Promoción: Fragmentos mentales

PROMOCIÓN: FRAGMENTOS MENTALESfrag

Sí, sé que muchos ya tenéis mi antología de relatos cortos Fragmentos mentales. Lo sé. Pero hay gente recién llegada por el blog que no conoce mis libros publicados en Kindle y a los que tengo que comunicar que, si quieren hacerse con una copia en ebook de Fragmentos mentales, mañana, para celebrar el 1 de noviembre (llámese Halloween, Día de los difuntos, Samhain o como se quiera, al gusto de cada cual), pueden hacerlo gratis. G-R-A-T-I-S.

Aquí está el enlace. Pincha aquí para la promoción del 1 de noviembre

Para ello, solo hay que hacer click en el enlace. Tan fácil como eso. Y, cuando se quiera, se puede disfrutar (espero que se disfrute) con la lectura de textos que, en su mayoría, he colgado en mi blog a lo largo de este tiempo que llevo con él en marcha. Hay también algunos relatos inéditos, y destaco una de mis criaturas que más motivo de orgullo me ha dado: Diseñando la humanidad del futuro, ganadora del tercer puesto del XXVII Certamen «Alberto Magno» de la Universidad del País Vasco, un cuento de ciencia ficción que…

¡Un momento! ¿1 de noviembre y un libro con relatos de ci-fi? No. También incluye relatos de fantasía y, por supuesto, de terror. Claro que hay relatos de terror.

Os dejo, para que no solo creáis mi palabra publicitaria, la última reseña que del libro se ha hecho, por parte del estupendo compañero que es Jon Ícaro, en su web (que, por supuesto, os invito a visitar): Esta es la reseña de Jon

Y, como muestra, recupero uno de los textos que en él se encuentran (sí, de terror):

 

LUCHAR POR LOS RECURSOS

“A ver”, pensó, sacudiendo la cabeza. “Tengo que centrarme”.

Había recuperado la consciencia hacía escasos minutos, y tras una dura lucha con el atontamiento que le atenazaba, logró recordar algo, no todo, de lo que le había pasado: copas, muchas copas en muchos bares, un torrente etílico que se le había deslizado por la garganta desbordando su capacidad de aguante. Las horas habían pasado de forma neblinosa, y se imaginó dando tumbos, riendo tontamente, cantando y berreando con sus amigotes por las calles mientras atraían las miradas reprobadoras de la gente decente.

Estaban de celebración, y el exceso había sido la norma no escrita por la que se habían guiado. A una expulsión de vómito le seguían gárgaras con ginebra. Y, al final, habían ido a pillar unas putas, ¿no?

Sí, así era. Habían ido al garito ése que está en la carretera, fuera de la ciudad, para terminar la fiesta follando hasta reventar.

Solo que no recordaba…

Se levantó del suelo, tiritando por el frío que reinaba en la habitación en la que se encontraba. Porque estaba desnudo. No veía nada, ningún rayo de luz exterior se filtraba y la oscuridad era densa, casi palpable.

Tanteó a un lado y otro, pero no había nada frente a él, así que comenzó a deslizarse a cuatro patas, arañándose las rodillas con el duro cemento por el que avanzaba. Por fin, tocó una pared.

Subió la mano hacia arriba palpando las rugosidades y, al tiempo que encontraba una pieza de plástico, notó un olor agrio, como a leche pasada, que venía de detrás de él. Se giró a la vez que apretaba el interruptor, pero no se encendió ninguna luz, y escuchó una respiración pesada, jadeante, que se acercaba hacia él.

Pulsó frenéticamente, cada vez más asustado, el pulsador, pero seguía sin obtener respuesta. Estaba ahí, solo, y gritó pidiendo ayuda, notando que el esfínter se le aflojaba y un líquido caliente le corría por las piernas.

Se incorporó dando manotazos al aire, llorando de terror, intentando traspasar la estigia oscuridad sin resultado, y notó un dolor punzante en el tobillo derecho. Supo, por el fuego que le recorrió el cuerpo, que le habían hecho un profundo corte, y volvió a gritar, ahora histéricamente, implorando piedad y auxilio a un tiempo.

Otro corte. Otra herida. El muslo se abrió pareciendo una pelarza de fruta madura y la orina se mezcló con la sangre que manó como de una fuente, desbocada. Entre sus propios aullidos de dolor y miedo, escuchó un rumor parecido al de miles de patitas corriendo por una pizarra, y, en su agonía, imaginó que era la comida de un ejército de alimañas. Que le treparían por el cuerpo. Que lo desgarrarían y lo devorarían. Que dejarían de él nada más que un esqueleto, ahí, olvidado, para siempre.

Otro tajo. Abrieron su abdomen y las entrañas, perezosas, salieron de su interior para derramarse en el suelo, cayendo con un gorgoteo repugnante.

Solo sintió una herida más. La que le seccionó el cuello.

Un poco más tarde, se abrió la puerta de la cámara que el dueño del lugar utilizaba para conservar la carne. Iluminó con su potente linterna el interior, con una bombilla en la mano. Se había fundido la noche anterior, justo cuando había dejado a ese pelele borracho tirado en el suelo. Giró el cono de luz hacia la derecha y vio al pobre imbécil, destripado y degollado como un gorrino, hecho un guiñapo sobre un charco de sangre, con el cuerpo mordisqueado, medio devorado.

-¡Mierda! –masculló, y cogió el cuchillo más grande que colgaba de su mandil de carnicero apuntando con él hacia el fondo de la inmensa cámara-. ¡Es la última vez que me destrozáis la comida! ¿Me oís?

Por supuesto, nadie respondió a su amenaza. El problema que tenía con las ratas, ratas enormes, inteligentes como el demonio, e infinitamente más malas que éste, se había agravado desde que habían comenzado a utilizar herramientas y a infiltrarse por las oquedades que ellas mismas cavaban en el duro suelo desde su reino subterráneo.

Si eso seguía así, tendría que empezar a pensar en utilizar la escopeta. No podía consentir que le robaran su comida.

De eso nada.

 


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