Capítulo 8: (I) (II) (III) (IV) (V) (VI) (VII) (VIII) (IX)
—¡Elin! ¡Elin!
La voz le llegaba a través de una densa oscuridad de la que, por mucha fuerza de voluntad que ponía, no podía desprenderse. Notaba el rostro húmedo, como si le hubieran tirado un balde por encima, y un zarandeo para intentar devolverla a la consciencia, aunque ejecutado con suavidad.
—¡Elin! ¿Estás bien? —Era la voz de Perceval, a quien por fin reconocía.
Abrió los ojos con lentitud, sintiendo que tenía los párpados hechos de plomo, y el mundo pareció dar vueltas en torno a ella. Tuvo un mareo y náuseas, pero, pestañeó para aclararse, la casa pareció asentarse: el techo de la habitación en la que estaba ocupó su sitio y se quedó, por fin, quieto.
—¿Qué ha…? —comenzó la joven, pero tenía la lengua tan pastosa y torpe que no pudo terminar la pregunta.
—Silencio, silencio —ordenó con suavidad el caballero mientras tendía la mano a un lado. El Bello le alcanzó una jarra con agua y Elin dio un par de sorbos; pareció que era la mejor bebida que jamás se llevara a la boca.
—Sabía que ese rufián, ese… traidorzuelo del tres al cuarto no era de fiar. ¡Lo sabía! —El Bello daba vueltas por la estancia, tan pequeña que solo le permitía dar un par de pasos y girar sobre sí mismo con aire de león enjaulado y enfurecido.
—¿Qué tal la cabeza, Elin? ¿Os duele? —Perceval mostraba una franca preocupación al mirarla.
Ella se tocó la parte posterior del cráneo y sintió dolor al pasar la mano allá donde la habían golpeado. Tenía una pequeña brecha por la que había manado la sangre apegotonando el pelo en rededor.
—Estoy… bien —respondió Elin forzando una sonrisa que más bien pareció una mueca de cansancio—. ¿Estáis seguros de…?
—¿De qué? —preguntó el Bello tras lanzar un bufido—. ¿De si ha sido ese malandrín? ¡Por supuesto que ha sido él! ¿Quién si no?
—Ha desaparecido —explicó Perceval suspirando mientras el otro caballero continuaba farfullando imprecaciones—. Al despertar, hemos visto que ninguno de los dos estabais en vuestras alcobas, así que, cuando os vimos a vos desfallecida en medio del atrio, supusimos lo peor… Por fortuna, parece que ha sido un golpe sin más consecuencias que un chichón.
—Tengo… la cabeza dura —dijo ella bromeando, aunque con una mueca de dolor al comenzar a incorporarse.
—Sí, de eso damos fe en toda Camelot. —Perceval la ayudó a ponerse en pie y, cuando ella comenzó a manotearse el cuello, dijo—: ¿Qué ocurre?
—¡El medallón! —En la voz de Elin había auténtica urgencia y pavor—. ¡No está! ¡Se lo ha llevado! ¡Oh, no, Dios mío! ¿Qué vamos a hacer ahora?
—¿Qué… qué ocurre? —preguntó el Bello, que estaba atento por si desfallecía para sujetarla.
—¡Se ha llevado la caja y la llave, caballeros! ¡Tiene lo que hemos venido a buscar y lo que lo abre!
—¿Os referís…?
—Sí, Perceval —dijo ella—. Encontré el joyero. Estaba ahí. —Elin señaló al pequeño sótano junto a ella—. Pero, antes de poder abrir la caja… me golpearon.
—¡Maldito ladrón cobarde y ruin! —exclamó el Bello, volviendo a sus insultos, golpeando con fuerza una pared de la que se desprendió una capa de cal.
—¡Debemos darle caza! ¡No puede irse con el mapa!
—¿Mapa? —preguntó Perceval intrigado.
—Ula… vi a Ula en sueños. Mi abuela se me apareció y me dijo dónde encontrar la caja. Me dijo que en su interior había un mapa.
—Pero… ¿acaso Niall sabía algo de aquello a lo que tu familia… élfica se dedicaba?
—Creo… —Elin enrojeció y bajó la vista avergonzada, como si confesara un terrible secreto—. Creo que pude ser algo indiscreta y contarle…
—¡Argh! —gritó el Bello interrumpiéndola.
Perceval, no obstante, le puso la mano en el hombro con ademán tranquilizador y dijo:
—Salgamos cuanto antes. Tenemos que cazar una rata.
Buen, ¿y si no fue Niall y el pobre está obrando aguas mayores detrás de unos árboles, que con tanta armadura se tarda un montón?
Y si es él, pues, ¡que comience la caza!
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¿Será casualidad que el pobre hombre no aparezca justo entonces y le echen la culpa? ¿Acaso fue la anciana aparecida que no era tal y necesitaba de las manos de Elin para desenterrarlo porque no quería la buena mujer mancharse de tierra? Ah… veremos…
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¿Queda mucho? ¿Queda mucho? ¿Cuánto falta? ¿Y cuándo llegamos? 😜
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😀 😀 😀 😀
Como me hagas parar en el arcén, ¡te vas a enterar!
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😂😂😂😂
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Ves eso te pasa por olvidar el agua y los bocatas, que la nena se aburre!!.
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No hay mejor antídoto contra un estómago vacío que ir en pos de un villano. ¿No?
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Ja. La intendencia es la clave. Bien caro le costó aprenderlo a Napoleón. Un abrazo.
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Mariscal invierno es mal enemigo, pero en estos parajes ingleses no creo que tengan ese problema. Que estén atentos si eso a los rugidos estomacales, de todas formas.
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Es evidente en tus escritos y obras que sabes cómo meterte a las/os lectores en el bolsillo.
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¡Gracias! 🙂
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En la frontera de dos mundos enredados que no dejan de surgir aventuras, llega la dama Elín haciendo de las suyas ya ahora parten de caza sin bocata de nocilla, otra vez por culpa de la niña. ¿Y Morgana, qué en la cocina? Un abrazo.
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¿Quién piensa en bocadillos cuando tiene que salir en busca de lo robado?
Morgana… en breves. De verdad. Que he estado reservándola 🙂
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Milord ha escuchado algo sobre el caldero de Gündestrup? Jajajaja.
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Leche, he tenido que buscarlo, que no me acordaba de qué era 🙂
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Pues hale a preparar un buen caldo y tendrás unos soldados invencibles!!
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Ya te digo! 😀 😀 😀 😀
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Y claro está que ese es el falso caballero… uffff, se está poniendo la cosa turbia, a ver si lo pueden alcanzar. Me encanta leerte, amigo Lord. Muchas gracias. Besos a tu alma.
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Aquí hay muchos falsos seguidores de la doctrina caballeresca, cierto. Sin embargo, el título hace referencia a Elin, pues no es «caballero», sino… perdón por el palabro… «caballera» 🙂
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Jajajajajaja, que buenooooo, es un poco medio entre masculino y femenino, una mezcla jajaja.
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Claro, esa Elin que maneja la espada y tal, que como caballero es más falso que una moneda de 100 euros, pero como caballera mola 🙂
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