La guerra de Sufyan (IV)

(I)(II)(III)

Pese a que el cansancio atenazaba el cuerpo de Sufyan, no conseguía dormir. Se removía inquieto, cambiando de posición en el duro suelo estepario, acudiéndole una y otra vez el recuerdo del comportamiento de Muzlug.

–¿Qué te ocurre, amigo mío? –le preguntó Umayr en susurros para no despertar a los demás compañeros, muchos de los cuales roncaban ruidosamente.

–No me lo quito de la cabeza. –Sufyan se apoyó en un codo y miró a Umayr. Los rayos de la luna caían sobre su cabello ensortijado y le daban una apariencia vaporosa–. ¿Cómo ha podido hacer Muzlug eso?

Umayr carraspeó y se incorporó hasta quedarse sentado. Frotándose los ojos, contestó:

–Niikan cometió una falta. No se puede permitir en el ejército de Sauron que alguien incumpla las órdenes.

–¡Umayr! –exclamó–. Se desplomó de puro agotamiento… ¿Cómo puedes decir que fue una falta? ¡Y menos todavía, justificar los golpes de Muzlug!

–¡Chist! ¡Calla! –le recomendó, señalando con la mirada hacia el lugar donde Muzlug estaba tendido, y Sufyan entendió que su amigo quería decirle que ellos dos no eran los únicos despiertos.

Terminaron la conversación sin haberla zanjado en realidad y volvieron a tumbarse. Si bien Sufyan era el teórico líder de los cincuenta guerreros, todos sabían que Muzlug era quien tenía la sartén por el mango y se había ocupado de dejarlo bien claro con los ladridos, insultos y berridos que utilizaba para dar órdenes de continuo. Si los oía hablar en esos términos, era probable que empleara su espalda para desempolvar el látigo que llevaba atado al cinto, sin importarle lo más mínimo que se tratara del hijo de un caudillo. Estaba claro que los haradrim eran un grupo subordinado a la gente de Muzlug, la ralea de los orcos y los descendientes de los númenóreanos negros.

El día siguiente fue el primero en el que pusieron pie en el Nâfarat, una ardiente extensión de arena en la que el sol calentaba de tal modo que los hombres creyeron que iban a derretirse. Cuando comenzaron a quitarse prendas para aliviar el calor que sentían, Muzlug les obligó a mantenerlas puestas:

–¡Estúpidos! –ladró–. ¡Si dejáis que el sol os queme la piel os saldrán unas úlceras tan terribles que desearéis morir! ¡Tapad todo vuestro cuerpo y cubríos la cabeza!

Le hicieron caso. Sufyan se enrolló un pedazo de tela azul en la cabeza, dejando tan solo visibles los ojos, y siguió los pasos de Muzlug, andando tras las huellas que quedaban marcadas en las dunas de arena dorada hasta que rachas de viento ardiente las borraban.

Anduvieron con torpeza, levantando los pies con esfuerzo para zafarse del abrazo que la fina arena les brindaba. Caminar por el desierto era mucho más cansado que por la estepa y la jungla que habían dejado atrás, no solo por el calor, y su ritmo de avance se redujo casi a la mitad. Pese a ello, Muzlug parecía contento y decía que llegarían a tiempo como para reunirse con el ejército de haradrim que se estaba congregando. Sufyan pensaba que, de no ser así, imprimiría un ritmo todavía más endiablado que acabaría con la mitad de ellos, por lo que aún tenía que mostrarse agradecido por ello.

La mayoría de las noches las pasaban en pleno camino, tirándose cuan largos eran allí donde Muzlug les ordenaba detenerse, y la temperatura bajaba de tal modo que hacía que los hombres se arrebujaran en sus ropas y echaran de menos el calor diurno. El contraste era una feroz prueba para todos ellos, y solo la extrema fatiga les permitía dormir.

De vez en cuando, hacían un alto junto a pequeños oasis que salpicaban el lugar. Eran momentos breves pero plenos de regocijo, e incluso Muzlug se permitía alguna carcajada cuando los hombres, jugando como chiquillos, se lanzaban agua unos a otros. Sufyan acababa de llenar su cantimplora en uno de ellos cuando Muzlug se le acercó.

–Hijo del caudillo –le saludó con cierta sorna.

–Dime, Muzlug –respondió, clavando los ojos en los del hombre; no tenía ganas de soportar uno de sus estallidos y prefirió lanzar un mensaje de desafío.

–Mañana llegaremos al final del desierto. Creo que deberías decírselo.

–¿Yo? –se extrañó Sufyan–. ¿Por qué yo?

Muzlug se rio quedamente, mostrando sus dientes puntiagudos.

–Porque en cuanto lleguemos a la ciudad de Kârna, no estaré para cuidar de todas estas niñatas. Más vale que vayas ejerciendo el mando o no te respetarán en la batalla.

–Ya veo –asintió Sufyan–. ¿No formarás parte de nuestro contingente entonces?

–Por supuesto que no, haradrim –replicó tras escupir–. Soy parte de la orgullosa legión de Númenor y mi misión con los hombres del sur solo tiene que ver con llevaros sanos y salvos hasta el campamento. –Sufyan bajó la cabeza para que no se notara la expresión de alivio que sintió al saber que perdería de vista a Muzlug no tardando mucho–. ¡La legión de Númenor combatirá una vez más unida bajo el estandarte del Señor Oscuro!

–Que la victoria os sonría entonces –deseó Sufyan llevando el puño a su pecho.

–Que nos sonría a todos –terminó Muzlug, retirándose.

¡Sigue leyendo!


13 respuestas a “La guerra de Sufyan (IV)

  1. Para mi, que el astuto orco prevee un desastre en la cocina y le acaba de soltar el marrón a Sufyan, haría mal en alegrarse sin reflexionar. Pero veremos como siguen las cosas. ¿Ve vuecencia como nadie se previno de llevar cena? Un abrazo.

    Le gusta a 1 persona

    1. Viajar por el desierto sin cargar con una buena reata de mulas que carguen con las provisiones es un error. Pero es que las tropas de Sauron creen que con ser malos, todo se arregla. ¿Que hay hambre? ¡No importa! ¡Somos malos! ¡Alguna granja saquearemos y nos comeremos hasta los muebles! Pero… ¿en el desierto? Como no cuezan arena…
      ¡Un saludo!

      Le gusta a 1 persona

  2. Continúo enganchado. La verdad es que la acción es continua, las situaciones muy bien descritas y los diálogos naturales.
    Lo único que objetar, pero creo que es debido a la limitación del número de palabras, es que me hubiese gustado disfrutar de algún detalle más del viaje. Pero, insisto, creo que es por la limitación de palabras. O culpa tuya, por meternos en situación… 😛

    Le gusta a 1 persona

    1. El límite de palabras no fue tanto culpable como el autor mismo de lo que comentas 😀
      El límite era de 15.000, así que bien podría haber alargado el viaje, pero, al escribir, la verdad es que no le veía mucho sentido, pues prefería centrarme en el punto de partida y el destino, donde se produce una revelación que une ambas partes. El desierto no deja de ser una mera transición, y quizá, de alargarlo, hubiera dispersado la idea fundamental. A ver qué te parece lo siguiente 😉

      Le gusta a 2 personas

  3. Genial! 👏👏 Sabes que te leo con el chrome abierto? Dos pestañas: en una, la RAE (lo de la riqueza léxica es tal, que se me escapan algunas); en la otra, el sr. Google (me encanta el universo Tolkien, pero mi frikismo es muy limitado) 😅😅
    Sigo leyendo…

    Le gusta a 1 persona

    1. Bueno, me encanta descubrirte aspectos de la mitología de Tolkien, aunque algunos no pertenecen a lo «canónico», sino a obras (sobre todo rol y videojuegos) que han extendido el sur de la Tierra Media y que han gozado de tanto éxito que, básicamente se aceptan por la comunidad. Por ejemplo, el desierto sí es mencionado por Tolkien, pero la ciudad a la que llega esta partida de guerreros no (si no me equivoco)

      Le gusta a 1 persona

Deja un comentario