El álbum

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 Era una mañana preciosa de abril, sin una nube en el límpido cielo y ni una brizna de viento. El hombre, de mediana edad, marcadas entradas y fino bigote bajo una nariz ganchuda, se acercó al banco del parque, sonriendo con satisfacción al sentir el sol que calentaba, pero no en exceso, y se sentó lanzando un suspiro.

—Bonito, bonito día —murmuró, sacando la cajetilla de tabaco y encendiéndose un cigarro.

Estiró la espalda y, mientras escuchaba el pequeño estallido de las vértebras como ramas quebrándose, se fijó en que, en el otro extremo del banco, había un libro. No se había fijado al sentarse y, exhalando una bocanada de humo, se preguntó:

—¿Qué haces ahí, muchacho? ¿Te han dejado olvidado? ¿O eres tan malo que no merece la pena ni mirarte? —Rio su propia broma, si bien se deslizó hacia el pequeño volumen, fijándose en que era un álbum de fotografías, por cuyo tamaño dedujo que sería de esos que permiten colocar dos en cada una de las páginas.

Intrigado, espoleado por un repentino anhelo de saber quién estaba reflejado en las imágenes, lo cogió y comenzó a hojearlo.

Para su desgracia y frustración, había fotografías, pero todas ellas estaban en negro, como si un inepto fotógrafo hubiera hecho una sesión sin quitar la tapa del objetivo.

—Estúpido —masculló, refiriéndose al autor de tal absurdo, pensando en quién podría ser tan idiota como para rellenar un álbum con eso. Comenzó el movimiento para dejar el libro en el banco, pero se detuvo a mitad.

Juraría que una de las fotografías adquiría una especie de tono nebuloso, que su superficie parecía arremolinarse y cambiar… En efecto, no eran imaginaciones suyas. Reflexionó sobre lo que estaba viendo con una nueva calada y se acercó el álbum a los ojos para cerciorarse de la realidad de que estaba siendo testigo.

La fotografía, poco a poco, mostró unas formas definidas que se aclaraban más a cada segundo que pasaba contemplándolas. Eran una mujer, una mujer baja y delgada, de cara algo aniñada y ojos verdes, que pasaba los brazos en actitud cariñosa sobre los hombros de una niña de unos diez años, cuyo pelo moreno estaba recogido en dos graciosas coletas, que miraba a la cámara con la inocente expresión que solo los jóvenes ojos pueden mostrar.

—Carlota… —La voz le salió al hombre en un susurro que mezclaba temor y sorpresa. Era su mujer muerta. Con su hija, a la que también pareció invocar al decir su nombre—: María…

Quiso tirar el álbum, arrojarlo lejos de sí, pero no podía evitar mantener los ojos fijos, casi sin parpadear, en la imagen. Sintió que el corazón se le aceleraba y oyó la sangre martillear en sus oídos cuando él mismo entró en la fotografía por la esquina derecha, desnudo y agitando una botella rota, desafiante, haciendo que las dos gritaran de pánico y se abrazaran buscando refugio la una en la otra.

Sin éxito.

El hombre de la fotografía dibujó un macabro lienzo en sangre sobre los cuerpos de madre e hija, que no pudieron hacer nada para detener su furia destructiva. El hombre del banco en el parque se quedó blanco, con el cuerpo agarrotado, sudando y temblando de forma incontrolable. Del álbum pareció surgir una voz, la voz del amasijo de carne muerta que era Carlota:

—¿Satisfecho con tu obra?

—Yo… No… No quería… —farfulló, llevándose la mano al pecho, que le dolía y parecía quemar con el fuego de mil hogueras.

—Te estamos esperando —sentenció Carlota, y el hombre supo que estaba condenado.

Minutos después, una mujer que paseaba a su perro lo encontró tirado de forma desmadejada y supo que algo iba mal con él; al no obtener respuesta a sus preguntas de si estaba bien, llamó a los servicios de emergencia, que solo pudieron certificar la muerte por infarto.

Junto a él, en el suelo de tierra, reposaba un álbum de fotos familiar.


11 respuestas a “El álbum

  1. Lo que más me ha costado encajar ha sido la velocidad con la que han transcurrido los hechos… más que nada porque medio cigarrillo se consume en un abrir y cerrar de ojos, como el que dice, y ya metidos en harina: considero que, si suprimes lo del cigarro a medio consumir, el relato adquiriría mayor verosimilitud, al menos para las personas tan puntillosas como yo.

    Saludos

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  2. Una buena historia, demasiado real, por desgracia. Me gusta como cambia la percepción del personaje para el lector: primero parece afable e incluso tierno y después se convierte en bestia al conocer sus pecados.
    Un apunte: me sobra el último párrafo. Yo lo hubiese dejado con «Te estamos esperando» (impactante y espeluznante)
    Besacos!

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    1. Gracias, Sadire. Sí, esa era la idea, dar un giro sobre el personaje en pocas líneas. Lo del último párrafo, tienes razón en que, con tu versión, queda más «fantasmagórico», más de venganza fantasmal, pero prefiero dejarlo, volviendo al mundo real tras lo que podría haber sido una alucinación… De todos modos, te agradezco tus palabras. ¡Abrazos!

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  3. Estupendísimo relato, aunque reconozco que me has pisado una historia que estaba escribiendo —eso sí, yo en un tono un tanto más truculento, jajaja—.
    Para mi gusto personal, y en venganza por haberme pisado el relato 😛 , cambiaría: «El hombre, de mediana edad…» por «Un hombre, de mediana edad…». Pero vamos, es una cuestión muy personal.
    PS.—Te echaba de menos por aquí.

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    1. Muahaha! Cháfote, cháfote la tuya historia! Muahaha!
      Gracias, me alegra que te guste, para empezar. Y, para seguir, no, me temo que voy a dejar el «El hombre». No me acaba de convencer «Un hombre» en este contexto, cuestión de sonoridad 😉
      Y lo reconozco: no puedo mantener el ritmo de publicación de antes. No tengo tiempo debido a otras actividades que me quitan mucho, muchísimo del que tengo libre. Lo que sí intentaré es colgar una entrada a la semana y mirar vuestras entradas (de hecho, me voy a poner con algunos de vuestros blogs).
      Y, desde luego, para lo que me queráis, en mi correo estaré atento y disponible 😀 😀 😀

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