El predicador del cráter

EL PREDICADOR DEL CRÁTERcrater-de-impacto

El hombre, de piernas largas y musculosas que asomaban bajo el faldellín que le cubría hasta medio muslo, se giró con teatralidad hacia la audiencia convocada. Posó sus ojos verdes sobre los congregados, que anhelaban escuchar sus palabras, y subió los cinco escalones de la tarima que habían colocado unos criados del culto antes de su llegada.

Alzó los brazos —unos brazos que parecían más los de un veterano de mil guerras que los de un predicador—, requiriendo la atención de la gente, que cesó en sus murmuraciones y chismorreos de inmediato.

Con la mano izquierda, mientras llevaba la otra a su pecho cerrada en signo de respeto a la fe que profesaba y difundía, señaló al enorme abismo que se abría a su espalda y, con una voz obsequiosa, que casi parecía contener las propiedades melifluas del idioma de los dragones, dijo:

—¡Hermanos somos todos en este día de hoy!

—¡Hermanos todos! —respondió el gentío.

—Hoy hace sesenta años del nacimiento de nuestra iglesia —continuó el predicador—, de ese maravilloso acontecimiento que elevó a nuestro padre fundador a los cielos para habitar por siempre entre los dioses que gobiernan este mundo.

—¡Loado sea él! —Entonó la multitud a una.

—Sesenta años en los que nuestra fe ha echado raíces y prosperado llevando la salvación a numerosas almas de la, en tiempos, impía ciudad que se levanta junto a estas puertas. —Volvió a señalar al cráter—. Unas puertas que, hoy, se abrirán de nuevo para llevarnos con nuestro bendito Oashé, junto a su lado, para gozar de la gloria celestial por toda la eternidad.

—¡Que así sea! ¡Que así sea!

—Sabéis qué ocurrió, hermanos: El abismo se agitó y entre vapores surgió un magnífico dragón de múltiples colores, veteado como una enorme y alada piedra de jaspe, cuyas escamas relucían al recibir el brillo del sol emitiendo un iridiscente fulgor, tan intenso que dolía mirarlo.

»Batiendo sus poderosas alas, se colocó por encima de Oashé y lo miró con unos ojos de ámbar, formulando una pregunta en la mente de nuestro bendito padre: “¿Eres digno, Oashé?”

—¿Qué contestó, dinos? —preguntaron los espectadores, siguiendo el ritual.

—Oashé sonrió y dijo: «No», pues ningún humano hay digno mientras vive en esta bola de fango que llamamos mundo, hermanos. El dragón movió su magnífica testuz, asintiendo, y extendió su poderosa pata para acoger entre sus garras a Oashé, que en ningún momento sintió miedo, pues sabía cuál era su destino.

»Así fue como nuestro bendito fundador ascendió a los cielos, ¡transportado por la montura de los dioses! Así, hoy, aquí, nosotros también viajaremos a las alturas, pues nos lanzaremos al abismo, ¡y un ejército de angélicos dragones nos recogerá en sus amorosos brazos y nos hará volar, hermanos!

Ovaciones y gritos de frenesí siguieron a las palabras del predicador, pero, entre la muchedumbre, hubo alguien que torció el gesto y lanzó un bufido despectivo. Un joven a su lado le echó una mirada reprobadora y dijo, molesto:

—¿Qué ocurre?

—¡Paparruchas! ¡Sinsentidos! ¡Idioteces! —El anciano lanzó una mirada cargada de vitriolo hacia el predicador, que comenzaba a andar hacia el borde del cráter para lanzarse a su interior.

—¿Cómo osa…? —preguntó, con cara enrojecida por la furia, el joven.

—¿Que cómo oso? Fácil, mozalbete: Estuve aquí cuando tu bendito Oashé ascendió. —La última palabra estuvo cargada de mordacidad, pero el joven no se dio cuenta y los ojos le brillaron, llenos de interés. El anciano continuó—: Y no fue ningún puto dragón quien se le llevó de aquí, te lo aseguro.

—¿No fue…?

—¡No, joder, no lo fue! —le interrumpió el viejo, enfadado—. Fue la maldita guardia urbana, que lo detuvo por pícaro, timador y cabrón.

El predicador del cráter


10 respuestas a “El predicador del cráter

  1. ¡Ahí me has pillado! Me estaba forjando un final de esos de sectas suicidas —con varias opciones de quién sí y quién no queda vivo, y más con el aspecto de guerrero del predicador—, algo así como lemmings humanos —Lemmings, Richard Matherson— aunque no queda claro aún que los lemmings sean realmente suicidas, cuando llegas tú y cambias por completo toda esta diatriba meditabunda con ese golpe final.
    Ya te lo han dicho, pero lo reitero: ¡Ooooooole!

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