La isla del exilio

LA ISLA DEL EXILIO89f277b1485a67173a3e16b68729a4c4.jpg

 —No me mires con esa cara. Estamos juntas en esto.

Kassia contempló a la gran tortuga sonriendo tras decir tales palabras. Adelantó el índice y, lanzando una carcajada, tocó al animal en la parte superior de la cabeza; esta la miró con sus ojos saltones y elevó el pescuezo con la lentitud con la que ejecutaba todos sus movimientos.

—No hay nadie más en toda la isla, así que tendrás que aguantarme, querida. —La mujer se levantó y estiró los brazos, captando en toda la superficie de su esbelto cuerpo el placentero calor del sol. Apolo destellaba con fuerza esa mañana, aunque la suave brisa marina lo hacía tolerable. Sus pies desnudos marcaron un camino en la arena de la playa conforme se acercó a la orilla del mar, si bien evitó que ni siquiera una gota de agua la tocara. Protegiéndose los ojos con la mano, oteó el lejano horizonte en busca, como hacía todas las mañanas, de un barco que la sacara del lugar adonde, huyendo de la furia de Poseidón, había arribado.

La tortuga, con su lento y torpe discurrir, se había colocado a su lado.

—Nada. Ni una vela —se lamentó Kassia, bajando la mano con desánimo—. Parece que vamos a vivir aquí para siempre. —Miró a la tortuga y dijo—: Tú y yo, hermanita.

La tortuga volvió a mirarla, como si entendiera qué estaba hablando la mujer y abrió su pico, cerrándolo con fuerza y provocando un sonido como el de dientes entrechocando. Kassia rio al escucharlo y se acuclilló junto a ella. Dijo:

—Mejor aquí que allí. —Señaló hacia el este, donde se encontraba su patria—. Mejor sola que…

Se interrumpió y las lágrimas acudieron a sus ojos al recordar el motivo por el que tuvo que huir: El rey del mar se había encaprichado de ella, y, aunque Kassia se negó a sus requerimientos, supo que, a la tercera vez que lo rechazara, Poseidón la tomaría por la fuerza, como tantas veces habían hecho los varones de la familia olímpica. Abandonó Grecia, pero una tempestad en el Egeo había hecho que el barco en el que viajaba naufragara, solo salvando la vida gracias a que era una experta nadadora.

La tortuga lamió su mano con lengua áspera y la devolvió al momento presente.

—Parece que aquí estoy a salvo de él, amiguita —dijo, secándose las lágrimas derramadas por su familia y amigos perdidos—. ¿Quién sabe? Quizá aquí fue donde Ariadna fue abandonada por el rey Teseo…, a lo mejor allí, en el bosque, se encuentran los restos del palacio de Circe, o los huesos de Calypso…

La tortuga se escondió en el interior de su caparazón, provocando un sobresalto a Kassia. De inmediato supo la razón del acto de su amiga, pues un estruendo procedente del mar la hizo temblar. Se giró sabiendo lo que iba a ver: una enorme ola coronada de violenta espuma se acercaba a toda velocidad hacia tierra, y sobre ella cabalgaba el mismo Poseidón, vestido de corales, coronado de algas. Portaba su tridente con rostro amenazante y soplaba con fuerza la caracola con la que anunciaba su llegada.

La había encontrado.

Kassia pensó que todo estaba perdido, que la iba a forzar y, luego, en venganza, la mataría para dar ejemplo a quien osara desdeñar a los dioses, pero oyó una voz en su interior que le dijo:

«No temas, Kassia».

—¿Quién…?

Era una voz de mujer, dulce y sabia como la de una anciana, pero preñada de energía juvenil y un punto de furia, que repitió:

«No temas, Kassia. Detén el golpe de Poseidón con tu escudo».

—¿Mi… escudo? —Kassia no entendía qué le estaban diciendo, pero sintió un movimiento a su lado y se fijó en su amiga, la tortuga, que sacó la punta de una de sus aletas. Resplandecía con un fulgor como del oro más puro.

Kassia lo entendió.

Poseidón saltó con la agilidad de los delfines y la violencia del tiburón y recorrió decenas de pies en su vuelo, con el tridente apuntando hacia adelante, presto para clavarlo en el cuerpo de la mujer, pero esta levantó a su amiga, la tortuga, y detuvo las tres puntas del arma utilizando toda la fuerza que tenía en su cuerpo.

El ruido fue terrible, como el que produce el dios cuando agita la tierra y provoca las grietas del mundo, pero era un ruido de frustración, un aullido que Poseidón lanzó al sentir que una simple mortal había detenido su divina fuerza. Kassia había cerrado los ojos y, cuando volvió a abrirlos, vio que su amiga, la tortuga, había desaparecido y se había convertido en una guerrera vestida con túnica alba, casco y coraza de bronce, que portaba un escudo redondo con el que había detenido el golpe de Poseidón.

—¡Vete, tío! —exigió Atenea, y Kassia reconoció la voz que había escuchado en su cabeza antes—. ¡Esta mujer está bajo mi protección!

Poseidón volvió a rugir, frustrado, pero no quiso pelear con la hija de su hermano el tonante. Humillado, volvió la espalda a las dos mujeres y se internó de nuevo en el mar, llevándose olas y nubes de tormenta con él.

—Estás a salvo, Kassia —dijo Atenea, ofreciendo la mano a la humana—. Poseidón no se atreverá nunca más a alzar su puño contra ti, te lo juro. Tú decides, ahora, si quieres vivir aquí por siempre o volver a Grecia. Eres libre para ello, no tengas miedo.

»Nunca más lo tengas.


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