El género de la magia (I)

La web Luna antigua, dedicada a la literatura fantástica, ha montado un pequeño concurso de relatos cuyo enlace es este, así que, si os interesa, podéis echarle un vistazo.

Por mi parte, me presento con el relato que os presento, en dos partes, que espero que os guste. Como siempre, ¡espero vuestros comentarios!

EL GÉNERO DE LA MAGIA

Publio se acarició el mentón produciendo un sonido de raspado al frotar la barba. La había dejado crecer durante cinco días sorprendiendo a los otros miembros de la Cábala, pues era conocida su aversión por el vello facial. Algunos, cuando lo veían rasurado a la perfección, incluso murmuraban que utilizaba sus conocimientos mágicos de forma frívola, realizando un pase mágico cada mañana para evitar que le creciera a lo largo del día.

Entornó los ojos y se concentró, comenzando a recitar el ancla fonético que le ayudaba a practicar magia, una incoherente sucesión de sonidos vocálicos arrancados desde el fondo de su garganta, guturales y cavernosos, que resonaron en el dormitorio. La imagen que le devolvía el gran espejo de suelo a techo frente al que estaba era la de un hombre en la veintena avanzada, moreno, de facciones angulosas y un tanto frías, cuyo cuerpo delgado y seco se mostraba en su espléndida desnudez.

Desde la cama, lo miraba su esposa recostada de lado, la cabeza apoyada en la mano y el lustroso pelo castaño cayendo en cascada hacia la almohada, los pechos apenas cubiertos por la suave sábana de lino turquesa.

–¿Estás seguro de esto? –preguntó ella, con un deje de inquietud.

Él asintió tragando saliva. No se atrevió responder en voz alta y sintió el familiar cosquilleo en las puntas de los dedos cuando las otras realidades que tocaba al practicar magia se infiltraban en la suya propia. Fijó la atención en su cara, la cara que deseaba no siguiera siendo suya.

Como si nunca hubiera estado ahí, la barba desapareció y su faz quedó suave como el cutis de un recién nacido. Sonrió y continuó con la tanda de hechizos tal y como lo había planificado en su cabeza mientras Eva lanzaba un suspiro de resignación y se tumbaba boca arriba, fijando sus hermosos ojos de ámbar en el techo de escayola.

La nuez del cuello, un tanto prominente, se retrajo hasta convertirse en nada y el cabello cambió su color por el del oro creciendo hasta la mitad de su espalda. Con otro hechizo, sus pechos masculinos crecieron y abandonaron sus formas lineales para adoptar las redondeces propias de las mujeres. Sus dedos se hicieron más finos. La cara adoptó una configuración más suave, almendrada.

Eva abandonó la cama cubriéndose con una bata de tul negro, atándola en torno a su cintura de modo tan despreocupado que parte del seno izquierdo quedaba al aire, pero Publio no hubiera sentido excitación por ella aunque hubiera visto su sexo. La quería, pero no podía seguir viviendo así. No por culpa de Eva. Ni siquiera por culpa suya, en realidad: la naturaleza le había gastado una broma de muy mal gusto y solo con el paso de muchos años se había conseguido dar cuenta de la realidad, de la pugna interna que en su mente y corazón se libraba.

La mujer, que había salido de la habitación, volvió a entrar portando una bandeja con zumo de naranja en un frasco de cristal tallado por los expertos magos artesanos de Gurbindós, cuyas propiedades permitían que la bebida en su interior siempre se conservara a la temperatura adecuada para ser consumida. Con una orden, la jarra flotó en el aire llenando dos vasos y acercó uno hasta Publio, que lo tomó agradeciéndoselo con un movimiento de cabeza.

–¿Falta mucho? –preguntó ella mirándolo desde detrás del borde de su vaso. La cuestión, no obstante, no era necesaria dado que la transformación estaba casi finalizada.

–Solo lo más difícil. –Publio bebió el zumo de un trago, aliviando su boca reseca. La realización de tantos hechizos seguidos le estaba provocando bastante cansancio y su cuerpo recibió el líquido con alborozo–. Ya casi está.

–El interior –dijo Eva, y él asintió–. Prepararé mis hierbas.

La mujer se sentó frente a un aparador de madera con cajitas llenas de especias secas y eligió unas cuantas. El olor del romero, del espliego, del cardamomo, llenó el ambiente cuando comenzó a machacarlas en un mortero de plata. Publio dijo algo más y, con el rabillo del ojo, Eva vio a su esposo realizar la última fase de la transformación: los muslos y los brazos se hicieron más delgados y la cadera se le ensanchó al tiempo que su pene se encogía en el interior de entrepierna. Debió sentir dolor porque su cara se torció en un gesto casi de agonía, pero no dijo nada. Poco a poco, el cuerpo de Publio dejaba de ser el que había sido.

Se había convertido en una mujer, y Eva chasqueó la lengua a la vez que provocaba un pequeño estallido ígneo en el mortero. Sopló con fuerza el humo que se produjo, que viajó en una nubecilla hacia Publio y lo envolvió, enroscándose en torno a él como una anaconda.

–Está hecho –dijo ella, cubriendo el mortero con una cazoleta para extinguir el fuego–. Tus hechizos de conversión son permanentes.

Poco después de caer el Sol tras los montes al oeste de la ciudad, ambos fueron a una sala de espectáculos muy específica, un local que mezclaba las diversiones de una taberna, un palacio de conciertos y un teatro, todo en un hermoso edificio construido con los más delicados mármoles de las regiones meridionales y cuyas paredes, paneladas con las finas maderas de Terrina, reflejaban la iridiscente luz que provenía de las fastuosas arañas talladas en cristal de roca de fuego, creando un ambiente onírico. Tras la guerra, muchos sitios como ese habían surgido a lo largo del país, convirtiéndose de forma inmediata en los principales difusores de las corrientes artísticas y culturales, así como los mejores proveedores de entretenimiento para la población.

Los carteles del exterior anunciaban la presencia de un espectáculo musical recitado, una variedad novedosa basada en las clásicas representaciones teatrales pero en la que los actores no actuaban, sino que declamaban, siendo acompañados por una pequeña orquesta.

Eva compró las entradas al aburrido hombre de la puerta y este, tras echar un rápido vistazo a las dos mujeres, se apartó para dejarlas pasar. Publio, que portaba un hermoso vestido carmesí con ribetes blancos y sin mangas sobre el que había echado una estola de piel de armiño, le sonrió al pasar y entró tras su esposa andando con gracia y naturalidad sobre unos altos tacones, como si hubiera nacido para llevar ese calzado.

Uno de los encargados del local les llevó hasta una mesa y ofreció una pequeña carta de bebidas y comidas, por si querían tomar algo durante el espectáculo, y optaron por un ligero refrigerio sin alcohol. Necesitaban tener los sentidos alerta, no embotados, y Publio no sabía si la nueva configuración de su cuerpo podría resistir la bebida tan bien como cuando era un hombre. Eva echó un vistazo en rededor tras quitarse el abrigo negro que dejó en los brazos de un solícito joven encargado del guardarropa.

En el escenario, una tarima elevada situada en el centro del edificio permitía a todos los clientes una visibilidad perfecta de lo que se representaba. Un par de violines y un arpa tocaban una pieza rápida y alegre; la sonoridad del lugar era magnífica y no importaba dónde se encontrara alguien, porque se oía a la perfección aunque las mesas de al lado estuvieran hablando.

–¿Señoritas? –preguntó un hombre apuesto sentado en la mesa vecina, que la compartía con otros tres amigos. Publio lo miró con interés e hizo un gesto con la mano, como invitándole a hablar–. ¿Me dejan invitarles a una copa?

–Estamos servidas, gracias. –Publio no dejaba de sorprenderse de lo diferente que sonaba su voz al hablar. Cuando antes la había sentido brusca, grosera incluso, ahora la encontraba dulce, musical, melodiosa. Pese a la negativa, decidió sonreír al hombre, que se encogió de hombros y volvió a la conversación con sus compañeros.

–Eso te resultará normal a partir de ahora. –En la voz de Eva, que habló casi en susurros, había un cierto destello de rencor, más que de envidia. Su esposa lo había aceptado y lo apoyaba en su decisión, pero eso no quería decir que le gustara por completo.

–Moscones.

–Moscones –coincidió Eva. Cogió el vaso que el camarero había traído y se lo llevó a los labios. Publio se fijó en que su dedo índice se movió señalando un punto entre el público y giró la cabeza con disimulo.

–¿Es ese? –preguntó refiriéndose a un tipo solitario que tenía una botella de ron y un vaso en el que vertía el líquido. Bebía a grandes tragos. Eva asintió y Publio lo examinó con ojos críticos, realizando un pequeño pase mágico que le haría comprobar si las dimensiones del hombre eran las correctas, si tenía la misma complexión y altura que su cuerpo masculino previo. Concluyó su estudio con una respuesta afirmativa y posó con suavidad la mano sobre el brazo de su esposa, sonriéndole–. Gracias –dijo, y Eva asintió con mirada distante.

En el escenario, la pieza había acabado y un par de músicos más salieron para acompañar, con sus clarinetes, a los otros artistas al tiempo que una pareja se sentaba en unos altos taburetes deleitando a los presentes con la historia de la batalla de los Trece. Ella, cuya voz más bien parecía cantar cuando leía sus versos, hacía las veces de narradora, mientras que su compañero ponía voz a los diferentes personajes:

Frente a la explanada de Rumiko,

donde los ríos Enú y Merlo se cruzan,

allí combatieron las fuerzas de los archimagos y los demonios.

Allí se decidió el futuro de la humanidad

y quedó sellado para siempre el portal

del que los enemigos habían salido.

“¡Arded bajo nuestras flechas de fuego!”

De sus manos nacían ígneas estelas

que hacían estallar los cuerpos de los diablos.

“Pereced bajo el granizo de hielo”

Y rocas de gélida agua llovieron desde los cielos.

“Estallen vuestros horrendos cuerpos”

Las terribles criaturas reventaban entre aullidos;

así, con una gran demostración de poder,

la guerra fue ganada.

¡Sigue leyendo!

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32 respuestas a “El género de la magia (I)

    1. Gracias, compañero, por tus palabras 😉
      En realidad, más que concurso es una recopilación para antología, pero, como hay premio, se le puede denominar como tal, un «concurso de andar por casa», de gente bloguera como tú y como yo.
      ¡Me alegra que te guste!

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    1. ¿Pobre Eva? Pobre Publio, que cada cual ve el dolor en lo que le concierne 😛
      Y espérate a la segunda parte, que conocemos a Milord y seguro que no se va con las manos vacías. De hecho tengo un presentimiento y es que va a salir tarín con marín… y con sorpresa.

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      1. Bueno, tú piensa en que el «juguete» de Eva siempre puede comprarse (o invocarse) en algunas tiendas especializadas. Y, además, parece que hacía tiempo que dicho juguete se había acabado sin pilas 😀 😀 😀

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      2. Que no, que me hagas caso, que esa misma noche tiene «juguete» para siempre.
        Eso lo tengo claro —lo mismo me equivoco, pero como soy muy pedante, no puedo evitar este tonito de sentar cátedra—. Lo que me tiene en ascuas es cuál será la «sorpresa doble» que nos depara la pluma del Señor de los Cérvidos.

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      3. Dolor emocional versus dolor físico. Cuando nos dicen que nosotros no sabemos lo que es el dolor de dar a luz, creo que enseguida pensamos en el dolor que es un golpe en los bajos. En efecto, cada cual tira a su monte (de Venus o el que sea) 😀
        ¿Qué presentimiento, qué presentimiento? Pero me da que no 😉

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      4. Me abrumas 🙂
        Intento, en efecto, que todo lo que escribo sea un mundo en sí mismo, aunque a veces no me ciña al clásico guión intro-nudo-desenlace. Procuro mostrar todo lo que quien me lee necesita para entender los personajes, sus acciones y el mundo que los rodea.

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    1. En efecto, como siempre, me gusta meter cosas de nuestra actualidad en las cosas que escribo, por mucho que sean fantasía. Si por algo se ha caracterizado el género fantástico desde mediados de los 90 (y ha logrado actualizarse y renovarse así) es por la inclusión de temáticas adultas, sucias y realistas, corriente de la que me confieso admirador.
      Te voy a contar un secreto: nunca me ha gustado mucho la palabra «rededor», y he utilizado siempre «derredor» (la RAE permite la utilización de ambas), pero desde hace un tiempo me he habituado a la fonética r-d y me gusta más que la d-r 🙂

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    2. Nota: Te respondo aquí porque no me da opción a contestarte en tu comentario de abajo… Cosas que pasan 🙂
      ¿Molestarme? ¿Molestarme tú? Lo que me molesta es que pienses que me has molestado 😉 Ni de lejos. Cualquier sugerencia, cualquier comentario, lo agradezco profundamente, y estoy de acuerdo contigo en lo que dices de la RAE… y otras cosas que me callo de la Academia, no me vayan a acusar de algo.
      Así que, cuando detectes algo que sea un error, que te suene mal, que sea lo que sea, me lo puedes decir con entera libertad, María. Que lo hablaremos y a ver qué hacemos 😉
      ¡Un besazo!

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  1. Espero que el dictamen del jurado se corresponda con la calidad narrativa y no por afinidad o lazos afectivos con los que se presenten al certamen.
    No te voy a desear suerte porque se trata de un asunto en el que te desenvuelves con evidenciada soltura.
    Gracias por la información.
    Saludos

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    1. Gracias por tus palabras, Francisco.
      En realidad, se llama concurso porque hay un premio, pero es más bien un proceso para publicación de antología, como en las propias bases se dice. Es un concurso, si se me permite, «de andar por casa», y si formo parte de la recopilación, ¡suficiente premio! 🙂

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    1. ¡Gracias por pasarte, Virginia!
      Espero que te guste lo que leas por aquí; como imaginarás, es principalmente fantasía, y como te gusta, pues no digo nada más 😉
      En cuanto termine un libro con el que estoy a medias, me pongo con el tuyo, ¡que lo sepas!

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  2. Qué interesante! Me encanta el punto de vista y la magia y ese contexto histórico difícil de situar!
    Me encantaría poder participar en el reto, pero no sé si tendré tiempo de escribir un relato de mínimo 1500 palabras 😅
    Muy chulo, Lord! Seguiré leyendo la segunda parte cuando pueda.
    Abrazo

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    1. ¡Me alegra que te guste! Eso es el mayor placer para quien escribe, agradar a quien lo lee 😉
      No, en realidad, el cambio mental no ha sido necesario: Publio ya era Laura desde hacía tiempo (creo que en la segunda entrada del relato queda más claro el asunto ;))
      ¡Un saludo!

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