Turismo en el cráter

TURISMO EN EL CRÁTERcrater-de-impacto

Dos autobuses cargados hasta los topes avanzaban por la pista asfaltada que unía la pequeña localidad con lo que habían descubierto era su mejor recurso: El cráter, el enorme, enigmático y siniestro cráter que horadaba la planicie anaranjada de tierra seca y estéril resultó ser un reclamo turístico que interesó a gente de los más lejanos lugares del país. El alcalde solo lamentaba no haberse dado cuenta antes de ese potencial. ¡Cuánto podría haber progresado el municipio de haber caído antes en ello!

No hay nada como un enigma para suscitar la curiosidad.

Aunque, todo hay que decirlo, se trató de una apuesta arriesgada. El alcalde tuvo que luchar contra las reticencias del Pleno y de muchos vecinos que se oponían a gastar buena parte de los exiguos recursos municipales para lanzar una agresiva campaña publicitaria. Por un estrecho margen de votos, su propuesta salió adelante, y se sentía satisfecho al comprobar que, a la postre tenía razón: Todos los días llegaban coches y autocares con turistas que, cámara en mano, recorrían las calles de una ciudad en continuo crecimiento, llenando los bolsillos de los comerciantes y pagando las tasas impuestas por el Ayuntamiento, de forma tal que habían recuperado, en tan solo dos años, no solo lo invertido, sino que, además, también habían aumentado los ingresos en un seiscientos por ciento.

El alcalde dormía muy satisfecho por las noches, y estaba seguro de que sería reelegido en los siguientes comicios.

El caso es que el autobús que, esa mañana radiante y hermosa, iba en cabeza, sufrió un pinchazo y el conductor, pese a toda su experiencia, no pudo evitar que el vehículo comenzara a dar bandazos y, por fin, tras inclinarse un angustioso momento sobre las ruedas de un lateral, volcó, provocando que numerosos pasajeros, incluidos tres niños, sufrieran heridas de gravedad.

El alcalde activó de inmediato el protocolo de emergencia y los servicios sanitarios y policiales acudieron haciendo sonar sus estentóreas sirenas, lanzando estroboscópicos colores rojiazulados que contrastaban con el monótono marrón del paisaje. Incluso el propio alcalde se personó para interesarse por el estado de las víctimas.

El cráter, a escasos cien metros del lugar del accidente, seguía ahí, mudo y oscuro, ornado con varios tenderetes de recuerdos de viaje en el que los dueños, pareciendo ajenos al drama de los heridos, se esforzaban en atender a los viajeros del segundo autobús, el que no se había accidentado.

—La vida tiene que continuar —dijo en voz baja el alcalde, mirando a los turistas. Añadió, con un movimiento de cabeza—: Y el negocio también.

Tampoco tardó en llegar la prensa. La prensa de verdad, no aquellos que, pasando por ahí, ejercieron como periodistas aficionados tomando fotos con sus móviles y colgando sus comentarios en las redes sociales del tipo «Wow! K pasada d accidente!», seguidos de emoticonos de tristeza, asombro o, en los casos más miserables, risas. Con sus acreditaciones colgando del cuello, cámaras y reporteros acudieron como un enjambre y rodearon al alcalde, que dio su mensaje de tranquilidad para las familias de quienes habían acudido a contemplar el cráter, recalcando que la ciudad estaba volcada en el cuidado de los heridos y que los excelentes profesionales tenían todo bajo control.

Fue un día muy ajetreado y que causó un gran revuelo mediático. El alcalde, avispado, lo aprovechó para lanzar un mensaje subrepticio invitando a todo el mundo a visitar la ciudad y contemplar con sus propios ojos la magnificencia del cráter. Sabía que tenía que aprovechar las escasas horas que la atención en noticiarios y periódicos le dedicarían, antes de que otra noticia luctuosa o amarillenta saltara a la palestra.

Cuando esa noche, junto a su mujer, tras dar un beso a sus dos hijas, se acostó, miró al techo antes de cerrar los ojos, con las manos entrelazadas sobre el pecho que le bajaba y subía reposadamente, pensó en el buen disparo que había hecho.

El que había reventado la rueda delantera.


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