La semilla (XXIII)

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–Quiero enseñarte la cueva.

Al principio, Lucía no entendió lo que le decían. Era una voz tenue, infantil, que parecía llegar amortiguada, como desde una distancia muy lejana. Se preguntó si era Rosa, su amiga Rosa, la que le estaba hablando, porque no veía nada. Un manto de negrura se había posado sobre sus ojos, y se sintió inerme y desdichada.

–¿La cueva? –balbuceó–. ¿Qué cueva?

No hubo respuesta. Extendió las manos hacia delante y tocó la mano de Javier, que la devolvió a la realidad. Poco a poco, el mundo fue tomando forma y sus ojos vieron de nuevo la luz bañando la realidad.

–La cueva –dijo, ahora más alto, provocando que Javier la mirara confuso.

–¿Estás bien? –preguntó, ayudándola a incorporarse.

–¡La cueva! –gritó ella, sabiendo lo que tenía que hacer.

–¿Qué te ocurre, Luci? –El rostro de Javier era de extrema preocupación, pero ella no contestó.

Deslizó poco a poco la mano por la mejilla de su marido y, con lágrimas en los ojos, se despidió de él:

–Adiós, mi amor.

Se dio la vuelta, y todo cambió. De repente, ya no estaba en el pueblo. No estaba junto al lugar de la matanza, una matanza que, comprendió, jamás había sucedido. Frente a ella, había un riachuelo que corría saltando con alegría entre piedras y follaje ribereño. Dio el primer paso que le llevaría a remontar la corriente.


La oscuridad que reinaba en el interior de la caverna era diferente a cualquier otra que hubiese visto antes en su vida. Era densa, pegajosa, trufada de un calor húmedo provocado por el estancamiento del aire. Un olor dulzón reinaba en el ambiente, y Lucía contuvo una arcada en cuanto puso un pie en su interior.

Sin embargo, podía ver.

Captó detalles de la enormidad de la gruta, cuyas paredes laterales se perdían en la distancia, surcadas por vetas producidas por las aguas que goteaban y que habían dibujado extrañas formas con el paso del tiempo. El suelo era muy regular, como de tierra batida, y la mujer pudo andar sin temer ningún tropiezo.

–¿Hola? –preguntó al vacío, y nada le contestó, ni siquiera su eco.

Llegó hasta lo que creyó era el centro de la cueva y elevó la vista hacia el techo. La altura era exagerada, demasiada para que la caverna estuviera en el seno de la pequeña elevación, pero no le resultó extraordinario. Sabía que había visto muchas cosas fuera de lo común los últimos días.

–¿Hay alguien?

En cierto sentido, esperaba que se hubiera equivocado, que no hubiera respuesta, lo que le permitiría salir de ahí.

Escuchó un rumor como de uñas tabaleando sobre roca, o quizá el sonido de cientos de patitas quitinosas deslizándose por las oquedades de la roca viva. Una luz verdosa, enfermiza, comenzó a brotar de numerosos puntos, aumentando su intensidad poco a poco hasta que Lucía se vio obligada a taparse los ojos.

Las patitas se acercaban hacia ella.

Mirando al suelo, se dio cuenta de que la luz era soportable y levantó la cara. Parecía estar viendo la cueva a través de unas gafas de visión nocturna, y frente a ella un retazo de oscuridad se agitó, se removió tomando forma.

El hombre de la máscara se erguía ante ella, desafiante, con los brazos cruzados sobre el pecho.

–¿Quién eres? –le preguntó, sorprendiéndose al no sentir una pizca de miedo.

El recién llegado no respondió.

–Devuélveme a mi hijo –ordenó. Pensar en Guillermo, retenido por la criatura que tenía ante sus ojos, la hizo ser consciente de la falsedad de lo que había visto hacía poco. Todas las tragedias que le habían obligado a vivir eran falsas: nunca habían tenido lugar. Eran deformaciones de una realidad mucho más dichosa que buscaban acabar con su cordura y su fortaleza.

No lo habían conseguido.

Lucía estiró la espalda de modo inconsciente, ganando un par de centímetros en altura, como dispuesta a participar en una confrontación… y a salir vencedora de ella. Clavó los ojos en la máscara, los relieves labrados en ella fluctuaron como si estuvieran vivos.

Pese a la sorpresa inicial, la ira de Lucía era fuerte y le daba alas:

–¡Déjate de trucos baratos! –gritó, y sacó la pistola del bolso que llevaba en la mano sin percatarse hasta el momento.

La detonación resonó como un trueno que rasgara el cielo en dos y la bala surcó el espacio que mediaba entre ambos hasta impactar en el cuerpo del hombre.

Él ni siquiera tembló al recibir el proyectil.

Boquiabierta, Lucía apretó una y otra vez el gatillo hasta que el sonido del percutor golpeando en vacío le indicó que no había balas en el cargador. Gritando de frustración, arrojó el arma a un lado, al ver que su enemigo se encontraba ileso.

–Mi turno –dijo él, y a Lucía le pareció que se carcajeaba bajo la máscara.

Levantó los brazos hasta tenerlos en perpendicular al suelo, las anchas mangas proyectadas hacia abajo. Lucía vio con espanto que, allá donde debían estar sus manos, no había más que un temible abismo de negrura, un vacío insondable y devorador del que se proyectaron, como un miasma, jirones de oscuridad que adoptaron una forma que se perfiló poco a poco hasta hacerse reconocible.

Ante Lucía estaba, desnudo y herido, Javier, con las manos temblorosas tapando sus partes con pudicia, cabizbajo por el dolor y la vergüenza.

El brazo del hombre enmascarado inmovilizó a Javier desde atrás, atenazándole el cuello y haciendo que levantara la cabeza. Sus ojos tropezaron con los de Lucía, y en ellos había un horror tal como nunca había visto. Estaba paralizada, incapaz de hacer nada por salvar a su marido, a su amante, a su amigo, y el rostro comenzó a adoptar una tonalidad purpúrea conforme el abrazo se iba haciendo mortal. Aunque golpeó y arañó la oscuridad con la que le estaban matando, Javier se encontraba tan débil que hubiera sido igual que golpeara el mar embravecido.

Hecho un guiñapo, tras un tiempo que a Lucía se le hizo interminable, Javier cayó al suelo, a los pies de su asesino. Liberada por fin de la sensación inmovilizadora que la retenía, la mujer se arrodilló sobre el cuerpo.

El hombre de la máscara se cernió sobre ella, amenazador y oscuro, portador de terror y sufrimiento, aumentando su tamaño y buscando envolverla en un abrazo de olvido, pero Lucía, apoyando con dulzura la mano en la frente de Javier, no tenía miedo. Dominaba en ella una sensación de honda tristeza, y sus profundos sentimientos por su esposo la desbordaron, convirtiéndose en una fría furia. Su enemigo se había equivocado por completo si creía que podía subyugarla al mostrarse como un antagonista que hacía daño a todos sus seres queridos.

Se había equivocado por completo.

El negro vacío que surgía de la forma, con forma humanoide ahora, retrocedió un tanto cuando Lucía se incorporó. Erguida, parecía haber crecido en tamaño y poder, y, mostrando los dientes con ferocidad, golpeó con sus puños la oscuridad que la rodeaba, notando que impactaba en una superficie física, tangible, aunque extraña.

–¡Vete! –gritaba, mientras lanzaba un golpe tras otro–. ¡Déjame! ¡No te tengo miedo! ¡Vete de una maldita vez y devuélveme a mi hijo!

Y entonces, algo inexplicable sucedió, porque las imágenes que pasaban ante sus ojos, de todos aquellos que habían ofrecido y recibido su cariño para con Lucía, aparecieron junto a ella, rodeados de una luz brillante como el Sol que combatió las tinieblas.

Ahí estaban todos los que el malvado ser había utilizado para socavar la mente de Lucía. Ahí estaba la amiga de la infancia, la madre, el padre. Ahí estaban Ren y Lúa, vecinos, conocidos y muchos otros que acudieron a ayudarla, retazos de memorias atesoradas en su mente, fragmentos de felicidad que se convirtieron en lanzas de puro amor y luz que acuchillaron inmisericordes al funesto ser, que se encogió, cada vez más, con una especie de aullido ultraterreno.

Y ahí estaba, también, la forma de su hijo, de Guillermo, cuando era un bebé, cuando empezó a andar, cuando enfermó de varicela, cuando no quería comer las judías, cuando… cuando estaba con ella, junto a ella.

La explosión de luz fue tan enorme que quedó cegada por unos instantes.

Poco a poco, recuperó la visión. El estadillo, sordo pero poderoso, la había lanzado a tierra, y desde el suelo vio que se encontraba en el Nexo. Había vuelto. Su mano, al moverse, tropezó con un cuerpo que respiraba de forma sosegada.

No necesitó mirarlo para saber de quién se trataba.

Conocía a su hijo a la perfección.

Rodando sobre sí, colocó su cuerpo junto al de Guillermo, que dormía sin inquietudes en sus sueños, y lo abrazó sintiendo su calor mientras miraba su cara, tranquila, hermosa, dulce.

EPÍLOGO

–En realidad, no pasaron ni cinco minutos desde que te fuiste.

Sanz, con su falsa apariencia humana, sacó un pañuelo de su traje y se lo tendió a Guillermo, para que limpiara el churretón de helado que le corría por la barbilla. Era un hermoso día, de cielo límpido y claro, en el que el Sol bañaba el parque donde estaban sentados los tres. En los cuatro días posteriores a la lucha que Lucía mantuvo con el hombre enmascarado, Sanz no había hablado sobre el tema, cumpliendo un pacto no formulado y permitiendo a la mujer digerir todo lo que había vivido. Esa mañana, no obstante, había sido Lucía quien sacó el asunto.

–Viví diferentes escenas de mi vida –explicó–, pero retorcidas, sintiéndome al mismo tiempo espectadora y partícipe. Era yo la que veía todo, la que hablaba; pero, a la vez, no lo era.

–Jugar con la mente es una de sus herramientas preferidas. Me alegro que fueras demasiado fuerte para él.

–No sé si fui yo… o todos ellos –aunque señaló a Guillermo, concentrado en su cucurucho, ella se refería a todos aquellos cuyo recuerdo le dio fuerzas.

–Se alimentan de la desesperación –asintió Sanz–. Una vida que ha conocido el amor, mucho amor, puede ser un oponente formidable.

Ambos callaron, observando a Ren y Lúa olisqueando a un perro recién llegado, saludándole. La hembra no pareció muy interesada y volvió trotando hasta ellos, saltando con agilidad al regazo de Lucía, quien le empezó a acariciar el lomo.

–Creo que se equivocó –dijo entonces, con voz grave y expresión triste– cuando me mostró a Javier y lo… mató. Era el único que había muerto en realidad, y eso me pareció… no sé explicarlo.

–Una intromisión tal en tu dolor real que te hizo reaccionar. En tu interior, sabías que todo lo que te había mostrado era falso, pero Javier…

–Sí. Javier había muerto de verdad. –Se mordió el labio y, aunque tuvo una profunda sensación de pesar, no lloró; suficientes lágrimas había derramado ya esos días atrás.

–Han sido unos días terribles –dijo Sanz tras un rato de silencio en el que ambos habían estado pensativos–. Puedo ayudarte con las cuestiones de la investigación policial.

Ella sacudió la cabeza.

–Te lo agradezco, pero no será necesario. Creo. El ataque a la comisaría ha sido calificado como terrorista, vinculado al secuestro de Javier. Imagino que tendré que hacer un par de declaraciones, pero no creo que haya problemas.

Sonaba tan confiada, que Sanz asintió sonriendo.

–Mientras no digas que un ser de otra realidad fue el causante…

–¡No, por cierto! –exclamó ella soltando una carcajada, y su risa fue como un soplo de aire fresco y cantarín.

–Bien. –El hombre, la criatura disfrazada de hombre, se levantó y revolvió el pelo de Guillermo–. Creo que aquí termina la historia.

–Sí, eso parece –coincidió Lucía.

–Quizá no nos volvamos a ver –dijo él, tendiéndole la mano–. O quizá sí. No lo sé. Nuestros caminos discurren ante nosotros sin que sepamos el destino al que nos llevarán.

–Muy profundo.

–Me gusta dármelas de filósofo –sonrió.

–Ya –dijo ella, y le dio la mano estrechándosela con fuerza.

En lo alto, el sol brillaba.

FIN

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33 respuestas a “La semilla (XXIII)

  1. Pues yo me quedo con un regustillo amargo. Lo del final vale: la lucha entre el amor y el odio. Un final para Lucía, pero ¿el resto de la humanidad que no somos tan buena gente? Quiero decir que la semilla sigue tan campante por ahí y yo si me la cruzo no se si tendré suficiente amor para hacerle frente…😂😂

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    1. Ains… hay que esforzarse, hay que esforzarse 🙂
      Ahora en serio, ¿ese regustillo es por el final en sí que no está bien llevado o por lo que comentas? Lo digo porque tuve numerosos quebraderos de cabeza con él. No sabía por dónde tirar para resolver la confrontación y en todas las escenas de «flashback» y lucha con el tipejo tuve dudas a mogollón…
      ¡Abrazos!
      PS: Tú piensa que es todo mentira. La semilla no es real. Creo.

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  2. A ver, el final de lucha entre el bien y el mal me parece válido pero…
    _La semilla no se presenta como ninguna representación maligna ancestral( por ejemplo) Yo más bien lo entendí como un ser de otro tiempo u otro mundo que sencillamente es malo. En este caso hubiese encajado mejor (siempre desde mi humilde opinión) una lucha cuerpo a cuerpo aunque tuvieses que incluirle poderes a Lucía que no supiese que los tenía o incluso que Sanz le ayudase a derrotar al chungo de la máscara.
    _Si por el contrario optamos por la batalla entre el bien y el mal, en los capítulos anteriores hubiese explicitado más su esencia maligna y universal.
    Y con esto y un bixcocho, seguro que te he liado, porque no se si me he explicado bien.
    Aún así vuelvo a repetir que es un buen final, puede que después de un desarrollo tan bueno y misterioso esperase otro desenlace.
    Besacos!

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    1. En efecto, pillas la idea: la semilla es un monstruo con reminiscencias lovecraftians, un ser de otro tiempo, dimensión o lo que sea. Hasta ahí, de acuerdo. En cuanto al tipo de la máscara, es un enviado que quiere recuperar la semilla (si se conoce la mitología de Lovecraft se entiende mejor, no sé si es tu caso, así que no me meto en esos rollos), pero ha demostrado ser un tipo muy chungo, dándole matarile hasta a Rebollo.
      De ahí mi quebradero: ¿cómo demonios ganarle? Porque cuerpo a cuerpo no me cuadraba (de ahí la escena de los disparos fallidos que no hacen nada), pero el final por el que opté me resulta un poco… no sé, me deja algo frío.
      Pensé incluso en alargar el epílogo haciendo que Sanz y Lucía formaran un nuevo equipo al haber demostrado Lucía «poderes», pero tampoco me gustaba…
      Te has explicado perfectamente. Lo que pasa es que partimos de, insisto, un problema mío para la resolución, que cierra el argumento, pero no me acaba de convencer…
      ¡Saludotes!

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      1. Por supuesto que sí. No es que dé licencia, es que quiero que opinéis. Me gusta mucho que le des caña al final, a la confrontación, al cierre del texto. Me gusta porque soy el primero en decir que no estoy NADA satisfecho con cómo lo terminé. Al releerlo antes de colgar la entrada, sigo teniendo una sensación de incompletitud. Por eso quería saber si quienes lo leyerais también, para reescribirlo por completo. Y no eres la única que opina así, por lo que me tocará retomarlo y a ver qué hacemos 😉

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      2. Tampoco es cuestión de hacerse el anakiri, eh? Que el final no está mal, yo creo que lo vemos «raruno» porque todas las entradas anteriores son más elaboradas, más oscuras y más cruentas. Quizá por eso este final queda demasiado «blanco». Besacos y a mandar!!

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      3. ¿Que no es cuestión? ¿Que no es cuestión? Trae pa’cá el tanto (daga ritual), que esto lo arreglamos pero ya 😀
        Ya he empezado a darle vueltas, aunque como estoy en cien mil trescientos cincuenta y seis ajos, no me pondré con ello hasta dentro de un tiempo. Si te parece bien, te comentaré las ideas de un final alternativo, ¿vale, lectora cero? 😉

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  3. He leído disfrutando, pero tardo un poco para comentar, y no en vano, estoy bajo muchas impresiones después de la lectura. Pero debo decirte que el final de la historia me ha parecido algo… corto. Después de todas las circunstancias, llenas de horror y todo, la lucha final tiene aire de un cuento de hadas, pero no es un cuento de hadas por su género (masacres, reales e imaginarios, muertes y todo, las cosas que no son propias de cuentos). Tantas fuerzas y sufrimientos… para resolver todo de un golpe.

    Y acerca del título y de la semilla en si. A mí me ha parecido algo insuficiente que una cosa que pretiende de interpretar un papel principal en la histiria sólo aparece un par de veces cuando la mencionan los personajes. Hasta el final se queda sin resolver su naturaleza y todo, aunque me quedo con ganas de saber más. Posiblemente, no es importante y así fue tu idea inicial, pero con tu permiso te dejo una frase de Antón Chéjov, un escritor y dramaturgo ruso, que hoy día se considera clásico y un maestro de aforismo. Dijo lo siguiente: «Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo o tercero este debe ser descolgado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería haber sido puesto ahí». Así quiero decirte que quería saber más de esa semilla, por lo contrario me quedo con pregunta, ¿por qué demonio este maldito tipo necesitaba en ella hasta matar tanta gente?. Y por qué esta sustancia aparece dentro del cuerpo de Javier (en la escena en la comisaría): si era la semilla, él de la máscara ya la tenía, si no – ¿qué era?

    Y además muestras a este tipo de la máscara como un ser con carencia total de sentimientos de toda clase, y por eso me dudo que sólo el amor sea capaz de vencerlo. Verdaderamente, todavía no tengo claro, cómo exactamente Lucía ha vencido a este tipo y por qué no podía hacer lo mismo alguien más, por ejemplo el pobre Rebollo. Posiblemente, es un problema que existe sólo dentro de mi mala cabeza. 😀 Me parece una pequeña contradicción entre lo físico y lo mental (el tipo hacía mucho mal físicamente, pero se ha quedado vencido por la fuerza mental de Lucía, y con ayuda de varias personas de momento imaginarias, ¿no? No sé si puedo expresar claramente lo que quiero. 😀 😀 😀 A lo mejor debo releer todo desde el primer capítulo. 🙂

    Por otro lado, digo siempre según mi humilde opinión, en ningún caso no pretendo a ser experta en esas cosas, por lo menos en este género de la literatura, y por favor, no haga caso a mis palabras. 😀 Tu historia es muy interesante y se lee de un aliento, la protagonista y sus compañeros son muy simpáticos, los recursos utilizados así como el lenguaje son perfectos. Y has hecho un trabajo muy grande. Sólo puedo decirte ¡muchas gracias! por buenos momentos que he vivido leyendo tu historia. ¡Un abrazo!

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    1. Estoy más que contento con tu comentario. Es meditado, con mucho conocimiento de lo que dices y que desde luego acepto de muy buena gana. Quiero que opinéis y me gusta que le des caña al final, a la confrontación, al cierre del texto. Me gusta porque soy el primero en decir que no estoy NADA satisfecho con cómo lo terminé. Al releerlo antes de colgar la entrada, sigo teniendo una sensación de incompletitud. Por eso quería saber si quienes lo leyerais también, para reescribirlo por completo. Y no eres la única que opina así, por lo que me tocará retomarlo y a ver qué hacemos 😉
      (La casi totalidad de lo anterior es un copia-pega de lo que le he respondido a Sadire; lo que sigue es nuevo 😉 )
      Sobre lo de la semilla… bien, en realidad era el mcguffin de la historia, el elemento que mueve a los personajes: El tipo de la máscara lo busca, Sanz y Rebollo lo destruyen, Lucía se ve cogida en medio de la lucha por la semilla… la mención a que se trata de algo que es parte de una entidad poderosa y ultraterrena busca también explicar que es un elemento pasivo, mientras que la acción la llevan a cabo los demás, girando en torno a dicha semilla. Una semilla que fue eliminada por Sanz y Rebollo, pero que es «hermana» de la que el tipo de la máscara desata en la comisaría. No sé si te convence la explicación, sigamos hablando de ello 😉
      En suma, que tengo que cambiar el final. No te sorprendas si un día te pregunto tu opinión acerca de qué te parece el cambio que maquine 🙂
      ¡Un saludo!

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      1. Luis, me alegro (y no me lo dudé hasta ahora) que tu opinión sobre el final de la historia coincide con la de nosotras, es decir lectoras. Muy interesante que harías con el final, espero con impaciencia. Estoy segura que te salga perfecto.
        En cuanto a lo de la semilla y de mcguffin de la historia, muy bien, he olvidado de este recurso, y en este sentido, con tus explicaciones, me gusta, por lo menos es una cosa que al fin de cuentos no importa a nadie, y se tiene razón. 😀 Bueno, estoy muy contenta por tus aclaramientos.
        Por cierto, estoy leyendo «La sombra dorada» (algo lentamente, eso sí, por ciertas dificultades debidas a los medios técnicos) y me encanta. Se lee perfectamente, lleva mucha intriga y todo. Entonces… otra vez ¡muchas gracias! ¡Un saludo!

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      2. McGuffin! McGuffin! 🙂
        Eso sí, también creo que en la confrontación dialécita entre Lucía y el tipo de la máscara explicaremos algo el papel de la semilla, para que no dé una impresión tan… desangelada argumentalmente 😉

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  4. Bravooooo, la luz siempre vence a la oscuridad. El amor siempre vence al odio!! 😊 Me gusta el final.
    Cosillas:
    – primera intervención «balbució». Ta mal.
    – casi sl final. Otra intervención en que repites muy junto el verbo «tendré»
    PS. Por fin he podido ponerme al día 😉 Abrazo, Lord!

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