El paquete de droga (homenaje)

EL PAQUETE DE DROGA (HOMENAJE)

la_barrica_de_amontillado_by_yoteman
Ilustración de Yoteman (vía https://yoteman.deviantart.com/art/La-Barrica-de-Amontillado-35114388)

Nota preliminar: Antes de que nadie diga nada, este pequeño relato está basado en el texto La barrica de amontillado, de Edgar Allan Poe. Quien lo haya leído, verá los más que evidentes paralelismos…


Eva contempló la espalda del hombre mientras descendía, con parsimonia, la escalera de caracol que conducía a la antigua bodega. Esta se hallaba bajo la hermosa, aunque antigua y tomada por la hiedra, residencia palaciega en la que la familia Barrado, de rancio abolengo, había pasado numerosas jornadas felices en los soleados días veraniegos de antaño.

Ahora, la oscuridad era apenas diluida por la débil luz amarillenta que desprendían las pequeñas bombillas colocadas de forma precaria en la pared, colgadas de un hilo de cobre raquítico como lamentables guirnaldas. La suciedad, el olor a moho y las telas de arañas eran las señoras del lugar, mudos testigos del paso del tiempo sin los cuidados que requería una construcción de ese tipo.

Eva bajó el último escalón y sintió un temblor debido al frío reinante. El hombre, de barba desmañada y pelo rapado casi al cero, chascó la lengua y se rascó la nariz, mirando hacia adelante e intentando rasgar las tinieblas del largo pasillo abovedado. La mujer compuso una sonrisa amable en su rostro, que hasta el momento presentaba una mueca de asco, y dijo:

—Sigue. Está ahí —indicó señalando con el brazo.

—¿Y para eso hay que bajar a esta mierda de sitio? —El tipo soltó un bufido, pero hizo lo que ella decía.

Los pasos de los dos resonaron y se amplificaron creando ecos y sonidos siniestros; el hombre pareció molesto por tal cosa y comenzó a silbar, pero el añadido resultó en una cacofonía que creó una atmósfera todavía más macabra, así que optó por callar.

—Espero que sea tan buena como dices —dijo tras avanzar unos metros. Era evidente su malhumor.

—Lo es —replicó ella y, luego—: Ahí. A la derecha.

Se pararon frente a una oquedad en la pared, una especie de sala en la que, sin embargo, no había arcada como en el caso de aquellas junto a las que habían pasado. Parecía como si la pared hubiera sido derribada y vuelta a levantar, con un agujero practicado en ella por la que cabría, retorciéndose, una persona adulta.

—¿Ahí? —El hombre se giró y preguntó con cara de disgusto. No le gustaba tener que entrar en esa oscuridad estigia, en esa sala a la que la luz de las bombillas no llegaba.

—Sí —respondió Eva—. Es un buen sitio para esconder la droga. A nadie se le ocurriría venir aquí a buscar un alijo de cocaína.

—Pues entra y sácalo —ordenó. Eva negó con la cabeza con tranquilidad y el hombre no quiso insistir. Aceptó que tuviera que meterse por esa oquedad, sintiéndose como una serpiente reptante.

Cuando tenía medio cuerpo dentro, sintió un dolor terrible, eléctrico, que le recorría y le sumió en la inconsciencia tras lanzar un grito.

Eva lo había atacado con un táser.

Al despertar, el hombre sintió de inmediato las muñecas y tobillos mordidos por el frío hierro de unos grilletes antiguos, oxidados, pero pesados y aún útiles. Una corta cadena de gruesos eslabones lo retenía a un metro de la pared de la sala de tierra batida en la que no había nada que contemplar, salvo el pequeño agujero en el muro frente a él. Una antorcha ardía arrojando una trémula luz y, gracias a ella, vislumbró el rostro de Eva, mirándolo desde dicho agujero.

Comprendió que, mientras había estado inconsciente, Eva casi había cerrado el hueco por el que había pasado antes, de forma tal que solo cinco ladrillos restaban para ocluirlo por completo.

—¡Eh, tú! ¿¡Qué coño haces!? —gritó mientras sacudía las cadenas, que repiquetearon como fúnebres campanas.

Por toda respuesta, Eva silbó una alegre tonada y colocó un ladrillo sobre la capa de cemento que había aplicado antes.

—¡Suéltame! ¡Joder, te mataré! ¡Suéltame! ¡Sácame de aquí!

Otro ladrillo.

Las amenazas y maldiciones del hombre se repetían, pero su futilidad era absoluta. Eva colocó otro ladrillo, y otro más, pero se detuvo antes de colocar el último. Solo sus ojos eran visibles para el hombre, lo miraba a través de la ranura, y dijo:

—Félix Castillo. ¿Te suena?

—¿Eh?

—Félix Castillo. Mi marido. El padre de mis hijos. El hombre con quien pasé tantos años de mi vida. —Hizo una pequeña pausa para luego terminar con voz grave—: El hombre que mataste hace tres meses.

El hombre frunció el entrecejo. Recordaba el tiroteo, la pequeña batalla urbana que había librado cuando un par de entrometidos policías habían intentado detenerle mientras transportaba un cargamento de cocaína. Recordó haber atropellado en su huida a un hombre. ¿A él se refería? Boquiabierto, no supo qué decir, alcanzando plena certeza de que esa mujer iba a emparedarlo vivo.

Eva colocó el ladrillo con el que cerró la sala.

Los gritos del hombre quedaron amortiguados y, para cuando subió la escalera de caracol, ya no se oía nada. Tan solo un ahogado rumor, quizá del aire entre las viejas piedras de la bodega.


10 respuestas a “El paquete de droga (homenaje)

  1. Un relato muy bueno, pero escalofriante. ¿De verdad hay gente con estómago para matar de ese modo tan cruel? ¿Y no les remuerde la conciencia?
    Por cierto: creo que me entendiste mal en el comentario de tu anterior entrada. No es que quisiera un final cruel o macabro, sino que lo esperaba, por el estilo de lo que te había leído.

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    1. Pues… yo, desde luego, no lo sería. Pero si Poe dice que sí, pues oye, no se lo discuto 😀
      Ya, ya, te entendí, sé que suelo poner fines un tanto truculentos o que no dejan bien a los protagonistas en mis relatos de «terror» 😉

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  2. Lord, me descubro, dejando al aire un cacho de pellica que parece el cartón de una muñeca vieja.
    Senciallamente impresionante y lleno de pequeños momentos de los que me gustan. Como: «la oscuridad era apenas diluida por la débil luz amarillenta que desprendían las pequeñas bombillas colocadas de forma precaria en la pared, colgadas de un hilo de cobre raquítico como lamentables guirnaldas», o la fundamental frase final.
    Y el argumento, me encanta ese híbrido de «El conde de Montecristo» y «Bricomanía» 😉
    Por cierto, me ausento un poco y me encuentro con un montón de novedades. Voy a explorar.

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    1. Con respecto a esos fragmentos a los que te refieres, he intentado captar el estilo (algo plomizo, conforme a los cánones literarios del s. XIX) de Poe, que resultan algo farragosas a nuestra forma de hablar y escribir actual, pero que me han permitido meter algo de lirismo morboso. Celebro que te haya gustado 😉
      El cuento original, «La barrica de amontillado», es muy breve, pero es de lo que más me gusta de Poe, si he de ser sincero.
      ¡Un gusto tenerte comentando, como siempre!
      Y que usted lo explore bien, pero que muy bien 😉

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