El romance del falso caballero (VI)

(Parte I)(Parte II)(Parte III)(Parte IV)(Parte V)

–Es cierto –dijo– que resulta sumamente extraño ver a una dama vestida de acero, pero estos son tiempos confusos y nos ha tocado vivirlos. La muerte de Tremolgón es un dichoso acontecimiento para todo el reino, y por ello hemos de dar… he de dar personalmente… las gracias a la dama Elin. Ello me lleva a recordar a los nobles caballeros de la Tabla Redonda que prometí grandes honores a quien trajera la cabeza del gigante.

»Por ello, su vencedora merece obtener el premio que le corresponde. Sin embargo –continuó alzando las manos para acallar cualquier comentario–, queda resolver la cuestión planteada por Perceval. Es mi decisión, para que quede fuera de toda duda, permitir a la dama Elin combatir a quien le ha ofendido, hasta que uno de los dos quede desarmado.

»He de advertiros, señora, que las armas no estarán embotadas ni serán de entrenamiento; lucharéis con vuestro propio acero y, si bien no es mi deseo que ninguno de los acabe herido, es posible que por accidente alguno de los dos sangre. ¿Estáis dispuesta a seguir con esto, dama Elin?

Ella se irguió y sujetando con fuerza el casco bajo su brazo, respondió con firmeza:

–Deseo seguir adelante, majestad.

–Sea entonces –dijo Arturo, al ver que Perceval asentía señalando que él también estaba de acuerdo–. Saldremos hacia el patio de armas, donde tendrá de inmediato lugar la lid.

Los caballeros se retiraron precedidos por Merlín, que caminaba junto a Elin, hablándole en voz baja al oído. Ginebra tocó levemente al rey en el hombro, haciendo que se detuviera.

–Arturo, ¿cuál será la recompensa que daréis a Elin si vence?

Él la miró sonriendo con ojos juguetones.

–¿Tan segura estás de su victoria? –preguntó–. Perceval es uno de los mejores caballeros del reino…

–Puede ganar –respondió ella–. Lo presiento.

–En ese caso –sentenció Arturo, besándola–, la haré caballero de la Tabla Redonda.

Una vez reunidos en el patio de Camelot, los caballeros formaron un amplio círculo, dentro del cual se produciría el combate. Elin y Perceval, completamente armados, se colocaron en el centro, separados por apenas unos pasos y la cabeza aun descubierta. Merlín tocó a cada uno de ellos en el hombro y musitó unas palabras que nadie pudo entender para luego alzar los brazos hacia el cielo y, tras aguardar a que los reyes se colocaran en el lugar reservado para ellos, dijo con una voz tan potente que retumbó en los muros del castillo:

–Sed testigos del combate que se va a librar en este día para probar la habilidad de la dama Elin, cuya familia fue asesinada por un monstruo y que encontró el coraje necesario para acabar con él; se defenderá con el acero de la acusación vertida contra ella por el caballero Perceval, y será ganador quien logre desarmar al enemigo.

»¡Sed bravos y corteses! ¡Sed honorables a la hora de enarbolar vuestra espada y no busquéis daño al contrario, pues aquí todos somos amigos y servidores del auténtico rey de Inglaterra, Arturo!

Todos aplaudieron las palabras del mago y Arturo sonrió con benevolencia, moviendo la cabeza amistosamente.

–¿Quién será el padrino de Perceval, os pregunto? –inquirió el rey.

De inmediato, Gawain adelantó su enorme corpachón de buey y, con dos zancadas, se puso al lado de Perceval.

–Yo mismo, señor –anunció.

–¿Y de la dama Elin?

Por unos segundos, los caballeros se removieron inquietos ante la pregunta del rey. Como nadie parecía dispuesto a ello, fue el Bello Desconocido quien se colocó junto a Elin. La dama se lo agradeció con una sonrisa que inflamó el corazón del caballero.

–Yo, señor.

–Embrazad entonces vuestros escudos –ordenó Arturo– y desenvainad el acero. Que Dios os proteja y que venza el mejor de ambos. ¡Comenzad!

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