GODIVA

La niña no entendía por qué su madre estaba haciendo eso y repetía una y otra vez:
—¡Quiero que entre la luz del sol!
Pero sus protestas caían en saco roto cuando su madre, con gesto adusto, la obligaba a subirse a la tosca banqueta que el abuelo había tallado con sus propias manos, ordenando:
—Cuelga la manta y calla, Rose.
Era una escena que se repetía en todas las casas de la aldea: pequeños que no entendían la razón por la cual sus padres, más serios que de costumbre, estaban tapando las ventanas de sus hogares hasta convertirlos en recintos cerrados y oscuros, en los que el olor a miseria, a trabajo esforzado que apenas rendía frutos, a sufrimiento y enfermedad producida por las agotadoras labores del campo, parecía multiplicarse en la oscuridad.
Los niños se sintieron oprimidos por primera vez en sus cortas vidas. Aún no sabían de la ruindad con la que se comportaba el señor que dominaba el pueblo, ni de sus crueles métodos para lograr la obediencia de sus vasallos. Ellos —si bien ya muchos habían comenzado a ayudar en las tareas de sus padres—, aún no habían sufrido en sus carnes el cuero del látigo de los soldados, la mordedura del acero de sus puñales, los gritos y blasfemias de quienes el señor mandaba para recoger el tributo, un tributo que subía a cada día que pasaba.
No, los niños todavía jugaban riendo, y no sabían que la nueva esposa del señor, la hermosa dama Godiva, había recriminado al malvado hombre su comportamiento. Lo había hecho con tanta vehemencia, que Leofric, riendo como un endemoniado, dijo mientras señalaba con un índice tembloroso el camino que llevaba del castillo al pueblo:
—Cabalgarás desnuda en esa yegua que tanto amas, Godiva. Cabalgarás tan solo vestida con tus largos cabellos. Así verán que nadie, ni siquiera tú, debe osar contradecirme.
Los niños del pueblo no sabían de ello. Ellos querían que el sol entrara a raudales en sus casas e iluminara sus vidas llenándolas de calor, así que la pequeña Rose, en un descuido de su madre, salió a la calle cuando oyó los cascos de un caballo pasar cerca. Le encantaban los caballos.
Godiva cabalgaba erguida, desafiante, con los ojos temblorosos por la humillación a la que estaba siendo sometida, aunque sentía orgullo al ver que los humildes vecinos habían tapado sus ventanas para mostrarle su apoyo. Su piel, blanca como el alabastro, parecía confundirse con el hermoso pelaje albo de su montura, y el toque de color venía dado por su precioso pelo del color del fuego, cuyos bucles caían por el torso tapando sus menudos senos.
Junto al caballo, a pie, dos soldados del señor la escoltaban, y el de la derecha soltó un bufido al ver aparecer a Rose; la niña contempló lo que ocurría e hizo lo primero que le vino a la cabeza. Volvió a entrar, descolgó una de las mantas y se acercó a Godiva, con la intención de darle algo con lo que taparse.
—Tomad, señora —dijo—. No es bueno que vayáis como vinisteis al mundo.
El soldado que había bufado lanzó un escupitajo y un grito, golpeando a Rose con el dorso de la mano. La niña cayó al suelo, con el labio sangrante, y comenzó a llorar. El pequeño revuelo fue escuchado por los vecinos cercanos, que no pudieron evitar, entonces, echar un vistazo a lo que ocurría, creyendo que la dama Godiva estaba teniendo problemas. Era tal el amor que sentían por ella, que la defenderían si algún rufián intentaba aprovecharse de la situación.
Todo se desató con rapidez. Godiva gritaba a los soldados que dejaran a la niña en paz. La niña lloraba desconsolada. El soldado, enardecido, seguía gritando y dio una patada a la pobre Rose. La yegua piafaba.
Y los vecinos, como si se hubieran puesto de acuerdo, se lanzaron a una contra los dos soldados, que vieron con ojos temerosos la turba echándoseles encima con puños desnudos, aperos de labranza o simples trozos de madera, dispuestos a destrozarles en venganza por tantos años de opresión y sufrimiento.
Leofric, en su castillo, nada sabía de esto. Leía con placer un libro antiguo de un filósofo griego, y pensaba que su esposa, quien había osado desafiarle, estaría ya de vuelta, humillada y cabizbaja; esa noche le enseñaría también cómo debía comportarse una mujer.
No imaginaba que una turba de campesinos, encabezada por una hermosa mujer de pelo de fuego, vestida con una tosca manta portada con tanta elegancia que parecía una capa de armiño, se dirigía hacia las puertas de su morada.

En los tiempos que corren…, lamentablemente para los que intentamos perpetuar los Valores Humanos, Godiva se habría convertido en Trending Topic.
Por lo demás, fetén.
Tu ausencia me tenía preocupado.
Saludos
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Eso sí, he dado una vuelta a la historia de Godiva, que la versión «canónica» no me acaba de convencer.
No te preocupes 😉 Aunque en plan Guadiana, seguiré escribiendo y leyéndoos conforme el tiempo me lo permita.
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Mira que siempre me ha gustado tal mito. Pero siempre hay una forma distinta de enfocarlo.
Estupendo relato y un final inesperado para el mito habitual.
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En efecto. Esa cierta condescendencia paternalista de la versión «original», en la que la mejora de la sociedad solo puede venir porque el señor de turno da concesiones… no va con mi espíritu. Y me callo, que me adentro en el fárrago político 😀
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Reblogueó esto en manologoy comentado:
Una mujer, una historia y un símbolo. Para leer despacio. ¡Gracias Lord Alce! 🙂
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¡Gracias a ti por leer, comentar y rebloguear!
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Genialidad
Me encanta
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¡Gracias, Marina!
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Lord, espectacular. Me has dejado boquiabierta. Es tan sutil, tan delicado y potente al mismo tiempo que conforme leía iba conteniendo el aliento. Cuanto me desagrada perderme estas cosas y no leerlas ipso facto.
Besacos!
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Gracias, Sadire. Eso quería transmitir, la fuerza y la inocencia que a un tiempo refleja la preciosa pintura de Collier. Aunque reconozco que la inspiración más bien viene de la canción «Godiva», de Heaven shall burn 🙂
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Que la venganza se puede servir en platos de plástico. Me encantó Lord, está bien que todos intenten defender lo justo. Besos a tu alma.
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En cualquier contenedor. Hasta en las manos se puede servir la venganza. Que la justa ira caiga sobre aquellos que se sirven de su posición para abusar.
¡Un abrazo!
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Sí eso espero, mi amigo, eso espero. Besos a tu corazón.
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