El alargado brazo del mal

EL ALARGADO BRAZO DEL MAL

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El dios de la Lengua Sangrienta, vía http://es.hplovecraft.wikia.com/wiki/Dios_de_la_Lengua_Sangrienta

El hombre, atlético, de pelo negro ensortijado y tez del tono del ébano, corría lanzando miradas de vez en cuando hacia sus perseguidores. Medio kilómetro atrás había dejado caer el rifle de asalto, dado que así podía moverse con menor impedimento: necesitaba de toda su resistencia y velocidad para escapar de ellos.

Oía los gritos de quienes querían matarlo, los ladridos de los enormes mastines que olfateaban su rastro, y era incapaz de sentir otra cosa que miedo, el más profundo pánico que jamás había sufrido en toda su vida. Ni siquiera el temor que se había adueñado de él en su primera misión de represalia contra los tutsis era comparable.

Si hubiera podido detenerse un instante y dedicar un pensamiento a su situación, quizá incluso decidiera que se trataba de algo inevitable, una especie de justicia cósmica que venía a vengar los atroces actos que, en compañía de otros hutus como él, había cometido en los últimos meses: Ruanda era un país deshecho, un matadero en el que los cadáveres cercenados a golpe de machete se amontonaban en las calles, y en el que los tiros en la nuca eran los sonidos más habituales.

Él, con sus compañeros milicianos, había acudido a una finca a las afueras de Gitarama, donde los informes hablaban de un núcleo de enemigos.

Todo había ido mal desde el primer momento.

Sin embargo, no los mataron las balas disparadas por los defensores de la finca. Murieron de una forma atroz.

El hombre que iba en cabeza, en cuanto puso un pie en el patio que rodeaba la amplia casa de tres pisos, se elevó en el aire, gritando como un loco por lo que le estaba sucediendo, mientras su cuerpo se hinchaba de modo grotesco reventando el ajustando uniforme de color verde oliva. Se hinchó, se hinchó… hasta que, como un globo de carne, reventó expulsando las entrañas y la sangre de su interior, una repugnante llovizna que regó las caras de los soldados.

Y, luego, otro.

Y otro.

Y otro más.

Solo el hombre, que ahora corría para salvar su vida, había logrado reaccionar y huir de la casa antes de encontrar su fin, aunque, quizá, lo único que había hecho era postergar su condena.

De repente, fue incapaz de dar un paso más. Paralizado, seguía mandando órdenes a sus piernas de continuar la loca carrera, pero estas le desobedecían. No tenía el control de su propio cuerpo. Vio entonces, para su horror, que cuatro hombres lo rodeaban.

Parecían hermanos, pues sus rasgos faciales eran muy similares, casi uniformes podría decirse, y de altura considerable. Las cabezas, afeitadas, se elevaban de forma antinatural en su parte superior, confiriéndoles un aspecto apepinado que llenó de horror al hombre, y sus amplias túnicas blancas revoloteaban en torno a sus cuerpos fibrosos al moverse como un manto de agua que les cubriera.

Cuando llegaron ante él, lanzó un grito al ver qué tenían tatuado, todos ellos, en la frente, una escarificación hecha con hierro de marcar, que denotaba la propiedad de los cuatro a un dios impío, mucho más maligno y demoníaco que cualquier ser humano que hubiera pisado la tierra, un antiguo poder que desafiaba los límites de la razón, el tiempo y el espacio, y cuyo nombre era susurrado en las noches de tormenta, un nombre pasado de generación en generación para avisar del horror de ese dios… y de quienes lo servían.

—El dios devorará tu corazón, ¡regocíjate! —dijo uno de ellos, agitando un cuchillo de plata frente a los ojos del hombre, que comenzó a llorar y sintió la orina corriendo por su pierna.

Iba a ser sacrificado a la infame secta de la Lengua Sangrienta.


11 respuestas a “El alargado brazo del mal

    1. Sí, me temo que la frase induce a error. Los atacantes son los compañeros del protagonista (atacan la finca), y antes de que puedan siquiera disparar, ya han matado a la mitad.
      Pero no está bien, lo voy a cambiar a:
      «Todo había ido mal desde el primer momento.
      Sin embargo, no murieron por balas disparadas por los defensores de la finca. Murieron de una forma atroz».

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      1. Vaya… Resulta que, si lo pongo ahí, repito también «atrás» en poco espacio, así que voy a hacer esto:
        «(…) corría lanzando miradas de vez en cuando hacia sus perseguidores. Medio kilómetro atrás había dejado caer (…)»

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