.

—Ni siquiera habéis dado la vuelta a las cartas… —observó Diego.

—A cuatro, os digo —replicó Renato con firmeza.

—Bien… —El español miró las suyas—. Acepto y subo a seis.

Renato no dejó que la sonrisa asomara a sus labios. Dado que las apuestas subían de dos en dos, solo cabía que dijera que a ocho, de forma tal que quien ganara esa mano ganaría la partida: fuera quien fuera, pasaría de doce.

—A ocho entonces —sentenció Renato y miró sus cartas. Volvió a maldecir para sus adentros.

Era una mano todavía peor que la anterior… así que había que tomar medidas drásticas.

Hizo un gesto casi imperceptible a la camarera; la mujer estaba a medio camino y lo vio, dándose la vuelta de inmediato y volviendo con una jarra en la que el vino contenía algo muy especial. Sirvió los vasos y el español se echó al coleto el suyo de un trago.

Sus ojos comenzaron a hacer chiribitas y mostró una sonrisa floja.

La sustancia era de muy rápido efecto. Mucho.

Con la atención del español disminuida, a Renato le resultó muy fácil acceder al bolsillo interior de la manga de su jubón y cambiar las cartas de su mano.

Una.

Dos.

Tres bazas ganadas mientras el español seguía mirando con cara de bobo.

—Y ahora, maese Diego… —Renato extendió la palma para recibir la bolsa con escudos del perdedor. No obstante, alzó la mano indicándole que parara cuando el español iba a dársela y dijo—: Os propongo una cosa. No quiero que paséis estos días sin una cochina moneda en la faltriquera.

—¿Sí? —preguntó él como en un sueño.

—Decidme qué contenía la misiva que llegó ayer desde la corte de vuestro rey en Madrid y quedaremos en paz. ¿Os parece?

El español, aunque mermado por la droga del vino, pareció envararse y se pasó la punta de la lengua por los labios, pero no pudo evitar decir:

—Bien… sea… escuchad…

Renato se inclinó hacia delante, sonriendo triunfal.

Con una buena baza


18 respuestas a “Renato, el agente castrato: Con una buena baza

  1. ¡Qué «joío» el Renato!, ¡qué manera de sacar información! En lugar de actualísima electrónica, bebedizo celestinesco y una mano de truque. Lo que no identifico es el episodio histórico.
    En cuanto al relato en sí, perfectamente hilado, con esas pequeñas descripciones que le dan salero , como el color del suelo, el habla tartamudeante de los usuarios, la mala gaita de la señora al sentirse palpada…

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    1. He de decir que no hay episodio histórico en realidad. Me lo he sacado de la manga, como el buen Renato el naipe. Lo que sí es cierto es que el Rentoy es un juego que data de finales del s. XVI, y que las reglas varían mucho de sitio a sitio y han cambiado con el paso de los siglos (he cogido una que se supone reconstruye las reglas originales más o menos).
      Por otro lado, la idea era más bien remitir a las exitosas partidas de Bond, James Bond al bacarrá, póquer o tres en raya si se tercia, pero con el toque Renato: a falta de suerte y habilidad, bien valen trampas, ¡qué leches!
      Como siempre, un placer tenerte por aquí 🙂

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  2. Como dices en el comentario, imposible no recordar a 007, la jugada hábil, la extorsión encubierta, el clima de la partida… pero con otro sabor, más creíble, más auténtico. Quizás porque no hay una rubia con escote para darle ese toque de frivolidad y así, Renato, puede ser tremendamente humano.
    Me ha encantado, como siempre que mueves este personaje.

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  3. A pesar de que en el segundo párrafo te has saltado a la torera aquello de que hay que poner coma delante de pero…, el episodio, el autor y la elaborada marración son merecedores deque me quite la boína y ejecute una reverencia, un de esas que solían hacerse allá por la Edad Media, si no recuerdo mal.

    Saludos

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  4. Claro e aquellos polvos, vienen estos lodos. Felipe entre rezos y maitines, manda morir a los tercios y los funcionarios del imperio jugandose los cuartos en las tabernas y acosando a las muchachas, este es un país de claroscuros, o te hartan, de palos o ayunas las gachas. ¡Bien por Renato, que ahora pedirá la cena, digo! Un abrazo.

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    1. Imagino que sí, que con el deber cumplido aunque sea de modo marrullero, el buen Renato festejará su éxito con un buen cocido. Digo yo.
      Y sí, el Felipe sería un rey prudente, pero no todos los agentes a su servicio lo serían, tal y como demuestra el caballero aquí presente 🙂

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