Este relato fue con el que participé en el concurso que organizó la compañera Sadire (blog, aquí), con quien, aprovecho para decir, estoy escribiendo al alimón lo que será un ciclo de novelas románticas, chick-lit y tal. No es mi género usual, ni de coña, pero es un desafío interesante… ¡Y me lo estoy pasando muy bien mientras escribo!
EL VENDEDOR
Ahí estaba yo, contemplando embobada al joven que había llamado a mi puerta.
Le sacaría unos diez años, supuse, y él me sacaba a mí una cabeza. Bajo el traje azul marino se adivinaba un cuerpo esbelto y fibroso; el calor del mediodía de julio hacía que estuviera sudando y eso, junto al mentón cuadrado, los labios tirando a carnosos y los ojos amables y grandes hicieron que me decidiera a interrumpirle. Esperando que la sangre no se me agolpara en las mejillas, pues soy de natural vergonzosa, dije:
—Será mejor que pases a tomar una limonada. Bien fresca —añadí.
Él pestañeó confuso, sin saber muy bien qué decir o hacer, pero, antes de que pudiera rechazar mi oferta, lo agarré del brazo y lo arrastré al interior de mi casa.
—Vamos, vamos, no seas tímido —incité. Al pensar en ello, no me reconozco: nuca he sido una lanzada en mis tratos con los hombres, y mis amigas siempre eran quienes pescaban en las discotecas a las que íbamos los fines de semana.
No obstante, ahí estaba yo, vestida con cómoda ropa de andar por casa —y algo vieja, todo hay que decirlo—, casi empujando a un joven atractivo hasta una de las sillas de la cocina. Se le veía algo incómodo, pero el primer trago de mi limonada casera le resultó refrescante y agradable.
Tan agradable, que se permitió aflojarse la corbata y desabrochar el botón del cuello de la camisa.
—Hace mucho calor hoy —comenté.
—Sí, la verdad es que sí —repuso él.
—¿Sabes? —pregunté; había decidido lanzarme, y que fuera lo que fuera—. Podrías hacerme una demostración de lo que vendes.
Él volvió a asentir. Se levantó y miró en rededor, como buscando el mejor sitio para llevar a cabo su tarea.
—Espera, espera… —También yo me incorporé y me acerqué a él moviendo mi cuerpo de la manera más… sinuosa que pude, esperando no resultar parecida a una culebra anémica—. ¿Vas a hacerlo así? Mejor… con menos ropa, ¿no?
»No queremos que te manches —añadí con cierta lascivia.
De nuevo, le pareció bien y se quitó la americana y la camisa. Su torso lampiño y de músculos bien marcados apareció ante mí en todo su esplendor y tuve problemas para disimular la ola de sofoco calenturiento que me recorrió de arriba abajo.
—Ahora ya puedes limpiar mejor el polvo, querido —dije con voz grave y boca seca, intentando sonar como una madama autoritaria.
Se plegó a mi orden y comenzó a restregar un trapo por la encimera de granito blanco, los armarios de roble y la campana de acero. Contemplaba su brazo subir y bajar, moverse en círculos, frotar con empeño, en un deleitoso movimiento de bíceps y contracciones y extensiones de los músculos de su espalda. Cuando se giró de nuevo hacia mí, sonriendo, me descubrí con la boca entreabierta y la punta de la lengua asomando entre mis dientes.
La recogí con rapidez y dije, turbada:
—Seguro que vendes mucho, ¿no?
—No se crea, no se crea —respondió con un gracioso ademán de cabeza que me resultó todavía más excitante que el movimiento de su cuerpo—. Muchas solo quieren verme mover el esqueleto y, luego, no gastan ni un miserable euro en mis productos.
—¿Qué me dices? —pregunté escandalizada. Falsamente escandalizada, por supuesto.
—Como le cuento. ¿Y usted? —Dio un paso hacia mí—. ¿Va a ser de ese tipo de mujer? —Otro paso. Yo di uno también hacia él—. ¿O me quiere por algo más que mi físico?
»¡Señora! ¡Oiga, señora!
Volví al mundo real. El vendedor estaba chasqueando los dedos delante de mi cara, como si estuviera obligándome a salir de un trance hipnótico. Parpadeé y me encontré de nuevo en la entrada de mi casa, escuchando la perorata del joven que intentaba venderme sus novísimos modelos de aspiradora.
Me excusé farfullando algo y le cerré la puerta en las narices. ¡Para aspiradoras estaba después de la película que me había montado en un momento!
Mejor me iba a por un vaso de vino.
Yo y mi tendencia a divagar…
Vaya, no dejas de sorprenderme (para bien), pese a ello, qué tal si en lugar de «…No obstante, ahí estaba yo, vestida con cómoda —y algo vieja, todo hay que decirlo— ropa de andar por casa, casi empujando a un joven atractivo hasta una de las sillas de la cocina», lo cambias por «…No obstante, ahí estaba yo, vestida con cómoda ropa de andar por casa —y algo vieja, todo hay que decirlo—, casi empujando a un joven atractivo hasta una de las sillas de la cocina».
¡Mucha suerte en tu andadura!
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Sip, el cambio que propones no rompe la frase al incluir la digresión después, queda mejor. Lo cambio 😉
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Jajajaja, muy bueno Lord! Me ha encantado. Demuestras que se te puede dar bien el romanticismo.
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O, al menos, cierta guasa con algo de romanticismo picarón 😀 😀 😀
¡Gracias!
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Jajaja, comedia romántica: tocas todos los registros, maestro.
Me ha encantado.
Por poner una pega, que casi ni lo es, una repetición de tímida al principio, quizá un poco justa en distancia.
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¡Gracias, caballero! Tienes razón. Cambio tanta timidez con un quiebro: «nunca he sido una lanzada en…»
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Solo diré que a nuestro querido Lord se le da bien cualquier género y que me está encantando su lado más femenino😆. Espero estar a la altura 😘
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No te creas, que algo difícil me resulta cambiar el chip de género, oye… 😀 😀 😀
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