El romance del falso caballero: capítulo 3 (II)

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3: (I)

Enclavada en lo alto de una loma, de esas que salpican el paisaje cercano a Camelot y que en tiempos estuvieron cubiertas de hierba feraz y pequeños arbolillos, el castillo de Melquíades era una construcción rotunda, circular, de gruesos sillares encajados con el ojo experto de los más avezados ingenieros. Se decía de ella que el mismo César dio el visto bueno a los planos para erigirla, justo el día anterior a la fatídica visita al Senado que acabó con su vida.

El pueblo, sin nombre como tantos otros, se extendía a sus pies y era tan pequeño que el barón decidió, poco después de hereder el título de su padre, extender la fortificación en un arco que acogió las chozas de los herreros, ebanistas, albañiles y campesinos. Vivían de este modo protegidos por la sombra del gran castillo y disfrutaban de una vida en paz, trabajando cada uno según su oficio.

¡Chist!

¡A mí no me chistéis! –bufó Elin–. Ni siquiera estoy hablando…

Callad, os digo. –Susurrando, Perceval se llevó un labio a los dedos, mirándola con dureza. Tan ensimismados estaban en su propio enfado, culpando cada cual al otro de cabezonería, que no se habían percatado de la inexistencia de siquiera un solo movimiento en los alrededores del castillo–. No hay labriegos cultivando los campos.

Elin miró hacia donde le indicaba el caballero. En efecto, nadie trabajaba en las parcelas, cuyas espigas de trigo maduro rielaban agitándose al compás de una leve brisa que llevaba el olor del mar lejano.

No se oye nada –dijo Elin, presa de la inquietud–. Ni risas de niños, ni gritos de hombres…

Perceval asintió e hizo que su caballo se detuviera. Se frotó el cuadrado mentón, pensativo, y miró a la joven torciendo el gesto.

Aquí hay algo maléfico –dijo–. Lo noto.

¿Lo notáis? –Elin enarcó una ceja. Perceval había logrado erigirse en el campeón del perogrullo ante sus ojos.

Siempre he tenido afinidad con la magia. –La explicación le pareció a Elin puro pavoneo y se permitió una sonrisa. Mala afinidad demostró con ella al combatir–. Yo voy a entrar. No os recomiendo seguirme.

¿Ya estamos otra vez, caballero?

Es una recomendación… –Perceval agitó las manos frente a sí para calmar las aguas. No le sirvió de nada: Elin resopló ofendida y, sin decir nada más, hizo que Perla galopara hacia la entrada.

Suspirando ante su terquedad, Perceval la siguió con el tintineante sonido de las placas de su armadura rebotando una contra otra y llegó hasta el portón de entrada, donde la joven había detenido su carrera, mirando con ojos desorbitados hacia el interior del castillo.

¿Qué es lo que…? –La pregunta murió en los labios de Perceval al ver lo que tenía acongojada a Elin. Una densa niebla negruzca lo impregnaba todo, pero su antinaturalidad se revelaba en la extraña forma que poseía, pues no parecía una manta que se hubiera colocado sobre la tierra, sino que en sus bordes se apreciaba un movimiento de ondulación, pareciendo a los dos caballeros que un trozo de mar legamoso hubiera sido trasladado frente a ellos, como cuando Moisés separó las aguas.

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13 respuestas a “El romance del falso caballero: capítulo 3 (II)

  1. Pues no sé yo, tantas plachas de hierro que porta y transporta Perceval sí le han de servir de algo contra una niebla ácida como preveo, el chirriante caballero necesitará un bote de tres en uno para ponerse ésta noche el pijama. O dormirá de pie. Un abrazo.

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  2. Me ha encantado la manera en que se interrumpe la discusión. Es tan real como cuando estás hablando de fútbol —yo nunca hablo de fútbol; de porno a veces— y os dais cuenta de que aparece el jefe…
    Y la imagen de la niebla me ha evocado una de esas medusas marinas de colores exóticos, incluyendo negros veteados.
    ¡Ay, mi Elin! Que de valerosa está pasando a temeraria por el «pique» con nuestro caballero poco caballeroso. O excesivamente caballeroso.
    De todas formas, yo no sé si soy un obseso, pero aquí hay teeeeeema, pero vamos…
    PS.- Grasa de litio. Sí, grasa de litio, mucho mejor que el tres en uno, os lo digo yo.

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    1. Apunto para la lista de la compra: grasa de litio. ¿Da brillo y esplendor además?
      Tú lo que quieres es ver a estos dos pajaritos dándose el lote. Que me lo imagino 🙂
      No estaba yo muy convencido de la imagen de la niebla, por cierto. Me resultaba un tanto extraña al leerla y le di un montón de vueltas, pero, si se entiende, me alegro 🙂
      ¡Un saludo!

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