Anochece

ANOCHECEmedieval-battle

Mi cara recibe los últimos rayos de sol, un sol que se esconde tras las colinas de poniente y que ha brillado con intensidad en todo este día que ya termina. Unas nubes algodonosas, blancas, impolutas, se deslizan con lentitud y majestuosidad a lo largo del firmamento teñido de rosa.

Bajo mi cuerpo tendido, la hierba verde, esplendorosa, conforma un lecho mullido en el que pasar mis últimos momentos en este mundo. A mi alrededor, los ruidos de pasos que corren, de caballos que trotan, me hacen pensar, por un fugaz instante, en niños jugando a perseguirse con espadas de madera.

Mis ojos se nublan y las figuras comienzan a adquirir una consistencia borrosa, difuminada; el mundo se vuelve gris poco a poco y lo que en él ocurre me llega tan solo gracias a mi oído, el único sentido que parece estar aún activo en mi cuerpo.

Mi mente, sin embargo, todavía es capaz de recordar. Recuerdo el lujo, el oropel, las fanfarrias de trompetas doradas y los vestidos de seda crujiendo cuando las damas en el palacio se movían, las armaduras brillantes repiqueteando a cada paso de los nobles caballeros. Me recuerdo a mí mismo arrodillándome ante mi señor y jurándole fidelidad y dar mi vida por él en la guerra que estaba a punto de desencadenarse.

—Acepto vuestra pleitesía, señor —dijo él, haciendo un leve ademán de cabeza, cuando pronuncié mis palabras de lealtad—. Que los dioses guíen vuestro brazo y volváis sano y salvo a vuestro hogar.

—Que vuestra causa triunfe, señor —contesté de modo ritual, comenzando a incorporarme, con la mano apoyada en el pomo de mi espada—. Que los dioses os bendigan con un justo gobierno para vuestro pueblo.

Uno tras otro, los banderizos de mi señor Hugo, castellano de Pontiers, nos inclinamos ante él y conformamos un ejército temible de acero y hierro que, cuando estuvo formado en el patio de armas, prorrumpió en ensordecedores vítores que hicieron temblar los cielos.

Una semana después, los dos ejércitos nos encontramos en el campo de batalla. La liza se presentaba igualada, en número de combatientes y en valentía de los mismos, y ojalá haya bardos presentes que canten por los siglos venideros las hazañas que tuvieron lugar: los choques de las lanzas, los escudos cantando sus gemidos lastimeros al ser desportillados, el silbido de los filos de las espadas al cortar el aire antes de impactar contra los enemigos…

Alguien grito cerca de mí y oigo un golpe. Otro hombre ha caído con pesadez al suelo, pero me es imposible distinguir si es amigo o enemigo. No puedo ver nada. Mis ojos se han velado por completo. La hierba sobre la que descanso ha debido ya adquirir el color de los rubíes, empapada por la sangre que se escapa por la tremenda herida en mis tripas. La lanza del caballero contra el que he chocado me ha traspasado y he sentido, con el impacto, el metal y la madera entrando en mi cuerpo como si estuviera hecho de tierna mantequilla. He caído al suelo en el primer lance y aquí estoy, ahora, muriéndome.

Ahora, tampoco escucho nada. El mundo se ha detenido, ha quedado en silencio.

Pero sigo sintiendo el calor del sol moribundo en mi rostro.


17 respuestas a “Anochece

    1. No lo sé, la verdad (y no tengo ganas de hacer un experimento empírico 😀 ), pero date cuenta de que ha sido una herida en las tripas… y de eso se tarda en morir 😦
      PS: Gracias por la nota, lo arreglo.

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    1. Gracias, caballero (esperemos que estés en el bando ganador de esta batalla ;))
      No, en realidad, y aunque he puesto «el castellano de Pontiers» (y no ha sido un error de teclado), no estaba pensando en ninguna batalla histórica. Date cuenta de que, con el juramento de lealtad y tal, se habla de «los dioses», por lo que no parece una mesnada cristiana… No, pensaba en una batalla de fantasía, digamos, estándar 🙂

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  1. Quizá sea así, sentir como la vida se va escapando, como se van perdiendo los sentidos. Un momento para volver al pasado y despedir con nuestro recuerdo a los que amamos.
    Muy bien descrito, cuando nos conmueve la agonía de un personaje es porque llega al que lo lee.
    Un abrazo.

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    1. No lo sé, la verdad. Supongo que debe ser doloroso, o quizá el cerebro emite en esos últimos momentos neurotransmisores que intentan paliarlo… Solo sé que, como acto final de la vida es… definitivo. En fin, es lo que hay 😦
      Gracias por comentar!

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  2. Es una terrorífica descripción Milord. los que parten para la guerra, marcan alegres el paso y cantando celebran el avance de las tropas hacia el combate. La realidad que les espera e otra. Un abrazo.

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  3. Perfecto. Me recordaste a un libro de Carlos Fuentes, Cabeza de hidra, donde el protagonista, después de relatar su vida a lo largo de toda la novela, la concluye con el momento de su muerte, objeto de un asesinato. En ambos casos, el tuyo y el del célebre discípulo de Cortázar, las muertes son preciosas.

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    1. No lo he leído, pero habrá que echarlo un ojo 😉
      Gracias por el comentario, Javi; en efecto, buscaba un contrapunto entre el dolor de la muerte, la tristeza del final de la vida, paliada por un intento de lirismo nostálgico…

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      1. Te lo recomiendo. Fuentes es contemporáneo de Sabines y de Paz. Son los tres grandes escritores de su generación. Es fundamental para conocer la historia de México; sus novelas la reflejan exquisitamente.

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