La ciudad de plata: El bosque

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El paisaje es hermoso, aunque la escasa luz que se filtra por entre las hojas de los árboles me mueve a la melancolía. He traspasado hace poco las puertas que llevan a los lugares del sueño, a la geografía onírica conocida por pocos elegidos, y lo primero que ha visto mis ojos ha sido un bosque cuyos árboles, de cortezas negruzcas —aunque no como las que dejan los incendios tras de sí— y ramas altas engalanadas de grandes hojas verdes, doradas y rojas, se yerguen desafiantes hasta donde alcanza la vista, una catedral orgánica, de columnas vivas que parecen sujetar la bóveda celeste, de un azul prístino que se ve, a jirones, cuando el suave viento mueve las copas, apartándolas.

No hay sendero, así que lo más lógico, creo, es caminar recto, dejando las gigantescas puertas detrás de mí, pero no habré dado ni diez pasos cuando oigo, a mi espalda, el golpe que producen estas al cerrarse. Sobresaltado, me vuelvo y, para mi sorpresa, solo veo árboles. No hay ni rastro de las puertas, por lo que, del mismo modo, tampoco hay vuelta atrás.

No es que quiera retroceder; no ahora, que me ha costado tanto tiempo llegar a estas tierras de magia y promesas por cumplir, acerca de las que tanto he leído sin poder llegar a soñar con ellas. Hoy, que por fin mis ojos las contemplan, estoy dispuesto a seguir soñando a través de ellas mientras me quede aliento.

—¿Hay alguien? —pregunto. He escuchado un sonido, el rumor de pasos sobre la alfombra de hojas caídas, o quizá el susurro de una respiración agitada. Nada me responde. Habrán sido imaginaciones mías.

De repente, un manto de niebla cae sobre el bosque. Nada hacía presagiar que se formaría con tal rapidez —hasta hace un instante, parecía estar dando un plácido paseo otoñal—, y me subo el cuello de la chaqueta que visto, una prenda nada adecuada para la humedad y el frío que, en segundos, se adueña del lugar. Temblando, lanzo mi aliento a las manos, frotándolas con energía y rapidez, intentando que entren en calor. Las siento torpes, casi insensibles. Por encima de mí, la niebla, densa y oprimente, parece colgar en briznas de las ramas de los árboles; lo que eran bellos gigantes, ahora se han convertido en funestas presencias cilíndricas, con brazos en lo alto que parecen inclinarse hacia el suelo en busca de alguna presa desprevenida.

Una presa como yo.

El pensamiento me posee y, aunque reconozco la irracionalidad presente en él, me lanzo en una alocada carrera, deseando salir de ese maldito bosque.

Jadeante, llego a un claro en el que me detengo, esperando que, mientras recupero el aliento, si alguna presencia quiere atacarme, la pueda detectar para poder reaccionar contra ella.

Sé que no han sido imaginaciones mías. Mientras corría, he oído algo persiguiéndome.

No obstante, mi atención se centra en la estatua que se levanta en el centro del claro. Con desconfianza, me acerco hacia ella y, cuando las formas difuminadas por la niebla se aclaran, ahogo un grito de terror. No es una figura de un animal que haya visto jamás.

No obstante, mi atención se centra en la estatua que se levanta en el centro del claro. Con desconfianza, me acerco hacia ella y, cuando las formas difuminadas por la niebla se aclaran, ahogo un grito de terror. No es una figura de un animal que haya visto jamás. Es una masa central que recuerda un torso humano abotargado e hinchado como el de los cadáveres sumergidos durante días en el agua, pero allá donde deberían estar sus miembros, brazos y piernas, surgen unos tentáculos, como los de los pulpos, plagados de asquerosas ventosas, oquedades siniestras que me hacen pensar en bocas succionadoras.

Y su cabeza…, o allí donde debería estar su cabeza, es un apéndice cónico, repugnantemente alargado, en el que destacan unos ojos, múltiples ojos que me recuerdan a los de las arañas y que, incluso en su fría inmovilidad de estatua, parecen fijarse en mí con la atención de un depredador, pareciendo rezumar maldad.

Reemprendo la carrera, deseoso de dejar atrás el claro y la malévola estatua, comprendiendo, en ese preciso instante, que la estatua es la imagen de aquello que he oído perseguirme antes.

Y corro, corro y grito, para encontrar la salida del bosque mientras el monstruo lanza un graznido que me enerva, pero, a la vez, parece dar más fuerza a mis piernas, que me lanzan hacia delante sin hacer caso de los desbocados latidos de mi corazón.

Hasta que, por fin, el límite del bosque, frontera del reino de la criatura, se muestra ante mí.

Traspasándolo, estoy a salvo.

La ciudad de plata - El bosque


17 respuestas a “La ciudad de plata: El bosque

    1. ¿Y tú me preguntas si el protagonista se salva mientras clavas tu pupila en mi pupila…? Er, no. Esto no era así.
      De forma inconsciente, o no tanto, es normal que recuerde a HPL; a fin de cuentas, es un viaje en capítulos por las Tierras del Sueño 😉 Quizá te perdiste la primera parte, titulada, «El pozo». Iré colgando fragmentos del periplo de nuestro anónimo protagonista por estos lugares…

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  1. Una delicia descriptiva: bucólica al inicio y angustiosa al final.
    Enhorabuena, Lord!
    PS: Solo una cosa «como los de los pulpos, plagados de asquerosas ventosas abiertas como bocas succionadoras, cumplen la función de estos.» La estructura de esta frase no me acaba: creo que me sobra -cumplen la función de estos-

    Besacos Lord

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    1. ¡Gracias, Sadire! Esa era la idea, sí. un bosque tranquilo, y un desenlace de miedo. El típico bosque de las escenas de terror, por otra parte.
      Reviso la frase, porque sí, se las trae 😉
      Lo dejo así: «(…) Es una masa central que recuerda un torso humano abotargado e hinchado como el de los cadáveres sumergidos durante días en el agua, pero allá donde deberían estar sus miembros, brazos y piernas, surgen unos tentáculos, como los de los pulpos, plagados de asquerosas ventosas, oquedades siniestras que me hacen pensar en bocas succionadoras.»

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  2. Falta un cartel, a la entrada del bosque, que ponga: ¡Bienvenidos a la dimensión no euclidiana del chopito gigante!
    Y un estanque. ¿Por qué habré pensado en un estanque? Pues eso.
    PS.—Una repetición de «a mi espalda» en el segundo párrafo. Que no estropea, para nada, la magia que comienza en el magnífico primero.

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  3. La descripción de un bucólico paisaje que se ve alterada por una bichillo asqueroso en busca de algo que llevarle a la boca (o a las ventosas o a la cabeza cónica esa jajaja).
    Muy buen relato, continuación (creo) de algo que escribiste antes. Me gusta el aire lovecraftiano, ¿no estarás en parte poseído por su espíritu? Demasiado aires se da tu escritura, jajaja 😉
    Un abrazo, Lord 🙂

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    1. Punto uno: Sí, continúa el periplo del anónimo protagonista por las Tierras del Sueño.
      Punto dos: Posesiones? No, gracias! Bastante tengo con tenerme a mí mismo dentro, como para tener a más 😀 😀 😀
      Lo que pasa es que soy muy friki de muchas cosas, y HPL es una de mis aficiones más longevas 😉

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  4. Me imaginé, por un brevísimo instante, relevándote en las fuerzas que necesitabas para seguir corriendo hasta ponerte a salvo más allá donde termina el bosque y principia el gran respiro de alivio. Y esa camaleónica estatua, cobijada de embeleso de niebla, que bien se las ha arreglado para ganar tiempo y acortar distancias en esa carrera que juntos deben dar, no para levantar la mano de un ganador sino para atestiguar ante los amigos y seres queridos que a punto estabas de perder la vida … «Bien por ti que has podido abandonar ese bosque de terror» … Saludos Lord Alce …

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