Renato, el agente castrato: Cabalgada

CABALGADA

Renato brincaba y rebrincaba sobre la silla de montar acompañando el movimiento del caballo, cuyas pezuñas arrancaban terrones de tierra marrón y seca. El camino lo había llevado lejos de Pisa y no quedaba mucho hasta llegar al punto donde tenía que encontrarse con sus aliados florentinos, a quienes entregaría el valioso cartapacio que había sustraído de las dependencias del cabecilla de los revolucionarios que buscaban sacudirse el yugo de la opresión Medici. Opresión que a Génova le venía bien, todo había que decirlo, pues mientras la Toscana permaneciera tranquila, la patria de Renato podía dedicarse a sus quehaceres comerciales en la costa oeste italiana.

Pero la misión no estaba resultando tan sencilla como le había parecido a Renato. Todo había ido como la seda… hasta que traspasó las puertas de la ciudad y le dio el alto un impertinente petimetre vestido a la moda francesa. Como por fortuna iba a pie, pronto lo dejó atrás, pero debió robar un jamelgo y se lanzó tras él.

Lo que ocurría era que tanto Renato como su perseguidor no eran lo que se suele decir buenos jinetes. En realidad, eran bastante malos, golpeándose la entrepierna –por misericordia, cubierta con una coquilla– al compás del trote como si fueran pupi sicilianos, y las monturas tampoco es que fueran las más nobles y gallardas ejemplares de su especie, así que los dos asemejaban más bien a un par de labriegos montados en asnos de poca enjundia.

Renato no quería ni pensar en qué habría ocurrido si los pisanos se hubieran dado cuenta del jaleo y estado dispuestos a salir en pos de él en mitad de la noche, entre el canto de los grillos y el rumor de hojarasca mecida por el vientecillo que venía del mar.

Echó un vistazo por encima del hombro. Arrugó la nariz al ver que poco a poco, de forma inmisericorde, el hombre reducía el terreno entre ambos. Muy poco a poco, pero de seguir así, en un rato lo habría alcanzado.

Menos mal que sus aliados se encontraban no muy lejos; de hecho, vio una señal pintarrajeada en una corteza de árbol cuando pasó junto al mismo y sonrió. Hinchando el pecho e intentando que el movimiento de la montura no le hiciese soltar un gallo que le hiciera más ridículo de lo que ya parecía botando sobre el caballo, gritó:

–¡Florentinos! ¡Florentinos! ¡Me persigue el enemigo!

El tipo miró con preocupación a Renato que, además, estaba deteniendo al caballo. Dudó por un momento, pero pensar en los latigazos que su superior le daría si no conseguía hacerse con esos papeles le hizo decidirse.

Llegó hasta Renato sonriendo con superioridad.

–Dámelo, canalla –dijo, extendiendo una mano. En su acento, el de Génova detectó lo que había temido: era un agente al servicio del rey Enrique IV de Francia, así que más valía que la estratagema diera resultado o las naves galas gozarían de una ventaja decisiva en las batallas que pudieran librarse en el golf du Lion, que decían ellos. Y que se extenderían al mar Ligur, no cabía duda.

–¿Qué es lo que buscas? –replicó Renato con la cara enrojecida por la cabalgada.

–Bien lo sabes, malandguín. –El francés lo apremió con la mano, indicándole que estaba perdiendo la paciencia–. Dame los papeles del sabio Leonagdo y aquí no ha pasado nada.

–¡Ja! ¿Cómo que no ha pasado nada, a ver? Te he quitado los planos en los morros… Haber sido más rápido, amigo. Que a quien madruga, Dios le ayuda.

El otro meneó la cabeza confuso ante las rápidas frases de Renato, quizá por no tener una excesiva pericia en el idioma del genovés. Optó por la salida que siempre triunfa. La del acogote:

–¡Que me lo des te digo, bastagdo!

–¡Oh! ¡¿Y ahora perdemos la compostura?! –El francés le dio un golpe con el canto de la mano en la frente. Renato no lo había visto venir y cerró la boca de inmediato. Había calculado mal las ganas que podía tener el hombre de partirle la cara: resultaba que eran muchas.

–Te puedo matag con una sola mano –advirtió. Renato miró en sus ojos y le creyó. Era muy posible que el francés fuera espía y asesino.

–De acuerdo, de acuerdo –dijo con una vocecilla más bien patética. Abrió la alforja que colgaba a la diestra del caballo y extrajo poco a poco un cartapacio de cuero rojizo.

–Despacito. Eso es –lo animaba el francés.

Renato, con gesto descompuesto, los carrillos hinchados y los ojos medio arrasados en lágrimas, le dio el valioso documento. El otro empezó a desenrollar la cinta dorada que lo cerraba con unas cuantas vueltas, lazos y nudos, tantas que parecía protegiera en su interior la ubicación de las minas del Rey Salomón.

–Estoooo… yo me iría. –Renato lo dijo como si fuera una confidencia amable, señalando hacia delante, desde donde procedía un rumor de cascos al galope–. Resulta que los florentinos sí estaban cerca –concluyó encogiéndose de hombros.

El francés dejó el lazo a medio deshacer y lo miró amenazador, pero no dijo nada más. Dio un brusco tirón de riendas e hizo que su caballo volviera por donde había venido, sabiendo que cualquier momento era precioso para huir de lo que parecía, por el sonido, una pequeña cohorte de soldados enemigos.

Renato agitó la mano, burlón, hacia su espalda y miró la otra alforja. La de la izquierda. La que contenía el otro cartapacio que robó de los archivos del rebelde pisano, afamado coleccionista de diagramas, croquis y dibujos del insigne Leonardo da Vinci. Supuso que los franceses podían dar algún uso a lo que su agente llevaba en lugar de una nueva bombarda naviera. Quizá, en un futuro, pudieran utilizar en sus salas de tortura una máscara de hierro que permitía, con sus remaches y piezas móviles, comer y beber con toda naturalidad al reo.


29 respuestas a “Renato, el agente castrato: Cabalgada

  1. ¡Excelente relato!, pero en vista de que he observado algo que me ha llamado la atención sobremanera, y que entiendo que de haberlo expresado así sea por falta de desconocimiento, te recomiendo que no te pierdas el aporte que subiré mañana, D. m., en la sección signos ortográficos… dedicado al uso de la cursiva, y como adelanto, aquí te dejo esto con la intención de que después de su lectura obres en consecuencia: si es que lo estimas oportuno, claro.

    1.8. Palabras neológicas, del argot o de creación ocasional

    Hay una serie de palabras, como las de nueva creación o inventadas, que requieren el
    resalte tipográfico, por lo que el uso de la cursiva es habitual (también podrían ir
    entrecomilladas). Son de diversa naturaleza:

    a) Neologismos que se han creado sin seguir las reglas morfológicas de la lengua
    española y creaciones espontáneas: pyme, elvisología (MELE3, p. 462, s. v. neologismos).

    b) Palabras españolas mal escritas o extranjeras deformadas intencionadamente, faltas
    de ortografía (disgrafías) y grafías no normativas intencionadas, además de errores del
    lenguaje señalados en un texto:

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    1. Supongo que te refieres a las «g» en el espía francés… Pues mira, no sabía yo que debían ir en cursiva (o entrecomilladas), porque no suelo usar dichas deformaciones y no lo había mirado siquiera 😀
      Sí que sabía cuando se usan palabras de otro idioma (como «pupi», marionetas), pero lo otro no. ¡Gracias!

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      1. Has imaginado mal, el asterisco indica que está mal escrito, me refería al aporte realizado por mí, el cual iba a ser escrito de una forma y al final opté por otra y los vocablos resultan contradictorios, ya que la falta de desconocimento afirma justo lo contrario. Espero que ahora te quede claro.

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  2. ¡Buf! ¡Hacía miles, e incluso cienes, de años que no oía lo de pupi para marionetas!. Creo que fue en una representación de «La flauta mágica» en La Scala —retransmitida, por supuesto. Aún no he podido acudir a tal templo del arte—.
    Como siempre, escondes un buen montón de trampas, como la cita a Dumas, los dibujitos de Leonardín, y alguna cosa más que seguro que me he saltado.
    Eso sí: ¡lo que no te consiento es que al trasunto de zero zero sette es que no se maneje con los transportes, releñe!
    Te lo perdono, a medias, por ese malandguín genial.

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    1. Cuando fui a Sicilia hace unos cuantos añicos ya me traje un par de marionetas. De ahí que el nombre se me quedara 🙂
      y, bueno… ya sabemos que Renato no es un espía atlético que digamos. Recuerda: bajo, regordete, calvo (bueno, esto no influye, cierto), así que no es sorpresa que cabalgue como si montara asnos famélicos…
      ¡Gracias por comentar!
      PS: No había más referencias. Dumas y Leonardo, suficiente 😉

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  3. Renato es astuto, cuando cambia la merienda por un fajo de dibujos, le ha dado un cambiazo de ordago al gabacho y por su culpa alguno se quedará en el futuro sin la gloria y cono dolor de muelas, sólo echo en falta alguna receta apetitosa de la época. Un abrazo.
    Por cierto, además de la coquilla citada, lo de «castrato» tambièn ayuda a soportar la cabalgadura, Verdad?

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    1. Quizá en los márgenes Leonardo apuntara algo sobre un guiso con cebollas. Habría que explorar esa posibilidad…
      Pero te recuerdo que «castrato» es solo el nombre código de Renato. Que sigue teniendo las bolitas de Navidad 😀

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