Una sacudida lo despertó

UNA SACUDIDA LO DESPERTÓ

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La mujer no tenía cumplidos aún los veinticinco, pero su rostro avejentado, surcado de arrugas, la hacía parecer mucho mayor. Había apretado los finos labios hasta convertirlos en una línea blanquecina, como queriendo confirmar los rumores que decían que nunca se la había visto sonreír. Sin embargo, Akira pensó que era atractiva, a su extraña manera, con esa mezcla de sangre japonesa y caucásica corriendo por sus venas.

—¿Señora…? —preguntó él cuando la dama Yumiko se arrodilló entre crujidos de seda del vestido y se quitó, reverente, el guante de terciopelo que cubría su mano izquierda.

Ella, sin prestarle atención, tocó con las yemas de los dedos la tierra baldía y yerma. Un escalofrío recorrió su columna y echó la cabeza hacia atrás, soltando el aire que había inhalado momentos antes, de repente, como si la hubieran golpeado en el estómago.

—Muerte —dijo, pero como si estuviera hablando con los kami-gami que la rodeaban—. Miles y miles de personas murieron.

—Sí, señora —asintió Akira haciendo una profunda reverencia en honor de todos aquellos que fallecieron cuando la bomba fue liberada del vientre del avión americano. Se decía que cien mil personas perdieron la vida en Hiroshima, y más de la mitad, con el lanzamiento de la segunda bomba, en la arrasada ciudad en la que se encontraban en esos momentos.

—El grito que lanzó la Tierra al ser herida recorrió… —Se detuvo, mirando al horizonte, hacia el mar que se encontraba más allá de ese campo de ruinas y escombros creado hacía un año—. El dolor llegó al océano.

—Sí, dama Yumiko —dijo él, teniendo en mente las fotografías de la explosión—. Fue horrible.

—El fondo marino se agitó. —La mujer parecía sumida en un trance, sin hacer caso real a lo que su acompañante decía, dando voz a lo que sentía más por necesidad de sacarlo fuera de ella que de compartirlo—. Hubo… hubo un terremoto en el lecho del Pacífico. Y… algo despertó.

—¿Algo? —Akira estaba intrigado. Sabía de las leyendas sobre gigantescos monstruos marinos que, un día, acudirían a las costas de Japón para provocar la destrucción. No pudo evitar sentir desazón.

—El durmiente abrió sus terribles ojos… Agitó la cabeza y su barba tentaculada provocó corrientes submarinas… Se irguió sobre piernas repulsivas, verdosas y cortas en comparación con su abotargado corpachón… Sintió… ¡Sintió que había llegado el momento de recuperar el trono del mundo!

Akira recorrió con rapidez los pasos que lo separaban de la vidente, creyendo que el esfuerzo psíquico iba a provocarle un desmayo.

No fue así.

La dama Yumiko miró al hombre y esbozó una suave sonrisa, diciendo con voz que casi podía considerarse alegre:

—No tema, Akira-san. Despertó con la primera de las bombas, pero la segunda lo llenó de horror al contemplar su poder destructivo. Creo… creo que incluso sintió miedo, quizá por primera vez en su vida de inmortal.

»Volvió a soñar su sueño de eones.


14 respuestas a “Una sacudida lo despertó

  1. Una contundente mezcla de la terrible catástrofe y los mitos del «chopito». Me ha encantado lo del temor que sintió con la de Nagasaki. Tres minutos disfrutando de una lectura estupenda.
    Sólo una pequeñísima consideración. Personalmente lo hubiese escrito en presente; creo que le hubiese dado más dramatismo aún. Pero es solo una opinión.

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    1. Creo que fue en una novela corta de August Derleth en la que a Cthulhu «el Chopos» le lanzan un bombazo nuclear (luego se reforma, el muy cabrito, que para eso es un Primigenio y tal): De ahí surge la idea, una «precuela» 😀
      El presente… es que yo tengo un problema con escribir en tiempo presente, de verdad. A veces lo utilizo, pero no me gusta. De hecho, leer en presente me resulta muy incómodo…
      Pero, mira, el siguiente relato (para el lunes, ya lo tengo pensado) lo haré así, en honor tuyo 🙂

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    1. ¿Qué me vas a decir a mí de acumulación? Que aún tengo pendiente tuya «La viuda negra»… Y sí, la idea, en muchas ocasiones en mis textos, es hablar de la maldad humana a través de la fantasía y el terror, como dices. A fin de cuentas, esa es, por desgracia, muy real y tangible.
      ¡Un abrazo!

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